La hora de Marcelo

Marcelo Ebrard tiene toda la razón en su inconformidad sobre el curso que sigue el proceso de selección de la candidatura presidencial en Morena.
No ha habido un piso parejo y hay una abierta inclinación del presidente Andrés Manuel López Obrador por su protegida, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.

Sus planteamientos para encontrar una fórmula que permita una contienda equilibrada y justa para todos no debería ser necesario hacerlos, porque lo que exige se encuentra contenido en los estatutos de Morena.
Si se aplicaran, el proceso sería terso, pero al mismo tiempo, si se cumpliera con lo establecido, Sheinbaum estaría en desventaja.
Ebrard está recorriendo un camino conocido que, desde ayer, buscará cambiar su destino.
Su primera experiencia amarga fue el proceso de sucesión en 1993, cuando su mentor, Manuel Camacho, jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, creyó que su viejo camarada de la universidad, Carlos Salinas, se inclinaría por él para que lo sucediera.

No sabía que Salinas tenía mucho tiempo de haber descartado a Camacho, al perderle la confianza por su relación con los adversarios políticos del presidente.
Cuando se nominó a Luis Donaldo Colosio como candidato, Camacho hizo un berrinche, nunca lo felicitó y, pasados los meses, al dejar de ser funcional, fue marginado hasta que se fue del PRI.
Ebrard estaba a su lado y también se fue al gulag mexicano
Fundaron un partido socialdemócrata sin dinero –la casa donde estaba la sede era de la abuela del canciller– y luego Ebrard buscó refugio en el Partido Verde, de quien fue un sobresaliente diputado.
Camacho y Ebrard se acercaron a López Obrador, con quien habían negociado en los 90 para que levantara sus plantones en el Zócalo, en una dialéctica donde uno presionaba y los otros le daban dinero del presupuesto para su movimiento en Tabasco.
