Difama y rompe López Obrador con Cuauhtémoc

En la radicalización de su mundo binario donde quien no es su incondicional está contra él, López Obrador se olvidó de todo aquello que le permitió llegar a la Presidencia y acusó a Cuauhtémoc Cárdenas, el líder moral de la izquierda mexicana, que le dio el impulso que lo colocó en el sitio donde está, de estar ahora del lado de las oligarquías.
La increíble declaración de López Obrador sólo se entiende en su incapacidad para distinguir el disenso de la oposición, y su monumental egocentrismo, al estilo Luis XIV, donde todo gira en torno a él y no hay más espacio en la arena pública que para su protagonismo.
No le gustó a López Obrador que figurara Cárdenas en un colectivo plural, donde predominan las ideas progresistas, inspirado en su libro publicado el año pasado, Por una democracia progresista, donde, desde una posición claramente de izquierda y un nacionalismo moderno, plantea de manera implícita un programa de gobierno para el futuro.
El pensamiento reduccionista del Presidente le impide ver matices y ubicar a cada quien en la dimensión histórica adecuada.
Sólo él tiene la autoridad para estar del lado correcto de la historia, no otros que lo opaquen, como Cárdenas, a quien ya considera un adversario.
López Obrador no se definió de izquierda al difamar a Cárdenas, al identificarlo como parte del “ala moderada del bloque conservador”, como calificó al grupo plural del Colectivo por México, presentado el lunes, sin dar tiempo siquiera, como sucedió horas después, de que el ingeniero se deslindara del grupo.

La afirmación del Presidente de que el lado correcto de la historia es “estar con el pueblo”, tiene mucho de retórico, pero su palabra está hueca.
Hoy hay más pobres que los que había cuando concluyó su mandato Enrique Peña Nieto y es un país con más precariedad, podredumbre y pauperización que cuando llegó a la presidencia.
Entre los dos, no hay comparación. Cárdenas, por genética, biografía política y acción, es un político de izquierda, demócrata y con visión de Estado.
López Obrador no resiste la prueba del ácido.
Es conservador en lo social –sus creencias sobre la despenalización del aborto y el cambio climático están en sus antípodas ideológicas–, reaccionario –opuesto a todo cambio, que lo lleva a actitudes regresivas– y económicamente tan neoliberal, o más, como aquellos gobiernos a los que fustiga sistemáticamente.
El discurso de los pobres, que emplea para descalificar a todos, como ahora con Cárdenas, no tiene asideras en una política pública, sino en un asistencialismo de dádivas, más propio de la Iglesia católica.
En su perorata contra Cárdenas y el Colectivo por México, los acusó de apostar por la simulación y el gatopardismo de cambiar las cosas para que sigan igual.
Es cierto que no se le puede adjudicar a López Obrador actuar como gatopardo, porque no cambia para no cambiar.
El Presidente sí ha promovido un cambio, pero para destruir, principalmente, a las clases más desprotegidas, que son las que dice defender, como lo demuestran todos los indicadores en pobreza, bienestar, educación y salud.
