Sheinbaum: renovar o repetir
Sheinbaum no puede presumir como propio el único logro importante de su antecesor, que es la mejoría en los indicadores de pobreza.
Tampoco es suyo el mérito por el equilibrio macroeconómico heredado, del que hereda insostenibles costos en deuda y en desinversión pública.
Sheinbaum asume, no corrige, los fracasos de López Obrador en obra pública, educación, salud y violencia.
Este último es el único ámbito donde intenta algo distinto, digno de un nuevo gobierno, pero la herencia es tan pesada que el cambio emprendido parece marginal e incómodamente asociado a la presión estadounidense.
Las razones del estancamiento económico son asumidas como propias por Sheinbaum, quien sigue atrapada en una visión estatista rudimentaria según la cual empresas como Pemex y CFE pueden ser palancas del desarrollo.
Sheinbaum cree también en la fundación de empresas paraestatales asociadas a la palabra bienestar (Frijol del Bienestar, Chocolate del Bienestar…).
No hay en el nuevo gobierno un plan de desarrollo económico con metas claras de inversión y crecimiento.
Es sólo más de lo mismo.
La Presidenta goza de una alta popularidad y de un enorme poder.
Es la parte de su herencia con la que podría corregir los entuertos que hereda.
La popularidad es visible en las encuestas, pero quizá más importantes son los poderes heredados por la Presidenta, que no todo mundo quiere ver.
Me refiero a los cambios constitucionales y legales que concentran en la Presidenta un poder dictatorial, y el esqueleto de un partido de Estado, Morena, al que la reforma electoral de Sheinbaum volvería invencible.
Con estos poderes, la presidenta Sheinbaum podría emprender una verdadera transformación del país: su propia transformación.
La pregunta que está en la cabeza de muchos es si el uso de estos poderes está atado o no a la voluntad de López Obrador.
Y si la presidenta Sheinbaum puede renovar o sólo puede repetir lo que le heredan.
La pura repetición sería insostenible, ruinosa.