El jefe y la candidata calca

No se puede decir que el arranque de campaña de la oficialista Claudia Sheinbaum el viernes en el Zócalo de la Ciudad de México, resultara sin mácula.
Todo lo contrario.
Forcejeó en el templete ante la vista de miles con la candidata sucesora en la capital, Clara Brugada, por la forma invasiva y atrabancada para pedirle que se dieran un beso, las amenazas del sindicalista preferido del presidente Andrés Manuel López Obrador, Pedro Haces, en contra del secretario del Partido Verde, Jesús Sesma, y un lapsus, quizá por los nervios, donde por poco concluye la proclama de “sigue la corrupción”, en lugar de la transformación.
$20 mil millones desviados en Segalmex.
— Luisa Gutierrez Ureña (@luisag_urena) March 2, 2024
$2,463 millones desviados a través de las pensiones a adultos mayores.
$45,641 pagados en contratos del IMSS simulando competencias.
$170 millones desviados en Jóvenes Construyendo el Futuro.
Con Claudia ¡que siga la corrupción! pic.twitter.com/Oz6dyHBBsA
Tampoco se puede decir que el atropellado inicio será la marca de su campaña.
Lo que sí se puede decir es que su campaña no le pertenece.
La estrategia electoral le pertenece a López Obrador, que está diseñando la organización de sus giras durante los tres meses de veda para promover a Sheinbaum y que voten por ella, y que sea él quien prenda la maquinaria electoral de Morena mientras la candidata no se aparte del guion que le escribió.
Para ello –y para protegerlo– envió a Cesar Yáñez a su campaña.
Yáñez fue marginado durante todo el sexenio por López Obrador por la forma como presumió su boda en la revista ¡Hola!, pero no lo dejó a la deriva.
Lo tuvo en la nómina de la Presidencia y luego le permitió apoyar a Adán Augusto López en la Secretaría de Gobernación, cuando pretendió quitarle la candidatura a Sheinbaum.
El Presidente lo recuperó y lo envió a la campaña de la oficialista para que fuera el enlace y operador entre los equipos para coordinar el plan de López Obrador para arrastrar a su sucesora.

López Obrador quiere que las giras que hará durante la campaña presidencial tengan un contenido simbólico, que servirá de parapeto.
El Presidente irá abriéndole brecha a Sheinbaum y hablará con los gobernadores de Morena para exigirles la movilización de los electores, sin permitirles bajar la guardia o brazos caídos.
Yáñez estará trabajando en coordinación con Alejandro Esquer, secretario particular de López Obrador, y tendrá que alinear la agenda y giras de Sheinbaum con las del Presidente, así como también los mensajes, de tal forma que lo que diga él lo repita ella.
Los matices que llegó a plantear de continuidad con cambio no le gustaron a López Obrador, y desaparecerán de su discurso, como perfiló al anunciar sus 100 propuestas, una calca de sus dichos, programas, sueños, promesas, filias y fobias.
El problema no será el contenido, pues los discursos son casi idénticos.
De lo que se trata es de empatar el momento en que los digan.
López Obrador será el rompehielos que irá al frente de la campaña para que ella pueda navegar en aguas tranquilas, sin tener que negociar con las fuerzas políticas en los estados morenos a donde vaya, porque esa tarea la hará él.
Con esto existirá en los hechos una dirección estratégica vertical desde Palacio Nacional, con operadores del Presidente en el equipo de Sheinbaum para que no se crucen en el camino y afecte su diseño electoral.
López Obrador desprecia y no tiene confianza en varios de los colaboradores de la candidata.
Por ejemplo, el Presidente cree que fue la actitud del equipo de Sheinbaum lo que provocó que Brugada y su equipo no tengan buena comunicación con ella, y no que la candidata fuera quien instruyó congelarla.
López Obrador no quiere ver o no tiene la información correcta sobre lo que está sucediendo entre ellas, cuyas fricciones deberían ser la alerta más seria en el arranque de las campañas.
