El audio de la soberbia
Entre las ocho horas de audios que tiene el gobierno del senador Adán Augusto López Hernández, hay uno donde no se habla de aspectos que mencionan presuntas actividades criminales, sino que toca asuntos meramente políticos.
En ese audio, López Hernández habla con la senadora Andrea Chávez sobre su “primo”, como se refiere al expresidente Andrés Manuel López Obrador, y sobre la presidenta Claudia Sheinbaum, de quien hablan de manera peyorativa, insultante incluso, haciendo alusión a su físico.
Es una banalidad total, pero muestra una falta de respeto a la jefa del Estado mexicano, indigna de legisladores.
Los insultos entre políticos no son cosa rara, aquí o en el mundo.
Muchas veces no se asocian a sus ideas o posiciones políticas, sino a sus rasgos personales y gestos, que rompen la barrera de la discriminación con comentarios clasistas y racistas.
La conversación entre López Hernández y Chávez se alimenta de esto último, de acuerdo con funcionarios que conocen el contenido del audio, el cual revela la soberbia de los senadores y la prepotencia del coordinador de la bancada de Morena en la Cámara alta, que se siente intocable.
La prepotencia como escudo es el síntoma primordial de quien sabe que ha cruzado los límites del decoro público.
Es el caso del senador López Hernández, cuya arrogancia se ha convertido en su arma favorita para enfrentar la corrosiva realidad política que lo acecha.
El senador está metido en el escándalo de su exsecretario de Seguridad Pública cuando fue gobernador en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, quien construyó un enclave criminal en el sur del país y a quien los servicios de inteligencia militar mexicanos y las agencias estadounidenses vinculan directamente con actividades delincuenciales.
Desde el Senado, López Hernández ha tratado de erigirse como un monarca sin corona, capaz de mandar sin responder.
Cual virrey en su fortaleza parlamentaria, impone su palabra, controla voluntades y pretende que todos los pasos que da estén blindados frente a la crítica.
Sin embargo, esa estrategia sólo funciona cuando el entorno es dócil; frente a la presión periodística, la piedra angular de su dominio se astilla.
No ha sido suficiente para que dé un paso atrás, cuando menos en la coordinación de la bancada de Morena.
Pero, a decir verdad, tampoco puede ser suficiente, porque los medios, por más que se les quiera reasignar su papel, no son agentes de cambio.
Su función es la de movilizar a quienes sí pueden propiciar el cambio.
En este caso específico, tendrían que ser los senadores de Morena quienes, por votación, destituyeran a López Hernández.
Esto no se ve posible, porque, si bien ese fue también el mecanismo para elegirlo, no fueron ellos quienes por convicción votaron por él, sino que acataron las instrucciones de López Obrador.
Por lo mismo, si no reciben una contraindicación, López Hernández seguirá apalancado en su escaño.
Lo más llamativo de la ofensiva de López Hernández ha sido el modo en que convierte la defensa en ofensa: cuando se le cuestiona algo, habla del mensajero, es decir, los medios.
Cuando se le exige rendición de cuentas, apunta al complot, y cuando sus datos fiscales y patrimoniales no cuadran, afirma que es víctima de una campaña conservadora.
En este tablero, la prepotencia es su defensa más confiable.
Quien se atreva a tocarlo será acusado de mentiroso, parcial o conspirador, así pretende arrinconar a los críticos en el ring de la ética, donde él decide si el rival es digno o no.
Pero la arrogancia tiene su reverso.
También en el interior de Morena crece la irritación.
Las plumas que tiene dispersas la Presidencia en los medios no dejan de criticarlo y pedir que se retire del Senado.
Hay quienes observan que el costo político que carga el senador empieza a hacer mella y a desgastar a la presidenta, a la vez que las prácticas oscuras de su círculo cercano alimentan los rumores de que su impunidad no será eterna.
No es sólo que Bermúdez Requena esté vinculado con un grupo criminal que no puede seguir siendo explicado con retórica de ignorancia o de “desconocimiento”.
También es la red de factureros y financieros que se tejió en torno al senador, la cual salpica precisamente a la senadora Chávez, con quien tuvo esa conversación insolente para con la presidenta.
En el audio, uno de los muchos que tiene el gobierno, López Hernández le comenta a Chávez que había invitado a su “primo” López Obrador a una gira nacional con motivo de la aparición de su nuevo libro, que se supone saldrá al público en diciembre.
La invitación comenzó a trascender a la prensa hace unos 10 días, que no ha tenido respuesta ni pública ni privada por parte del expresidente, al que se refiere el senador como “primo”, expresión local en Tabasco, pero, aparentemente, porque no está confirmado, porque los padres de ellos sí tenían una relación familiar de segundo grado.
La parte toral de la conversación, sin embargo, es cuando López Hernández y Chávez comienzan a hablar de la presidenta Sheinbaum, de quien se expresan de manera ofensiva y peyorativa, con comentarios de su cara y físico indignos.
Lo que hacen rompe con los parámetros políticos, donde, si bien no es inusual que se traten así en todos lados, no es normal que sea con miembros de su propio partido y, menos aún, que sea la candidata por la que trabajaron.
Descuido o prepotencia al hablar de temas sensibles por teléfono.
Torpeza no sólo para López Hernández, sino para Chávez, que quiere ser la candidata de Morena para la gubernatura en Chihuahua.
Si antes de este episodio la paciencia con ella parecía haberse agotado en Palacio Nacional, sus comentarios podrían convertirse en un punto final a esas aspiraciones.
El senador ya no está sólo bajo fuego mediático.
Está en medio de un fuego cruzado dentro de su propio movimiento.
Si no rectifica, no bastará proclamar lealtad explícita al expresidente y deslealtad a la presidenta, aferrándose a la coordinación senatorial.