Siete Puntos

El otro es peor que yo

Pareciera que el domingo seis de junio iremos al mercado de los comicios con poco bueno qué escoger.
1.

Hace años, una adolescente me confesaba su gran pecado: tenía muchas aspiraciones.

Me llamó mucho la atención pues nunca nadie había compartido tal tropiezo moral.

Tratando de indagar le pregunté por qué se sentía así. “Es que siempre quiero ser la número uno en mi salón de clases”, respondió compungida.

Escarbando en su interior la cuestioné: a ver, ¿qué prefieres? ¿ser el primer lugar de tu grupo, sacando ocho de calificación, o tener un 10 de promedio, pero compartiendo la nota con algunas compañeras?

2.

No lo pensó un solo instante. “La mejor de todas” -contestó-. “Aunque sea con un ocho”. Ahora el apesadumbrado fui yo.

Me daba tristeza la nula ilusión de la muchachita por la excelencia, y me pareció desolador su satisfacción por la mediocridad.

“Por eso estamos como estamos”, pensé, aplicando nuestra terrible tesis mexicana.

Y es que al compararnos con otras personas corremos siempre el riesgo de caer en el conformismo, la resignación de quien se contenta con derrotar al enemigo, sin vencer las propias limitaciones.

3.

Si en cualquier terreno las comparaciones son peligrosas -odiosas, reza el dicho-, en la política partidista y en sus campañas electorales son engañosas.

Hoy las ya famosas guerras sucias se manifiestan con este afán: demostrar que los demás candidatos son peores que yo, sin importar si yo los supero a ellos.

Son relevantes sus defectos, sus pasados, sus errores, y no se resaltan las virtudes -¿porque no las hay?- de quien se compara. Las energías se canalizan más en la denuncia ajena que en la propuesta propia.

4.

Pero no sólo los candidatos y sus partidos ofrecen este espectáculo conformista. Pareciera que también en los votantes se está instalando, con lujo de flojera analítica, esta suerte de desaliento participativo.

La creciente invitación al voto útil ha hecho que muchos opten por el menos malo, por el que, no obstante historias impresentables, aparece como alternativa de quienes, de nuevo, presentamos como peores. Y una vez más la sabiduría popular viene en auxilio de este abandono decisorio: más vale malo por conocido que bueno por conocer.

5.

Ahora bien. Es preciso reconocer que, con frecuencia, la realidad no ayuda. Me remito a una anécdota.

Cuando un diácono va a ser ordenado sacerdote, el obispo pregunta al rector del seminario si el candidato es digno de recibir tal ministerio.

El protocolo indica que se debe responder: basado en el parecer de quien lo conoce, puedo afirmar que es digno.

En son de broma, o como un derroche de humildad, los últimos ordenados sostienen que quien los presenta ha afirmado: señor obispo… es lo que hay.

6.

Pareciera, entonces, que el domingo seis de junio iremos al mercado de los comicios con poco bueno qué escoger.

Sin embargo, conviene recordar que sólo por una causa grave, y realizando alguna actividad equivalente, podemos abstenernos en conciencia de nuestro derecho-deber de votar.

Ojalá y nos vayamos alistando, desde ahora, para conocer las propuestas -¡qué ojalá lleguen!- de los candidatos y sus partidos, no sólo a la gubernatura y las alcaldías, sino también a las diputaciones locales y federales. Preparémonos.

7. Cierre ciclónico

Hace 50 años participé con el equipo de futbol representativo del seminario en un torneo.

La indicación de nuestros superiores fue muy clara: no importaba que ganáramos los partidos sino que diéramos ejemplo de lo que hoy se conoce como fair play (juego limpio).

La advertencia incluía el no recibir tarjeta alguna, ni amarilla ni, mucho menos, roja, y no protestarle al árbitro.

En un juego muy disputado me atreví a reclamarle al silbante, y el padre-entrenador me sacó de inmediato.

Al árbitro se le respeta”, enfatizó.
Padre Paco

El sacerdote José Francisco Gómez Hinojosa (Monterrey, México, 1952) es el actual Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey. Es diplomado en Teología y Ciencias Sociales por el Departamento Ecuménico de Investigaciones de San José, Costa Rica, y doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha sido profesor en el Seminario de Monterrey, en la UDEM, el ITESM, la Universidad Pontificia de México, el Teologado Franciscano, el EGAP (Monterrey) y la Universidad Iberoamericana (Centro de Extensión Monterrey).