Ni Guadalupe ni Quetzalcóatl
1.
De por sí un personaje pintoresco, por sus botas y estilo dicharachero, llamó la atención con su visita a la Basílica de Guadalupe capitalina.
Tal gesto le valió el mote de “primer presidente guadalupano”, sin observar que quizá algunos de sus predecesores también lo fueron, pero mantenían tal devoción en lo privado.
Por si eso fuera poco, su hija Paulina le entregó una Biblia en la ceremonia del Auditorio Nacional.
2.
La coyuntura era escatológica, milenarista, por el arribo del siglo XXI, y el nuevo mandatario se presentaba como el mesías esperado.
Y es que, desde su campaña, insistió en ostentar simbología religiosa, y no dudó en confesar su filiación católica.
Nunca es conveniente dudar de los motivos que tienen las personas con ese tipo de manifestaciones: concedamos que son sinceras y de buena fe.
Sin embargo, tampoco podemos negar que tales expresiones siempre se han utilizado para fortalecer el liderazgo, sobre todo en un país como el nuestro.
3.
En una cultura tan anticlerical como la mexicana, el gesto del panista fue severamente criticado.
Y me parece que con razón.
Aunque la fe cristiana tiene una necesaria dimensión social, y no puede reducirse al ámbito de lo religioso, sino que también abarca los terrenos de la economía, la familia, la educación, la recreación, y la misma política, vivimos en una república que, de acuerdo al artículo 40 de la Constitución, es laica.
Por laicismo no podemos entender persecución religiosa, sino respeto a todas las creencias, sin que los gobernantes presuman su pertenencia a alguna de ellas.
4.
Pues ahora asistimos a otra exhibición semejante.
Los nuevos integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), el pasado lunes, se hincaron para rezarle a Quetzalcóatl -imagino que para pedirle luz en sus próximas decisiones-, dando seguimiento a los ritos de purificación y entrega de bastones de mando que comenté la semana pasada.
No sé si las y los nuevos ministros pensaron que respetar el estado laico significa solo no profesar el catolicismo, o también es posible que alguno de ellos sea un ferviente devoto de la deidad mesoamericana.
5.
Lo cierto es que, como sucedió con la gestualidad foxiana en el 2000, estamos ante un hecho que supera con mucho lo religioso, y tiene todas las trazas de un nuevo planteamiento político: el cuatroteísmo quiere demostrar que apuesta por el respeto a los pueblos originarios, y por ello asume estos usos y costumbres.
Así lo ha expresado el nuevo presidente de la SCJN, Hugo Aguilar Ortiz, al señalar que ahora sí las comunidades indígenas serán respaldadas por la ley.
Qué bueno.
De nuevo, no podemos introducirnos en las conciencias y motivaciones de las personas.
6.
Pero la justicia no puede hacer distinción de razas o etnias, de credos religiosos o simpatías políticas, de amigos o enemigos, y como sucede con frecuencia, pareciera que las autoridades civiles utilizan símbolos religiosos para granjearse el respaldo popular, para acercarse a los posibles votantes.
Si al panista que visitó la Basílica se le cuestionó tal manipulación, así ahora también debe señalarse este hecho como nocivo para la pluralidad republicana.
Ni Guadalupe ni Quetzalcóatl deben ser signos de una sacralidad que la tarea pública no tiene.
7. Cierre icónico.
Participé en el maratón de CDMX el pasado domingo.
Pintoresca lo mismo por su escénico recorrido que por los corredores “chocolate” -que llegan a la meta sin haber cursado los 42K-, en esta ocasión la justa deportiva se distinguió por otra difícil característica: los baches, socavones, topes y de más impedimentos para poder transitar con tranquilidad.
Un maratonista en silla de ruedas, quien lideraba la prueba, cayó tratando de driblar un obstáculo.
“Era solo un bordecito… se trata de campañas que buscan desacreditarnos”, declaró la Jefa de Gobierno capitalina.