Mitomanía en el poder: Cuando la mentira se vuelve política pública y provoca caos de Gobierno
El Arte de Construir Confianza
No de administrarla, de construirla.
Cada palabra, cada decisión, cada promesa pública moldea esa confianza que sostiene la legitimidad de un gobierno.
Y cuando un gobernante se acostumbra a mentir (cuando convierte la mentira en método, en estilo, en reflejo involuntario) el resultado no es solo la erosión de la credibilidad, sino un caos institucional que termina por arrastrar a toda la entidad.
Esto es lo que hoy vive Nuevo León.
No estamos frente a errores, ni a improvisaciones aisladas, ni a las narrativas típicas de la política moderna.
Estamos frente a un fenómeno más profundo y más dañino: la mitomanía desde el poder, una compulsión por construir relatos ficticios para ocultar realidades incómodas, manipular percepciones y evadir responsabilidades.
Y cuando esa mitomanía se instala en el Palacio de Gobierno, los costos los paga la ciudadanía.
Un gobernador atrapado en sus propios relatos
De un gobernante se espera visión, seriedad, rumbo y resultados.
Pero lo que Nuevo León ha recibido en estos años es un gobernador obsesionado con vender una versión de sí mismo, aunque para eso tenga que retorcer datos, inventar logros o simular batallas épicas contra enemigos imaginarios.
Hoy la administración estatal opera como un teatro permanente: anuncios que no se concretan, obras que no avanzan, crisis que se maquillan, indicadores manipulados, y una constante narrativa de autoelogio que contrasta con la realidad que vive la gente en las calles.
La mitomanía política no es una anécdota psicológica: es un mecanismo de gobierno.
Y aquí se ha convertido en el sello de la administración.
La mentira como política pública
La mentira, en esta administración, dejó de ser un tropiezo para convertirse en herramienta.
En la práctica, funciona como un sustituto de la gestión, una cortina digital que oculta ineficacia, improvisación y desorden interno.
No es casualidad: cuando un gobierno no puede presumir resultados, presume relatos.
Se prometió seguridad, pero el Estado sigue enfrentando episodios críticos, violencia creciente y decisiones erráticas.
Se prometió movilidad de primer mundo, pero los retrasos, sobrecostos y errores de planeación en proyectos como la Línea 4 y 6 del Metro han exhibido la falta de rigor técnico y la obsesión por el espectáculo.
Se prometió un gobierno ciudadano y cercano, pero lo que hemos visto es una administración encerrada en sí misma, que gobierna desde redes sociales y no desde la realidad.
La mitomanía ha contaminado cada área.
- No se reconoce un error.
- No se corrige un rumbo.
- No se asume una responsabilidad.
La narrativa substituye la gobernanza. Y eso es lo más peligroso.
El caos como resultado natural
El caos de gobierno no nace de la mala suerte ni de conspiraciones externas.
Nace de tres raíces que hoy están claramente visibles:
- La incapacidad de reconocer la realidad: Un líder que miente de manera constante se va desconectando de su propio gobierno. Empieza a creer en sus relatos. Se rodea de personas que confirman sus versiones. Se aleja del territorio, de los datos, de las voces críticas. La consecuencia es un gobierno sin diagnóstico y, por lo tanto, sin capacidad de resolver.
- La improvisación como hábito: Cuando la mentira sustituye la planeación, cuando el anuncio importa más que el resultado, los proyectos públicos se convierten en impulsos. Y un gobierno impulsivo es un gobierno que administra crisis en lugar de evitarlas.
- La polarización como única defensa: Para proteger la mentira, el gobernante necesita un enemigo. Alguien a quien culpar, alguien a quien señalar para distraer. Esa lógica ha contaminado la relación con alcaldes, con empresarios, con ciudadanos y con otras instituciones. El resultado es un clima político tóxico que desgasta a todos.
El costo para la ciudadanía: la normalización del engaño
Quizá lo más doloroso no es que un gobernante mienta.
Lo más doloroso es que la ciudadanía empiece a normalizar esas mentiras, a aceptarlas como parte del paisaje político, a renunciar a la exigencia ética porque “así es la política”.
En el fondo, la mitomanía en el poder funciona solo cuando la sociedad baja los brazos.
Pero Nuevo León no puede permitirse esa renuncia.
Un estado que presume liderazgo nacional no puede acostumbrarse a la irresponsabilidad, a la simulación ni al caos administrativo.
El desarrollo económico, la seguridad, la movilidad y la calidad de vida dependen de instituciones serias, no de gobernantes que se creen su propio guion.
¿Qué sigue para Nuevo León?
No se trata de atacar personas. Se trata de recuperar principios elementales de la ética pública:
- La verdad como base del liderazgo.
- La responsabilidad como condición del cargo.
- La rendición de cuentas como práctica cotidiana.
- La planificación como antídoto contra la improvisación y,
- La honestidad (no como virtud moral, sino como herramienta de gobierno). Hoy más que nunca, Nuevo León necesita una ciudadanía que observe, cuestione, compare e investigue. Porque donde la mentira se vuelve costumbre, el silencio ciudadano se vuelve complicidad.
Que NO nos arrebaten la verdad.
Los ciudadanos de Nuevo León no podemos permitir que la mitomanía se vuelva el nuevo estándar del gobierno.
Tampoco podemos aceptar que el caos administrativo se disimule con videos, discursos o encuestas de percepción claramente fabricadas.
La verdad es un valor público, un recurso democrático y un derecho colectivo.
Que quede claro: cuando ungobernante miente, no falla él… fallan las instituciones que encabeza, y fallamos también nosotros si lo dejamos pasar.
Es momento de recuperar nuestra voz, nuestra exigencia y nuestro sentido común.
La mentira puede servir para ganar tiempo, pero jamás para construir un futuro.
Nuevo León merece un futuro con orden, con visión y con líderes responsables, capaces de gobernar y con habilidades de operar en favor de todos los ciudadanos.
