Siete Puntos

Mejor un carajillo

A lo largo de su sexenio, el presidente de la República ha mandado en 16 ocasiones al carajo a diferentes personas y en diversas circunstancias.
1.

En mis tiempos del seminario hice amistad con un compañero que era sumamente respetuoso y propio para hablar: jamás se permitió una de las llamadas palabras altisonantes. Pero en un partido de futbol, contra uno de los equipos profesionales de la ciudad, mi amigo fue expulsado porque respondió con un golpe a un escupitajo lanzado por un mañoso rival. Al abandonar la cancha, insidiosos, le aconsejamos que se desquitara con el escupidor o, al menos, insultara al silbante. Detuvo sus pasos, se giró, y gritó: “¡señor árbitro!”.

2.

Pensamos en una injuria monumental, mínimo el recuerdo materno, pero el educado seminarista sólo alcanzó a decir: “¡señor árbitro, es usted una vaca!”.

¿Fue una oportunidad de revancha desperdiciada? Muchos pensamos que sí, aunque el comedido expulsado se fue con la satisfacción -claro, momentánea, porque después la cruda moral lo obligó a confesarse- de quien respondió al agresor con un golpe semejante o hasta superior. Y es que, sin la estridencia de la palabrota, se le dijo al juez que era un animal…

3.

… incapaz de razonar, presto para rumiar hierba con agua, disponible para otorgar leche de sus ubres y acosado de forma permanente por los toros -dicen que los sementales de Torrehandilla, España, huelen a las vacas a un kilómetro de distancia-.

¿Qué preferiría el “señor árbitro”: una majadería o que se le identificara con las características animales antes descritas?

No lo sé, pero a veces la aparente deferencia con la que se ofende a una persona, no puede ocultar lo que en realidad es, un insulto.

4.
Pues resulta que, a lo largo de su sexenio, el presidente de la República ha mandado en 16 ocasiones al carajo a diferentes personas y en diversas circunstancias.

La constante: son individuos o grupos llamados por él conservadores, enemigos, traidores a la patria, etc. que lo mismo lo cuestionaron por no visitar a los familiares de los muertos en la tragedia de la Línea 12 del Metro capitalino, que critican la contratación de médicos cubanos. Irritado en ambas ocasiones, el primer mandatario de la Nación utilizó esa expresión en vez de otra más coloquial…

5.

… más familiar, y con la que se ha nombrado su rancho en Palenque, Chiapas, y a donde se irá una vez concluida su gestión.

Cualquiera de las dos expresiones denota, además de una gran molestia en quien las profiere -y un líder con esa investidura no debería enojarse con sus adversarios, que no enemigos-, una notable falta de respeto para quien disiente, con razón o sin ella.

Mandar al carajo, o a algún otro sitio semejante, expresa incapacidad para dialogar con mesura, para evaluar las críticas, para reconocer, si así fuera necesario, los propios errores.

6.

En vez de que me manden al carajo, yo prefiero un carajillo, fresco digestivo con sabor cremoso, logrado a base de mezclar café -para mí descafeinado, pues me impediría dormir la siesta- con licor 43 y algo de hielo. Pero que sea con buena compañía, capaz de dialogar en la sobremesa de manera intensa pero respetuosa, escuchando más que hablando, disfrutando cada sorbo de la bebida y cada argumento de la razón, paladeados ambos con fruición y detenimiento.

Mil veces, entonces, un carajillo que un carajo, así sea dicho con todo respeto.

7.

Cierre icónico.

Terrible lo sucedido en la Escuela Primaria Robb, de Uvalde, Texas. Al menos 19 niños y dos adultos fueron asesinados por un joven, que previamente había hecho lo mismo con su abuela.

El desequilibrado compró rifles de asalto al momento de cumplir sus 18 años.

La masacre -otra- nos duele todavía más porque los muertos son todos de origen mexicano.

Pasan republicanos y demócratas por el poder y se mantiene la libre venta de armas como parte fundamental de la cultura norteamericana. Y todavía nos preguntamos por qué se sienten los dueños del mundo.

Padre Paco

El sacerdote José Francisco Gómez Hinojosa (Monterrey, México, 1952) es el actual Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey. Es diplomado en Teología y Ciencias Sociales por el Departamento Ecuménico de Investigaciones de San José, Costa Rica, y doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha sido profesor en el Seminario de Monterrey, en la UDEM, el ITESM, la Universidad Pontificia de México, el Teologado Franciscano, el EGAP (Monterrey) y la Universidad Iberoamericana (Centro de Extensión Monterrey).