2025: Cuando normalizar el fracaso se volvió Política de Estado

Un año que no fue perdido, sino revelador
Nos dejó sin excusas y exhibió una verdad que incomoda: el deterioro de la vida pública no se explica solo por quienes gobiernan, sino también por una sociedad que aprendió a tolerar, a adaptarse y, en demasiados casos, a resignarse.
La normalización como forma de gobierno
A lo largo de este año escribí sobre acuerdos políticos construidos a espaldas de la ciudadanía, sobre traiciones que ya no generan escándalo, sobre violencia que dejó de doler, sobre graves problemas de movilidad y contaminación que ya forman parte del día a día y sobre corrupción que dejó de sorprender. Nada de eso fue nuevo. Lo verdaderamente alarmante fue nuestra reacción: la normalización.
- Normalizamos el abuso bajo el argumento de la estabilidad.
- Normalizamos la mentira bajo el discurso de la gobernabilidad.
- Normalizamos la corrupción cuando “resuelve” y la violencia cuando “no toca cerca”.
Así, la política dejó de ser un espacio público para convertirse en un trámite ajeno, administrado por unos cuantos y tolerado por la mayoría.
Cambiar nombres no cambia realidades
Este año que termina confirmó una de las grandes mentiras de nuestra vida política: cambiar personas sin cambiar modelos no transforma nada.
La alternancia sin ciudadanía organizada solo recicla el fracaso.
Los discursos de eficiencia, modernidad o éxito personal no sustituyen la responsabilidad pública ni el compromiso social.
En Nuevo León lo vimos con claridad: gobiernos que prometieron ser distintos, pero que conservaron las mismas lógicas de concentración del poder, el mismo gasto sin control, la misma distancia con la sociedad y la misma incapacidad (o falta de voluntad) para corregir el rumbo.
Tiene que ser la cruda realidad la que provoque un cambio de dirección (TESLA, NVIDIA, MUNDIAL DE FUTBOL sin suerte).
Aprendimos a convivir con lo inaceptable
Y siendo más analíticos, llegamos a un punto sumamente grave:
- Aprendimos a convivir con lo que antes indignaba. A mirar la violencia como paisaje.
- A justificar al político que roba, pero “hace”.
- A aceptar que la política sea un espacio sin ética porque “así es”.
Esa resignación no es neutral.
Es una forma de complicidad pasiva.
No hace ruido, no protesta, pero permite que todo siga igual.
Nuevo León y la sociedad ausente
Durante años, Nuevo León presumió una ciudadanía fuerte, crítica y participativa.
Sin embargo, en 2025 quedó claro que esa narrativa también se debilitó.
La sociedad fue empujada fuera de la toma de decisiones… y en muchos casos aceptó esa expulsión sin resistencia.
La política se profesionalizó para excluir.
Y la ciudadanía se cansó lo suficiente como para dejar de exigir.
¿Y cómo cerramos el año?
Este no es un texto para cerrar el año con optimismo artificial.
Es un texto para cerrarlo con memoria y responsabilidad.
Porque si 2026 se parece a 2025, no será por falta de diagnósticos ni de discursos, sino por falta de ciudadanos dispuestos a dejar de delegar su futuro.
Tal vez el verdadero problema no es que tengamos malos gobiernos, sino que seguimos siendo una sociedad políticamente menor de edad, esperando salvadores, justificando abusos y confundiendo estabilidad con resignación.
La propuesta incómoda pero honesta
Dejemos de pedir mejores políticos y empecemos a exigir mejores ciudadanos organizados. Ciudadanos que vigilen, que participen, que incomoden, que no deleguen la democracia ni el bienestar.
Ciudadanos que entiendan que la política no se observa: se ejerce.
La política no fracasó sola, fracasó el día en que la sociedad decidió acostumbrarse.
Se acostumbró a gobiernos mediocres, a decisiones tomadas sin consulta, a presupuestos sin prioridades y a discursos que prometen futuro mientras administran el presente con torpeza.
Se acostumbró a exigir poco, a vigilar menos y a justificar demasiado.
Y cuando una sociedad se acostumbra, deja de incomodar al poder… y el poder deja de tener límites.
2025 debería quedar en la memoria no como un mal año, sino como el año en que confirmamos que seguir igual también es una decisión política.
Que la indiferencia también gobierna. Que el silencio también vota.
Y que la democracia no se pierde de golpe, sino por desgaste, por cansancio y por costumbre.
Si algo tendría que cambiar a partir de ahora, no es solo el discurso de quienes mandan, sino la actitud de quienes observan.
Porque ningún proyecto público se transforma desde la resignación, y ningún futuro distinto se construye esperando que otros hagan lo que nos corresponde como sociedad.
Mientras no rompamos la costumbre de tolerar el fracaso, ningún cambio será real.
