La filología y el “pinche mamarracho” digital
Entre palabras y susceptibilidades
Nos encontramos con personas de alta susceptibilidad y piel muy fina, a las cuáles no puedes tocar ni con el pétalo de una rosa —auditiva o escrita—, particularmente en temas políticos o ideológicos donde la geometría política de los participantes va hacia todos los horizontes posibles.
Ante esto me hice a mí mismo algunas preguntas:
- ¿Es válido el uso de palabras altisonantes, groseras e incluso barbarismos en la conversación diaria en los actuales chats de WhatsApp?
- ¿Palabras como corrupto, mugroso, mamarracho, cínico en discusiones sobre política o ideología política son aberraciones del idioma?
¿Qué opina la filología al respecto?
Esto es un poco de lo que me respondo….
- La filología no condena, estudia
La filología, lejos de actuar como una policía del lenguaje, se dedica a entender cómo evoluciona la lengua: cómo los hablantes moldeamos las palabras según las emociones, la ideología o la tensión del momento. Una grosería o un barbarismo no son aberraciones del idioma, sino manifestaciones legítimas del habla viva.
Palabras como mamarracho (del italiano mammalucco, “hombre torpe o ridículo”) o mugroso (del latín mucus, “sucio, inmundo”) demuestran que el lenguaje absorbe y transforma la realidad.
La lengua no se contamina: se adapta, se colorea y se vitaliza.
- Cada palabra en su contexto
La lengua se mueve entre registros lingüísticos.
En un discurso académico usamos el registro formal; en la sobremesa o en un chat, el coloquial o popular, donde se abren paso los modismos, barbarismos y palabras “altisonantes”.
Cada registro tiene su espacio.
Lo verdaderamente absurdo no es decir “pinche corrupto” en un grupo de WhatsApp, sino pretender sonar académico y culto en una conversación donde todos están desahogando su coraje ciudadano.
- La palabra fuerte cumple una función social
Desde la pragmática lingüística, las palabras cargadas —groseras, vulgares o coloquiales— cumplen funciones concretas:
- Catártica, cuando descargan enojo o frustración.
- Solidaria, cuando crean complicidad entre participantes.
- Ideológica, cuando expresan indignación o denuncia.
Decir “estos mamarrachos del gobierno” no es simple vulgaridad: es una forma de expresión política y emocional.
El español mexicano, con su herencia de picardía, sarcasmo y crítica popular, ha hecho del lenguaje una trinchera social donde la palabra fuerte tiene valor de protesta.
- El fin del purismo
En la filología contemporánea encontramos que el purismo lingüístico es más una ideología que una ciencia.
El lenguaje cambia al ritmo de la sociedad, y hoy las redes, los memes y los chats son el nuevo laboratorio de la lengua.
La filología moderna no se escandaliza ante un “chingado” o un “cínico mugroso”: constata que esas expresiones cumplen una función discursiva legítima, producto de una comunicación inmediata y emocional, propia de la era digital.
Honestamente, creo que las palabras altisonantes no son aberraciones si son presentadas en su contexto.
Y más aún: son parte de la identidad lingüística y política de una sociedad que, al perder la confianza en sus instituciones, ha encontrado en el lenguaje coloquial una forma de resistencia, ironía y catarsis.
La filología —si desea seguir siendo actual— debe mirar los chats, los stickers y los audios de WhatsApp como lo que son: la nueva plaza pública del siglo XXI, donde el pueblo habla con toda su fuerza, su ingenio y su léxico.
Para mayor claridad, veamos un ejemplo comparado: una misma idea, tres formas:
Registro formal:
“La clase política mexicana ha demostrado una preocupante falta de ética pública y una tendencia persistente a la corrupción estructural.”
Registro coloquial:
“Los políticos en México siguen siendo los mismos de siempre: sinvergüenzas que se llenan los bolsillos y se burlan de la gente.”
Registro popular o vulgar:
“Estos pinches mamarrachos son la misma bola de corruptos de siempre, se roban todo y todavía se hacen los cínicos.”
La idea es la misma; cambian el tono y la emoción.
