Burocracias, datos e Inteligencia Artificial: El gran reto hacia el futuro

Carlos Chavarría DETONA: Cualquier intento de construir un futuro mejor choca con una muralla: la burocracia. Estas estructuras, diseñadas para el orden y la permanencia, son por definición inerciales.

Y lo que es peor, tienen una extraña licencia para sofocar ideas, convirtiéndose en el gran peso muerto que arrastran las sociedades.

Piénselo bien: el diseño y la operación de nuestras ciudades, la gestión del agua y la energía, el manejo de residuos… todo requiere innovación constante.

Sin embargo, el talento y las buenas ideas que existen en cualquier organización se desgastan y anulan frente a esa inercia burocrática y los problemas se agravan.

Tan es así que la gran mayoría de las ciudades “modernas” han perdido su dimensión humana y la calidad de vida deja mucho que desear ante la pasividad de las burocracias que las dirigen.

Instituciones como CFE y PEMEX en México, por ejemplo, son claros ejemplos de cómo entidades con décadas de historia pueden transformarse de restricciones necesarias en verdaderos lastres institucionalizados.

Sus inercias, a menudo protegidas por el propio Estado, gravitan sobre cualquier proyecto de futuro energético, haciendo que la simple posibilidad de un cambio parezca una utopía costosa.

Las restricciones, en esencia, solo se superan con la verdad.

Pero la manipulación de esta es una práctica común en muchas organizaciones.

Irónicamente, aquí es donde la ciencia de datos y la Inteligencia Artificial (IA) encuentran su mayor desafío. 

La IA, especialmente en su forma de aprendizaje profundo no supervisado, necesita datos veraces.

Sin embargo, muchas instituciones, culturalizadas en comportamientos inerciales, son reacias a la transparencia y la verdad con la que deben alimentar estas bases de datos.

Los patrones atípicos y anómalos que la ciencia de datos revela a menudo encuentran su explicación en el poco aprecio por la verdad que ciertas sociedades o instituciones han desarrollado.

Esta aversión a la verdad dificulta enormemente la implantación de nuevas y mejores prácticas, impidiendo superar las restricciones y elevar el valor de los resultados.

Para desenmascarar estos "pesos muertos" burocráticos, debemos hacernos cuatro preguntas fundamentales:

  1. ¿Quién se beneficia del status quo y quién pierde si cambia?
  2. ¿Cuáles son las verdaderas barreras al cambio?
  3. ¿Hay algo que nos arrastra al pasado, un lastre invisible en nuestro camino?
  4. ¿Cuáles son las estructuras profundas que se resisten al cambio, más allá de los individuos?

No basta con que un país tenga una Presidenta con mente científica.

Se enfrentará a miles de "islas burocráticas", cada una es concesión de poder (sindicalismo, p.ej.) otorgada a lo largo de décadas.

En México, por ejemplo, estas concesiones se dieron primero para pacificar una nación convulsa y luego para impulsarla, pero hoy son un laberinto de intereses creados que dificulta el avance.

En este escenario, la era digital ha irrumpido para transformar cada faceta de nuestra existencia.

En su epicentro, dos fuerzas aparentemente contradictorias pero cruciales para el futuro de la civilización: las burocracias y la Inteligencia Artificial.

Mientras las primeras son estructuras milenarias diseñadas para el orden en un mundo analógico, la segunda es una tecnología disruptiva que promete automatización, análisis y agilidad sin precedentes.

La interacción entre ambas definirá el rumbo de las naciones.

Quienes abracen esta sinergia liderarán la vanguardia del progreso; quienes se resistan, se verán relegados a un atraso inevitable.

La burocracia, aunque idealizada por pensadores como Max Weber por su previsibilidad e imparcialidad, ha degenerado en patologías diversas.

Su inercia y resistencia al cambio convierten las reglas en obstáculos para la innovación.

Su complejidad y lentitud crean cuellos de botella.

La fragmentación y multiplicación de los procesos que no tienen sentido, genera insulas de información aisladas entre sí, y la despersonalización desconecta los procesos de las necesidades humanas. 

Además, su propensión a la corrupción y la obsolescencia tecnológica son frenos constantes.

Esta inclinación humana a crear y perpetuar burocracias pesadas nace del miedo al error y la necesidad de control, pero los gobernantes y ejecutivos en general, pasan, se van,  y estas estructuras persisten, a menudo frenando las ambiciones de modernización.

La Inteligencia Artificial no es solo una tecnología más; es una fuerza transformadora con el poder de redefinir fundamentalmente el diseño y la administración de procesos.

Puede hacer que muchas características de la burocracia no solo sean obsoletas, sino que se muestren como activamente perjudiciales.

La IA puede racionalizar procesos al automatizar tareas repetitivas, usando la Automatización Robótica de Procesos (RPA) para manejar el procesamiento de información, verificación de documentos o emisión de permisos.

Esto libera al personal y elimina capas jerárquicas.

También facilita la toma de decisiones basada en datos y sin sesgos.

Algoritmos de “Machine Learning” analizan vastos volúmenes de datos para decisiones rápidas y objetivas, como en la aprobación de créditos o la detección anticipada de fraudes, reduciendo la necesidad de múltiples revisiones humanas. 

Además, la IA ofrece una transparencia radical y auditoría continua.

Los sistemas de IA pueden registrar cada paso de un proceso en tiempo real, aumentando la transparencia y la rendición de cuentas, lo que reduce la necesidad de controles burocráticos.

Permite la personalización y agilidad a gran escala.

Los Chatbots y asistentes virtuales pueden gestionar consultas de manera personalizada y eficiente, eliminando la frustración burocrática.

Finalmente, la IA posibilita la optimización continua de procesos.

A diferencia de las burocracias lentas, la IA aprende y mejora constantemente, identificando cuellos de botella y sugiriendo ajustes para una eficiencia incremental  constante.

Ahora tambien debemos hablar de riesgos implícitos en la IA.

La implementación de la IA en la burocracia no está exenta de riesgos inherentes y debilidades significativas, que a menudo son pasadas por alto en el entusiasmo por la eficiencia.

Los sistemas de IA, en su esencia, se especializan en el reconocimiento de patrones y la inferencia probabilística a partir de datos existentes.

A diferencia del razonamiento humano que busca la causalidad subyacente, la IA opera con verosimilitud, una medida de nuestra propia ignorancia sobre las complejas interacciones causa-efecto en la realidad.

Esto implica que las "decisiones" o "recomendaciones" de la IA son el reflejo de correlaciones en los datos del pasado, no verdades absolutas ni un entendimiento profundo del problema (correlación no es causalidad).

Si los datos históricos de los que aprende la IA contienen sesgos—ya sean inherentes a prácticas burocráticas históricas o a la forma en que se recopila la información—, el sistema no solo los replicará, sino que podría amplificarlos, automatizando la discriminación o la inequidad bajo el manto de la "objetividad algorítmica".

Esta opacidad en el funcionamiento y la falta de una verdadera comprensión causal pueden llevar a una confianza ciega en sus resultados, haciendo que la burocracia, en lugar de ser más justa y adaptativa, se vuelva más rígida, arbitraria y, paradójicamente, menos humana.

No obstante, la realidad es que la intersección de la burocracia y la IA pinta un futuro dicotómico para las naciones.

Aquellos países que abracen la racionalización de sus procesos mediante la IA se posicionarán en la vanguardia, mientras que quienes se resistan se enfrentarán a un estancamiento y brechas de desarrollo cada vez mayores.

En el bloque del avance, la administración pública será ágil, eficiente y orientada al servicio.

Los trámites se simplificarán, la corrupción disminuirá gracias a la transparencia algorítmica y las decisiones se basarán en datos, creando un entorno atractivo para la inversión y mejorando la calidad de vida.

En contraste, las naciones del bloque del atraso verán a sus burocracias ineficientes, con sistemas lentos y costosos.

La fuga de talento se acelerará, las inversiones se desviarán y la capacidad de responder a desafíos sociales y económicos se verá comprometida.

Estas naciones dependerán cada vez más de la "buena fortuna", sin las capacidades intrínsecas para generar su propio desarrollo y aumentar su valor, quedando relegadas a una interacción limitada y desventajosa con el sector avanzado.

La transformación de la burocracia por la IA no es un proceso aislado; está intrínsecamente ligada a la educación. 

Si la educación pública no se reorienta urgentemente hacia el aprovechamiento de las tecnologías de información más actualizadas, los países carecerán de la fuerza laboral y los líderes capaces de diseñar, implementar y gestionar esta nueva era de administración inteligente.

Una educación que fomente la alfabetización digital, el pensamiento computacional, el análisis de datos y la comprensión de la IA desde las primeras etapas es fundamental.

Sin esas habilidades, la sociedad en su conjunto será incapaz de interactuar con el mundo digital, de comprender sus complejidades, de aprovechar sus oportunidades y de mitigar sus riesgos.

Se corre el peligro de que una élite tecnológica domine el panorama, mientras la mayoría de la población quede marginada, sin herramientas para participar plenamente en la economía y la sociedad del futuro.

El futuro es innegablemente digital, y la simbiosis entre IA y burocracia será un diferenciador clave entre las naciones prósperas y las rezagadas.

La IA tiene el poder de desmantelar la inercia burocrática, impulsando la eficiencia, la transparencia y la agilidad.

Sin embargo, esta transformación requiere no solo inversión tecnológica, sino un cambio cultural profundo y una voluntad política inquebrantable para superar la resistencia de las estructuras existentes.

La educación, como cimiento de cualquier sociedad, debe adaptarse con urgencia para formar ciudadanos capaces de navegar y contribuir en este nuevo paradigma.

Aquellos que ignoren esta llamada a la racionalización y la modernización no solo escogerán el sendero del atraso, sino que condenarán a sus pueblos a un futuro de menor valor y  posibilidades limitadas.

La elección es clara: abrazar el futuro impulsado por la IA con las medidas prudenciales apropiadas o quedar en la sombra de un pasado burocrático obsoleto.
https://vimeo.com/1089261994
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.