Fiestas clandestinas atrapan a nuestros jóvenes

Lo ocurrido el pasado domingo 30 de noviembre en la fiesta clandestina es de suma preocupación.
Y lo digo como padre, abuelo y ciudadano.
Las notas periodísticas exponen lo sucedido en la madrugada de ese día en SPGG:
Una fiesta clandestina con al menos 350 menores de edad, entre 14 y 17 años, dentro de un domicilio particular donde corrían alcohol, vapeadores, cigarros y posiblemente drogas, en la cual tuvo que intervenir la policía.
Es imposible minimizar este hecho.
Estamos frente a un caso que revela la falta de supervisión familiar de cientos de jóvenes, expuestos a entornos de riesgo.

Este no es un caso aislado. Es parte de un fenómeno que se ha extendido por todo el país:
Fiestas clandestinas masivas donde menores de edad participan sin supervisión familiar, sin condiciones de seguridad y en entornos que combinan ilegalidad, riesgo y acceso temprano a sustancias.
Por eso, primero se debe reconocer lo más incómodo:
Ningún menor llega a un evento de estas dimensiones sin que exista una ausencia grave de supervisión en casa.
La integridad de los hijos no se delega a la ubicación con un dispositivo móvil ni a un mensaje ocasional.
Los padres deben saber con quién salen, a dónde van y en qué tipo de entorno estarán sus hijos. La familia es la primera protección. Cuando esa barrera falla, ninguna autoridad puede suplirla.
También nos corresponde cuestionar ¿cómo un evento de 350 menores no fue detectado por el C4 de ese municipio?

