Emiliano Calvert DETONA: Hace unas semanas escribí sobre el cambio generacional en las empresas. 

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De migrante lavaplatos, a uno de los más ricos del mundo

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<h5 class="handdrawn subtitle">Como era de esperarse, el artículo generó conversación, chistes, algunas pedradas disfrazadas de retroalimentación, y opiniones divididas. </h5>

Justo lo que buscaba: entender cómo los “nuevos ejecutivos” (con ansiedad funcional, dominio de Notion y fe en que el multitasking funciona) y los “ejecutivos tradicionales” (con décadas de cancha, libretas físicas y sabiduría ganada a punta de errores) pueden convivir, colaborar… y hasta ganar juntos.

Y como los grandes temas de la vida se entienden mejor con fútbol que con PDFs, este fin de semana me topé con una metáfora perfecta: la final de la Nations League entre Portugal y España.

<h4 class="subtitle">Un duelo entre generaciones.</h4>

De un lado, Lamine Yamal, prodigio español de apenas 17 años, con más talento que bigote y toda una selección respaldando su hype. 

Del otro, Cristiano Ronaldo, 40 años, cabello intacto, físico de videojuego, y ese espíritu competitivo que parece no envejecer nunca.

Y pasó lo que no todos esperaban: Lamine brilló, pero no fue suficiente. 

Cristiano, con menos velocidad, pero más inteligencia, supo leer el partido, calmar a los suyos, y aparecer justo cuando hacía falta. Resultado: Portugal ganó.

<h5 class="handdrawn subtitle">De la cancha al coworking</h5>

No pude evitar pensar en la oficina. 

En los equipos donde el joven recién llegado quiere demostrarlo todo en la primera junta, y el veterano que ya vio este problema hace 8 años, solo observa con calma. 

Porque una cosa es ser parte de esta nueva generación que empieza a abrirse paso. 

Y otra muy distinta es intentar minimizar o ignorar los kilómetros recorridos por los que ya estaban antes.

¿Tienes un “Cristiano” en tu equipo?

Ese que no siempre lidera desde el micrófono, pero sí desde la compostura.

Ese que sabe cuándo hablar… y cuándo no alterar el ritmo.

Ese que no te da un masterclass en Canva, pero te salva del caos con una sola frase:

<h4 class="subtitle">"Tranquilo, esto ya lo vivimos en 2017. Hay forma."</h4>

<h5 class="handdrawn subtitle">Experiencia no es lentitud, es enfoque</h5>

Vivimos una época donde se premia lo nuevo, lo rápido, lo disruptivo. 

Y no está mal. 

Pero en el intento de actualizar todo, a veces corremos el riesgo de menospreciar la experiencia como si fuera obsolescencia.

Sí, los jóvenes traen ideas frescas, herramientas digitales y menos miedo al cambio.

Pero también, a veces, más ansiedad, menos paciencia, y una falsa urgencia por demostrar que ya deberían estar liderando.

Del otro lado, los veteranos tienen contexto, intuición, y una especie de brújula silenciosa que les dice cuándo algo huele raro… aunque el Excel diga que todo va bien.

No se trata de competir. 

Se trata de complementarse.

<h5 class="handdrawn subtitle">La jugada perfecta es intergeneracional</h5>

En el fútbol, el pase perfecto muchas veces viene de alguien que ya no corre igual, pero sabe dónde estará el otro antes de que él mismo lo sepa.

En la empresa, pasa lo mismo. 

Los mejores equipos no se dividen por edad, sino que se alinean por intención.

El joven pone la energía, la curiosidad, las herramientas nuevas.

El veterano pone la estabilidad emocional, la visión de largo plazo, y la experiencia para no prenderle fuego al Excel solo porque algo no carga.

Ambos son valiosos. 

Pero lo son más cuando juegan del mismo lado.

<h5 class="subtitle handdrawn">En fin…</h5>

Lamine no es menos por no haber ganado. 

Está en su proceso. 

Y tiene todo para llegar.

Cristiano no es eterno, pero dejó claro que los años cuando se entrenan no son carga, son ventaja.

Y en las organizaciones pasa igual.

Los jóvenes deben levantar la mano, sí.

Pero también levantar la mirada, para entender qué camino ya fue recorrido.

Y los veteranos deben escuchar, claro.

Pero también recordar que su experiencia aún es necesaria… si saben cuándo sacarla a jugar.

Porque los mejores equipos no ganan por talento joven, ni por experiencia acumulada.

<h6 class="subtitle underlined">Ganan cuando uno corre, el otro dirige… y ambos se pasan el balón sin miedo ni ego.</h6>

Opinión

¿Lideras como Lamine o como Cristiano?

Emiliano Calvert DETONA: Ayer me topé con una frase que lo resume todo: “Los líderes no son héroes, son reflejos de su gente”.

<h5 class="handdrawn subtitle">Y nadie refleja mejor esa ambigüedad que Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019. </h5>

Joven, carismático, hábil con las redes sociales, y convertido para bien o para mal en un fenómeno viral que ha conquistado TikTok, titulares y platicas en carnes asadas. 

Es común que en una plática con amigos salga la pregunta: “¿Tú qué opinas de Bukele?” Y ahí vienen las divisiones. 

Están los que lo ven como el líder que por fin puso orden, y los que no le compran ni el saco ni el iPad, y lo siguen catalogando como un "junior autoritario con branding". 

Por eso, más allá de etiquetas, aquí va un recorrido equilibrado por lo más relevante de su administración.

<h5 class="handdrawn subtitle">Seguridad: 80% menos de homicidios y nuevas mega cárceles</h5>

Uno de los puntos más mediáticos y también más polémicos de su administración es su política de seguridad. 

Desde que lanzó el Plan de Control Territorial en 2019, los números oficiales han sido contundentes: los homicidios bajaron más del 80%, pasando de 38 por cada 100,000 habitantes a menos de 2. 

En otras palabras, el país más violento de América se convirtió, casi de la noche a la mañana, en uno de los más seguros. 

Para muchos, esto es motivo suficiente para aplaudir de pie.

Para otros… más bien para dudar.

<h4 class="subtitle">Pero no fue gratis. </h4>

Detrás de esa baja en violencia hay un régimen de excepción que lleva ya más de dos años en vigencia, miles de detenciones masivas, y la construcción de una megacárcel (el CECOT) que parece salida de una película de terror… o del marketing salvadoreño.

Organismos internacionales se han quejado por las condiciones carcelarias y las presuntas violaciones a derechos humanos. 

Pero Bukele ha sido claro: “Esos organismos no vivían el terror que estos pandilleros sembraron en el país”. 

Incluso ha dicho públicamente que, si vuelven a causar caos, reducirá sus comidas a una al día. 

Y según varias notas periodísticas, los reos no comen carne, pollo ni pescado, “hasta que todo el pueblo tenga la capacidad de hacerlo”.

Para algunos, firmeza. Para otros, crueldad innecesaria.

Lo que es claro: Bukele no busca quedar bien con la ONU. Busca resultados.

¿Lo logra? 

Eso queda en el juicio de cada uno… y en el estómago de los presos.

<h5 class="handdrawn subtitle">Imagen global: un fenómeno que rompe esquemas</h5>

Su popularidad supera el 8085% incluso hoy. Ha recibido atención internacional: se le reconoce como “millennial disruptor” y “modelo a seguir” por varios líderes en América Latina.

Pero también se le acusa de ir matando la independencia judicial y de reelección irregular.

<h5 class="handdrawn subtitle">Más complejidad: economía, migración y corrupción</h5>

Bukele hizo del bitcoin moneda nacional, pero la apuesta no cumplió metas y generó críticas. 

Además, entregó un salvadoreño acusado injustamente a EE. UU. bajo procedimientos muy dudosos. 

También disolvió una comisión anticorrupción respaldada por la OEA, generando sospechas de falta de transparencia.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Entonces? Un balance para que decidas</h5>

<h4 class="subtitle">Pros</h4>

<ul>
	<li>Seguridad: homicidios en mínimos históricos</li>
	<li>Popularidad: avalada por la gente</li>
	<li>Estilo disruptivo: sin miedo a salirse del guion</li>
</ul>

<h4 class="subtitle">Contras</h4>

<ul>
	<li>Derechos humanos: denuncias de abusos</li>
	<li>Instituciones debilitadas: judiciales y legislativas</li>
	<li>Autoritarismo de un solo hombre, con reelección cuestionada</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">En tus manos queda el veredicto&nbsp;</h5>

No vengo a venderte Bukele como si fuera membresía de Gym en enero. 

Tampoco a crucificarlo con el tono indignado del tío que comparte noticias en mayúsculas.

Solo vengo a poner los hechos sobre la mesa y a recordarte esa frase que lanzó (que muchos repiten): “Los derechos humanos de la gente honrada están por encima de los de los delincuentes”.

¿Tiene lógica? Claro.

¿Tiene riesgo? También.

Porque una cosa es pedir orden, y otra muy distinta es aplaudir cualquier medida con tal de tener calles tranquilas… aunque se parezcan cada vez más a un set de Black Mirror.

La pregunta incómoda es esta:&nbsp;

¿Vale más el orden que la libertad?

¿O hay un punto medio entre el caos con derechos y el silencio con rejas?

<h5 class="subtitle handdrawn">Tarea del día:</h5>

No te quedes con la opinión del influencer que grita o del primo que dice “yo sí los metía a todos en un costal”.

Googlea un poquito. Lee más allá del titular.

<h6 class="subtitle underlined">Y, por favor, no formes tu criterio solo con lo que postean en el grupo de WhatsApp donde todavía reenvían cadenas de “AMLO vs Bukele” con stickers.</h6>

Bukele: entre barras y aplausos

Emiliano Calvert DETONA: Un buen surfista no solo es hábil, también es consciente de su contexto: el clima, la corriente, la fuerza de la ola, y su propio miedo. Un buen líder también.

<h5 class="handdrawn subtitle">Hoy en día liderar no es gritar órdenes desde la arena.</h5>

Es meterte al agua con el equipo, con la junta de última hora, con el Excel que no cuadra y con el proveedor que canceló el pedido justo cuando ya tenías al cliente esperando.

Y como en el surf: no siempre se gana por experiencia. A veces se gana por adaptación.

¿No te ha pasado que el practicante propuso una solución mejor que la del gerente con dos diplomados? 

Claro que sí. 

Porque la complejidad no respeta jerarquías, respeta agilidad.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Cómo se ve el líder surfista en la vida godín?</h5>

Empieza el día sabiendo cómo viene la marea

¿Hay buen ánimo en el equipo?

¿Ya se cayó el sistema?

Llega temprano, pero no para controlar, sino para escuchar.

Tiene claro que los planes estratégicos son como los pronósticos del clima: útiles, pero la mayoría de las veces cambian.

No es adicto al PowerPoint, pero sí al contexto.

Si algo sale bien, agradece. Si algo sale mal, se hace cargo. Así, sin culpas ni discursos.

&nbsp;

No se infla con el éxito, ni se hunde con el caos.

Porque liderar es más sobre crear condiciones para que otros brillen, que sobre ser la estrella.

No necesita ser el más listo, solo el más abierto.

<h6 class="subtitle underlined">¿Qué pasa cuando el mar está picado?</h6>

LA vida misma nos recuerda que el liderazgo hoy es más emocional que estructural. 

Y no estamos hablando de andar llorando en cada feedback (aunque si se te sale una, también está bien). 

Hablamos de:

<ul>
	<li>Entender que no todos están en su mejor día.</li>
	<li>Aceptar que la incertidumbre genera ansiedad, y sí: también en ti.</li>
	<li>Comunicar sin manual corporativo, y con más “cómo estás” reales.</li>
</ul>

En palabras de Nassim Taleb, autor de Antifrágil, hay sistemas que se rompen con el caos, otros que resisten... y otros que se fortalecen. 

El buen liderazgo no solo “aguanta vara”, crece con ella.

<h5 class="handdrawn subtitle">Reflexión final: ¿Y tú, qué tipo de ola eres?</h5>

Porque también está la otra cara de la historia: los que no surfean… sino que son la ola que arrasa.

El jefe que llega y baja el clima laboral tres grados.

El que se pone nervioso en el primer cambio y lo resuelve con más juntas y menos soluciones.

El que le tiene más miedo al error que al estancamiento.

Y no, nadie quiere ser esa ola.

Así que la próxima vez que el caos te salpique, no preguntes si es justo o si te tocaba.

Pregúntate:

<h4 class="subtitle">¿Estoy arriba de la ola o ya me revolcó el ego?</h4>

Porque el liderazgo de hoy no se mide por aplausos, ni por post en LinkedIn…

<h6 class="subtitle underlined">Se mide por cómo navegas el caos sin perder el sentido (ni al equipo en el intento).</h6>

Liderar es surfear: equilibrio, timing y un poco de suerte

Emiliano Calvert DETONA: Crisis empresariales y personales: el mismo drama, diferente presupuesto.

<h5 class="handdrawn subtitle">Dicen que “de las crisis se aprende”, pero lo dicen siempre después, nunca durante.</h5>

Durante una crisis solo hay caos, WhatsApps contradictorios, juntas de emergencia y esa mirada perdida del jefe que te hace pensar que todo está bajo control… aunque esté googleando “cómo manejar una crisis sin renunciar”.

Pero si algo he entendido con el tiempo es que las crisis en lo personal y en lo organizacional son un espejo sin filtros, que te muestra lo que eres, lo que fingías ser y lo que definitivamente estabas ignorando.

<h5 class="handdrawn subtitle">Externas vs internas: las crisis se parecen a las crudas</h5>

Hay crisis que llegan de afuera como un balde de agua helada: un temblor, un escándalo, una nueva tecnología que hace obsoleta tu chamba (hola, ChatGPT ), o un cliente que se va sin avisar.

Y hay otras que las cocinas tú mismo: cuando la comunicación en el equipo es tan buena como el WiFi del baño; cuando RH ignora los focos rojos que ya parecen rave; o cuando todos saben que hay un problema… pero nadie quiere ser el aguafiestas que lo diga.

En resumen: unas se sienten como accidentes. 

Otras, como decisiones mal cuidadas disfrazadas de rutina.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Y ahora quién podrá salvarnos?</h5>

No, no es el Chapulín Colorado.

Es tu cultura organizacional (si es que existe).

Es tu líder (si es que no está en LinkedIn buscando otra chamba).

Y eres tú (sí, tú que estás leyendo esto y tienes más responsabilidad de la que te pagan).

El manejo de una crisis NO es seguir un instructivo perfecto.

Es tener claro lo siguiente:

<ul>
	<li>La neta de qué pasó (aunque incomode).</li>
	<li>Quién lo va a decir y cómo (sin que parezca telenovela o comunicado robótico).</li>
	<li>Qué vamos a cambiar.</li>
	<li>Y qué vamos a aprender, aunque duela.</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">Líderes: no son superhéroes, pero sí pueden aprender a no incendiar más</h5>

Un líder en crisis tiene que hacer malabares con tres bolas encendidas:

comunicar,

decidir,

y contenerse emocionalmente y a su gente.

Y no lo va a hacer perfecto.

Pero si lo hace con verdad, aunque la riegue en el camino, el equipo se lo compra.

El peor tipo de jefe en crisis no es el que comete errores.

Es el que finge que no pasa nada o desaparece “porque está muy ocupado”.

Spoiler: No hay nada más visible que un jefe ausente.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Y qué hay de las crisis personales?</h5>

Bueno… esas también aplican.

Cuando estás a un correo de renunciar, cuando ves tu nómina y haces el clásico “no me alcanza ni para terapia”, o cuando te preguntas si estás donde deberías… eso también es una crisis.

Y adivina qué:

Los mismos principios aplican.

<ul>
	<li>Reconoce que hay un problema.</li>
	<li>Pide ayuda si no sabes por dónde.</li>
	<li>No tomes decisiones en caliente (ni con hambre).</li>
	<li>Y cuando pase la tormenta, hazte responsable de lo que aprendiste.</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">Crisis ≠ final</h5>

Crisis = reinicio con más colmillo

Las organizaciones que sobreviven una buena crisis no solo se recuperan.

A veces reconstruyen mejor.

A veces sacan lo tóxico.

A veces encuentran el verdadero propósito que andaban maquillando con frases de cultura en la recepción.

Y sí, también a veces terminan como Blockbuster… pero bueno, eso también es un aprendizaje (para los demás).

<h5 class="handdrawn subtitle">En fin…</h5>

Las crisis no vienen con advertencia, ni con tiempos razonables.

Pero sí vienen con una gran oportunidad: mostrar quién eres cuando nadie más sabe qué hacer.

<h6 class="subtitle underlined">Y eso aplica para las empresas…</h6>

<h6 class="subtitle underlined">y también para ti, querido godín en crisis existencial.</h6>

Crónicas de una crisis anunciada (y otras que llegaron sin invitación)

Emiliano Calvert DETONA: La semana pasada, entre scrolls de LinkedIn y ganas de posponer lo importante, me encontré con una publicación de Coach Gerardo Zaldúa. Hablaba de motivación y de cómo no es el superpoder mágico que nos han vendido, sino algo mucho más simple y, al mismo tiempo, más poderoso: la energía personal.

<h5 class="handdrawn subtitle">Y ahí me detuve. </h5>

Porque sí, la motivación es ese concepto romántico con el que abrimos lunes y cerramos años. 

Pero ¿qué pasa cuando no hay ganas, no hay música épica de fondo y no aparece nadie a darte un discurso de película?

Ahí es donde entra esto: la gestión de la energía.

<h5 class="handdrawn subtitle">La mentira del "si quieres, puedes"</h5>

Durante años nos vendieron esa idea: “si de verdad lo quieres, lo vas a hacer”. 

Y sí, hay algo de cierto en eso… pero también hay mucho de trampa emocional. 

Porque uno puede querer profundamente algo y aun así no tener ni media gota de gasolina para mover un dedo.

Y no es flojera.

Es desgaste.

Es saturación.

Es vivir en piloto automático, sobreviviendo entre pendientes, correos y cafés recalentados.

La publicación de Zaldúa que por cierto es muy directa y fácil de digerir te recuerda que no siempre necesitas más motivación. 

<h4 class="subtitle">Lo que necesitas es más energía.</h4>

<h5 class="handdrawn subtitle">La energía es el verdadero combustible (no la motivación)</h5>

Motivación es querer correr un maratón. 

Energía es tener las piernas para moverte del sofá.

Y aunque suene obvio, a veces confundimos querer con poder. 

Creemos que si algo no nos entusiasma es porque no lo deseamos lo suficiente, cuando muchas veces simplemente estamos agotados.

Zaldúa lo plantea con claridad: no se trata de hacer más, sino de usar mejor tu energía. 

Porque no importa qué tan motivado estés si estás fundido, sin foco, sin fuerzas. 

Lo único que lograrás es frustrarte.

<h5 class="handdrawn subtitle">El multitasking te drena (y no, no te hace más eficiente)</h5>

Vivimos con la falsa idea de que entre más cosas hagas al mismo tiempo, más productivo eres.

Pero seamos honestos: contestar WhatsApp mientras ves una reunión de Zoom, mientras piensas en la lista del súper, no es multitasking. 

<h4 class="subtitle">Es dispersión. </h4>

<h4 class="subtitle">Y esa dispersión consume tu energía más rápido que un lunes sin café.</h4>

La energía se pierde por exceso de pendientes abiertos, por tratar de estar en todas partes, por no saber decir “no” a lo que no aporta.

<h5 class="handdrawn subtitle">El arte de simplificar</h5>

Zaldúa propone que uno de los secretos para tener más energía es simplificar tu sistema operativo mental

¿Necesitas diez aplicaciones para organizar tu semana? 

¿Tres agendas? 

¿Doce notificaciones para recordarte respirar?

A veces, tener menos es la verdadera manera de hacer más.

Haz una lista con lo que realmente suma. 

No con lo que “se ve bien” hacer. 

Y si algo no conecta contigo, no lo fuerces. 

Porque gastar energía en actividades que no te importan solo por quedar bien es como pagar la renta de una casa en la que no vives.

<h5 class="handdrawn subtitle">No todo es productividad: también existe el descanso (y es sagrado)</h5>

En un mundo donde se presume no dormir y trabajar 12 horas diarias es un símbolo de estatus, descansar parece un lujo innecesario. 

Pero la realidad es que, si no descansas, no decides bien, no creas bien, no vives bien.

Zaldúa lo pone claro: necesitas establecer límites, frenar cuando sea necesario, desconectar. 

No para convertirte en un monje, sino para volver con batería real, no con la reserva parpadeando.

Y no, dormir no es suficiente si tu mente sigue trabajando mientras intentas descansar. 

Por eso, también se trata de aprender a desconectar de verdad: celular lejos, pendientes anotados, conciencia presente.

<h5 class="handdrawn subtitle">Pequeñas victorias, grandes impactos</h5>

Otro punto clave es el valor de las pequeñas acciones.

A veces creemos que solo los grandes logros cuentan: cerrar el proyecto, lanzar la empresa, firmar el contrato.

Pero lo que más nos mantiene en movimiento son los mini-impulsos: responder ese correo que llevas días evitando, levantarte a tiempo, aunque no quieras, avanzar una página más del libro, hacer lo que dijiste que ibas a hacer.

Eso genera energía.

Porque el progreso, aunque sea mínimo, te recuerda que puedes confiar en ti.

<h5 class="handdrawn subtitle">Lo que yo hago cuando no tengo ganas (pero sé que tengo que hacerlo)</h5>

Confieso que no soy experto en hábitos perfectos. 

Pero sí he aprendido a hacerle caso a ciertos rituales que me recargan. 

Cuando la energía se me va por la coladera, hago algo que no requiere mucho esfuerzo, pero me devuelve perspectiva: escribir en una libreta lo que me molesta, lo que me frustra, o lo que agradezco.

No porque sea fan del journaling, sino porque sacar lo que tienes atorado también libera energía.

Y a veces eso es todo lo que necesitas para volver a moverte.

<h5 class="handdrawn subtitle">Una pregunta para ti (sí, tú que estás leyendo en modo scroll)</h5>

¿Cuál fue la última vez que te sentiste lleno de energía?

¿Qué estabas haciendo? ¿Con quién estabas? ¿Qué decisión te permitió estar ahí?

Tal vez no necesitas más motivación.

Tal vez solo necesitas volver a diseñar tus días para que no te drenen.

<h4 class="subtitle">Conclusión: menos “échale ganas”, más “cuidemos la batería”</h4>

Este artículo no es para decirte que el mindset lo es todo.

Es para recordarte que la mente sin energía es como un carro sin gasolina: aunque quieras ir a toda velocidad, no llegas a ningún lado.

Cuida tu energía como cuidas tus finanzas:

<ul>
	<li>No la desperdicies en lo que no importa.</li>
	<li>Invierte en lo que te da retorno emocional.</li>
	<li>Y no vivas de préstamo (café, ansiedad y caos) creyendo que eso es lo normal.</li>
</ul>

Porque si algo entendí leyendo a Zaldúa y viviendo la vida real es que la motivación va y viene. 

<h6 class="subtitle underlined">Pero la energía… esa sí puedes aprender a conservarla.</h6>

El café no es energía

Emiliano Calvert DETONA: Alguna vez, la cultura corporativa era fácil de entender (aunque a los ojos de hoy un poco salvaje): si no llegabas en traje a las 8:59 am, eras un rebelde.

<h5 class="handdrawn subtitle">Si pedías “trabajo remoto”, te decían que eso era cosa de flojos. </h5>

Y si cuestionabas al jefe, mejor ibas buscando otro empleo.

Pero hoy… bienvenido al nuevo caos (digo, orden): equipos multigeneracionales, reuniones por Zoom donde nadie prende la cámara, empleados que se comunican con memes y algoritmos que aparentemente hacen tu chamba más rápido que tú.

Un artículo de Harvard Deusto lo dice sin rodeos: estamos frente a una reconfiguración profunda de la cultura empresarial, impulsada por dos detonantes que llegaron con todo: la inteligencia artificial (IA) y el relevo generacional. 

<h4 class="subtitle">Y no hay PowerPoint que lo frene.</h4>

<h5 class="handdrawn subtitle">Generación Y: líderes con Spotify Premium y ansiedad funcional</h5>

Si alguna vez te preguntaste qué pasaría cuando los millennials tomaran el control… bueno, ya pasó.

Esta generación acusada por algunos de frágil y por otros de hiperproductiva con déficit de atención está ocupando posiciones clave de liderazgo.

¿Y qué quieren estos nuevos capitanes corporativos?

<ul>
	<li>Flexibilidad (y no solo de horarios, también de criterio).</li>
	<li>Sentido de propósito (porque trabajar solo por dinero ya no alcanza).</li>
	<li>Tecnología (pero con una UX bonita, por favor).</li>
</ul>

Este nuevo liderazgo no está obsesionado con el reloj checador, sino con generar impacto. 

Y no con oficinas abiertas llenas de escritorios, sino con resultados… aunque sean enviados desde la sala de su casa, en pants.

<h5 class="handdrawn subtitle">La IA no viene por tu puesto (viene por tu rutina)</h5>

Mientras los millennials lideran con emojis, la inteligencia artificial está transformando la manera en que trabajamos.

No es exageración, es matemática dura.

Según datos del Foro Económico Mundial, para 2027 se crearán 69 millones de empleos… pero se perderán 83 millones.

<h4 class="subtitle">Sí, hay saldo negativo.</h4>

Pero también hay rotación: el 23% de los trabajos actuales desaparecerán o mutarán. 

Es decir, tu puesto tiene fecha de caducidad, aunque no te lo hayan dicho en Recursos Humanos.

La IA no es Skynet (por ahora). 

Pero sí es el compañero de trabajo más eficiente del mundo: no se queja, no pide aguinaldo y no se distrae con TikTok.

¿La buena noticia? No tiene creatividad, empatía ni intuición.

¿La mala? Tú sí las tienes… pero a veces se te olvidan.

<h5 class="handdrawn subtitle">Cultura corporativa: ese animal que nadie entiende pero todos sienten</h5>

Entonces, con nuevos líderes y tecnologías… ¿qué pasa con la cultura de las empresas?

Spoiler: “la cultura no es el mural de valores pegado en la sala de juntas. La cultura es lo que pasa cuando nadie está viendo”.

Es cómo se toman decisiones.

Es a quién se le escucha.

Es si puedes decir “no sé” sin que te tachen de incompetente.

Y ahora, la cultura necesita adaptarse. 

Porque ya no basta con "así lo hacíamos antes".

Lo que funcionaba con baby boomers no funciona con Gen Z.

}Y lo que funcionaba en oficinas físicas no aplica en un entorno digital y algorítmico.

¿Cómo se ve una nueva cultura organizacional?

Aquí unas pistas, sin tanta consultoría y más sentido común:

<ol>
	<li>Multigeneracionalidad sin bullying: No es millennial contra boomer. Es entender que todos tienen algo que aportar… aunque usen canales distintos para hacerlo (el uno llama, el otro manda sticker).</li>
	<li>Colaboración real, no cosmética: De nada sirve tener muchas reuniones si nadie se atreve a decir lo que piensa. La transparencia se construye con confianza, no con slides.</li>
	<li>Curiosidad como norma: Si no entiendes qué hace la IA de tu empresa, estás en riesgo. Pero si te da miedo preguntar… también.</li>
	<li>Feedback sin trauma: Ya basta del jefe que dice “te lo digo por tu bien” mientras arruina tu semana. El nuevo feedback es claro, útil y humano.</li>
	<li>Tecnología sí, pero con criterio: No todo lo que brilla es automatizable. Y no todo lo automatizable necesita serlo. Que la IA no reemplace tu capacidad de pensar.</li>
</ol>

<h5 class="handdrawn subtitle">Y los líderes, ¿qué onda?</h5>

Ser jefe hoy es como ser DJ en una boda con tres generaciones distintas: tienes que poner algo que le guste a todos, sin perder el ritmo. 
Un buen líder hoy no es el que tiene todas las respuestas, sino el que hace las preguntas correctas.

<ul>
	<li>¿Qué talento tengo enfrente?</li>
	<li>¿Qué herramientas necesita mi equipo para adaptarse?</li>
	<li>¿Estoy dejando espacio para la creatividad, o lo estoy matando con procesos?</li>
	<li>¿La cultura que promuevo es de miedo o de aprendizaje?</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">Una cultura que sobrevive… o que trasciende</h5>

Las empresas que sobrevivan no serán las más grandes, sino las más adaptables.

Y para adaptarse, no basta con implementar IA ni con contratar a la Gen Z como si fueran unicornios creativos.

Hace falta otra cosa: humildad cultural.

Saber que no tienes todas las respuestas.

Estar dispuesto a reescribir las reglas.

Y crear un entorno donde la inteligencia (humana y artificial) pueda explotar, sin tener que esconderse.

<h5 class="handdrawn subtitle">En fin…&nbsp;</h5>

Nos dijeron que el futuro sería digital. 

No nos dijeron que también sería humano.

Porque entre tantos datos, automatizaciones, dashboards y prompts… sigue siendo vital una cosa: la cultura que sostiene todo.

Esa cultura que no se escribe en el onboarding, pero se vive en el día a día.

Esa cultura que no tiene logo, pero sí consecuencias.

Y en ese sentido, la nueva cultura corporativa no es un lujo.

Es un salvavidas.

Así que ya seas millennial líder, centennial con hambre o boomer con curiosidad…

<h6 class="subtitle underlined">Lo único que no puedes hacer es quedarte igual.</h6>

“Millennials, bots y boomerang cultural: la oficina ya no es lo que era”

Emiliano Calvert: Cuando uno piensa en “liderazgo moderno”, imagina a alguien con suéter cuello V, hablando de empatía en un TED Talk.

Pero antes de que el liderazgo se volviera "cool", existió Jack Welch, el CEO que convirtió a General Electric en un monstruo corporativo… a punta de presión, resultados, y algo de frialdad quirúrgica.

Un CEO que no solo lideraba empresas, sino que las moldeaba a su gusto.

Amado por los mercados, temido por su gente, y estudiado hasta hoy por quien quiera entender qué significa eso de “dar resultados”.

Y aunque no queramos admitirlo, el mundo corporativo actual aún respira muchas de sus ideas.

<h5 class="handdrawn subtitle">La regla de oro: si no eres el mejor, estás de más</h5>

Welch no creía en la mediocridad. 

Y eso no lo decía en sentido figurado, lo decía literalmente. 

Bajo su liderazgo, GE solo se quedaba con unidades de negocio que fueran número uno o número dos en su sector. 

Lo demás, se vendía o se cerraba.

Así, limpió la casa.

<h4 class="subtitle">Sin sentimentalismos, sin disculpas.</h4>

“Gracias por participar, pero si no lideras, estorbas.”

Resultado: de 411 líneas de negocio, dejó menos de la mitad. 

¿Y la consecuencia financiera? 

Los ingresos de GE pasaron de 27 mil millones de dólares a más de 130 mil millones durante su mandato.

¿Duro? Sí. 

¿Efectivo? También.

¿Replicable en tu pyme de 15 personas? Bueno, eso es otro tema.

<h5 class="handdrawn subtitle">“Rank and yank”: El 10% que siempre perdía</h5>

Si alguna vez te quejaste del "evaluación de desempeño anual", imagina trabajar en una empresa donde cada año despedían al 10% con peor rendimiento. 

Así, sin importar si eras simpático, llevabas años ahí o tenías stickers motivacionales en tu laptop.

Esto se conoció como el modelo de vitalidad, o como a muchos les gusta llamarlo: la campana de Gauss sangrienta.

<ul>
	<li>El 20% top: premios, bonos, acciones, la gloria.</li>
	<li>El 70% del medio: “ok, sigue trabajando”.</li>
	<li>El 10% del final: “gracias por tu servicio, aquí está tu caja”.</li>
</ul>

¿Motivador? Para algunos.

¿Estresante? Para la mayoría.

¿Efectivo? En términos fríos: sí. 

Generó una cultura de resultados, pero también de miedo. 

De trabajar para no quedar último, más que por crecer genuinamente.

<h5 class="handdrawn subtitle">Menos burocracia, más acción (y menos drama)</h5>

Welch aborrecía la burocracia. 

Para él, cualquier reunión que podía haberse resuelto en una llamada era un crimen organizacional. 

Promovía decisiones rápidas, estructuras ágiles y un rechazo absoluto al "así se ha hecho siempre".

No es que amara el caos, es que odiaba la parálisis corporativa.

Implementó programas como “Work-Out”, que básicamente consistían en sentar a empleados de todos los niveles, eliminar intermediarios, y resolver cosas ahí mismo. 

Sin comités eternos, sin memos de 12 páginas, sin PowerPoints que nadie entiende.

Una especie de reunión de vecinos, pero donde sí se tomaban decisiones útiles.

<h5 class="handdrawn subtitle">La meritocracia… sin anestesia</h5>

Para Welch, el liderazgo no se trataba de carisma, sino de resultados concretos. 

No importaba si eras “buena onda” o te sabías el nombre del portero de memoria.

Si no dabas resultados, no tenías lugar.

Este enfoque ayudó a crear una meritocracia impresionante: los mejores subían rápido, los mediocres se estancaban, y los que no rendían... ya sabes.

Por supuesto, esto tiene una doble cara. 

Porque, aunque potencia el alto rendimiento, también puede eliminar la colaboración, crear ansiedad colectiva y hacer que todos vivan en modo “sobrevivencia corporativa”.

Pero eso sí, nadie salía de GE diciendo que no aprendió algo (aunque fuera a manejar el estrés con mantras budistas).

<h5 class="handdrawn subtitle">Y sin embargo... valores</h5>

Quizá lo más contradictorio de Welch fue que, a pesar de todo, valoraba la integridad por encima de los resultados. 

Más de una vez despidió a ejecutivos de alto nivel que no respetaban los valores éticos de la empresa.

Porque para él, hacer bien las cosas también incluía hacerlas bien moralmente.

Ese balance (o tensión) entre resultados y ética lo convirtió en un referente: un tipo que podía sonar brutal, pero que tenía claro que, sin principios, no hay liderazgo que aguante.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Y hoy qué aprendemos de Welch?</h5>

<h4 class="subtitle">Mucho. Y no todo es copiar.</h4>

<ol>
	<li>Claridad mata burocracia: Welch no daba discursos vagos. Decía lo que quería, esperaba resultados y daba dirección clara.</li>
	<li>Liderazgo ≠ popularidad: No se trataba de caer bien, sino de generar valor.</li>
	<li>No todos caben siempre: A veces hay que tomar decisiones duras. Welch lo hizo… a lo bestia, sí, pero con resultados.</li>
	<li>La cultura es un filtro, no un eslogan: Para él, los valores eran guía de contratación, promoción y despido.</li>
</ol>

<h5 class="handdrawn subtitle">Una pequeña reflexión con algo de cinismo.. &nbsp;</h5>

¿Es Jack Welch el modelo a seguir en 2025? 

No necesariamente. 

Su estilo, si bien legendario, choca con las nuevas generaciones que valoran el bienestar emocional, la colaboración y el feedback que no parezca una ejecución pública.

Pero negar su impacto sería como negar que el reggaetón pega: lo puedes criticar, pero ahí está.

Y funciona.

Welch es una advertencia y una inspiración.

Nos muestra lo que puede lograr la claridad brutal, pero también lo que cuesta liderar sin espacio para el error o el crecimiento emocional.

Hoy, quizá, nos toca tomar lo mejor de su legado (visión, decisión, exigencia) y combinarlo con lo que él mismo no tuvo que liderar: la vulnerabilidad, la empatía, y la humanización de las empresas.

<h6 class="subtitle underlined">Porque al final, el mejor líder no es el que más resultados da, sino el que deja una cultura que sigue dando resultados cuando él ya no está.</h6>

Jack Welch: El CEO que usó la eficiencia como religión (y el despido como doctrina)

Emiliano Calvert DETONA: Hace unos días, una vieja amiga que vive en Europa me mandó un mensaje:
“Escucha este episodio. Te va a gustar.”

Sugerimos leer

Normalmente cuando alguien que vive a 9 mil kilómetros de distancia te recomienda algo, hay dos opciones:

<ol>
	<li>Es algo aburridísimo con pretensiones de profundidad.</li>
	<li>Es algo que, sin querer, te saca una verdad que no querías ver.</li>
</ol>

Esta vez fue la segunda.

El podcast se llama Cartas a Santiago y el episodio, dramáticamente, pero con razón, se titula “El tiempo”.

Y no, no es sobre tips de productividad. 

Ni sobre cómo levantarte a las 5am para meditar con Tony Robbins. 

Es más simple y más brutal que eso: ¿cómo estás usando tu vida?

<h5 class="handdrawn subtitle">El tiempo no se pierde: se escoge mal</h5>

Desde que escuché el episodio me quedó sonando una frase:

“No estás perdiendo el tiempo, lo estás usando para otras cosas.”

Y eso, si lo pensamos bien… pica.

Porque es mucho más cómodo decir “es que no me dio tiempo” a decir “preferí quedarme viendo reels de recetas que nunca voy a cocinar”.

Preferimos creer que el tiempo se nos escurre como agua por las manos, cuando la verdad es que lo usamos. 

Lo gastamos. 

Lo enterramos en actividades que no nos acercan a ningún lado. 

Y lo peor es que muchas veces lo hacemos sin darnos cuenta.

<h5 class="handdrawn subtitle">Bienvenido a tu modo "repetir"</h5>

El podcast plantea que muchas personas viven en modo “repetir”. 

Y no como en la playlist de tu artista favorito… sino como en Groundhog Day, la película donde cada día es el mismo.

Te levantas, revisas WhatsApp, abres Instagram, te sirves café, te quejas del tráfico, ves qué excusa le das hoy al ejercicio, abres la compu, sobrevives.

<h4 class="subtitle">Repites.</h4>

No porque ames esa rutina, sino porque es lo que ya conoces.

Porque lo conocido, aunque aburrido, da menos miedo que hacer un cambio real.

<h5 class="handdrawn subtitle">“No tengo tiempo” = “No tengo ganas”</h5>

Hay una parte del episodio que dice que el tiempo es una excusa. Y sí, es fuerte. 

Pero ¿cuántas veces decimos que no tenemos tiempo para ir a terapia, para arreglar esa relación tensa, para escribir ese proyecto pendiente… y mágicamente sí tenemos tiempo para ver un video de 23 minutos sobre cómo hacen los waffles en una aldea suiza?

No se trata de culpabilidad, sino de conciencia.

De aceptar que muchas veces le damos tiempo a lo que nos entretiene, pero no a lo que nos construye.

Y eso, aunque suene cliché, se cobra factura.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿El presente? Un lugar incómodo pero honesto</h5>

El episodio también habla de cómo evitamos vivir en el presente.

Vivimos entre la nostalgia del “antes era mejor” y la ansiedad del “algún día lo haré”.

Y mientras tanto, el ahora lo ocupamos con notificaciones, pendientes y ruido.

Porque el presente es incómodo.

Ahí están las preguntas sin respuesta.

Ahí está el silencio que da miedo.

Ahí está todo eso que aplazamos con series, scroll y tareas eternas.

Pero también es el único lugar donde realmente podemos elegir distinto.

Entonces… ¿qué hago con todo esto?

Te dejo algunas reflexiones en modo realista, no de coach con voz de meditación:

<ul>
	<li>¿Dónde estás repitiendo tu vida en piloto automático?</li>
	<li>¿Qué estás evitando con tu supuesta “falta de tiempo”?</li>
	<li>¿Qué actividad te consume horas y no te deja ni un recuerdo bueno?</li>
	<li>¿Qué conversaciones, sueños o decisiones llevan meses esperando que “tengas un tiempo”?</li>
</ul>

Spoiler: el tiempo no va a aparecer mágicamente.

Lo vas a tener que arrebatar.&nbsp;

<h5 class="handdrawn subtitle">Una cachetada con conciencia</h5>

Este episodio me sirvió como un espejo: no para culparme, sino para mirarme. 

Para reconocer que no soy víctima del reloj, sino cómplice del “después lo hago”.

Y no hablo solo de cosas grandes. 

A veces, elegir bien el tiempo es dejar el celular y platicar con alguien en serio.

Es no posponer esa llamada.

Es hacer la cita con el nutriólogo.

Es leer ese libro que empezaste en 2020.

Es dejar de usar tu calendario solo para pendientes laborales y ponerle también lo que te da vida.

<h5 class="handdrawn subtitle">El tiempo como recurso emocional</h5>

Una de las ideas más padres del podcast es esta:

“El tiempo no se mide solo en productividad. También en significado.”

Y sí. Hay días productivos que se sienten vacíos, y días simples que te llenan el alma.

El punto no es que cada hora sea un highlight.

El punto es que no pases semanas enteras sin saber en qué se te fue la vida.

<h5 class="handdrawn subtitle">Cierre para quienes quieren pensar un poco más</h5>

Después de escuchar ese episodio y dejarlo marinar unos días, solo me quedó una conclusión:

No tengo tanto tiempo como creo.

Pero tengo más decisiones de las que acepto.

<h4 class="subtitle">Y eso, aunque incomode… libera.</h4>

Entonces tú, que estás leyendo esto entre juntas, traslados o la quinta distracción del día:

<h6 class="subtitle underlined">¿En qué momento vas a dejar de decir “cuando tenga tiempo”… y vas a empezar a usarlo para lo que realmente importa?</h6>

El tiempo no se nos va... nos lo tragamos en automático

Emiliano Calvert DETONA: La semana pasada, mi buen amigo Ramiro que tiene la extraña habilidad de mandarme justo lo que necesito oír cuando más lo necesito me compartió un episodio del podcast Medita.cc. Se llamaba “Elegir la cruz”.

Admito que el título me activó una mezcla de duday algo de escepticismo.

¿Otra reflexión que romantiza el sufrimiento? ¿Un nuevo intento de vender resiliencia como si fuera té verde?

<h4 class="subtitle">Pero lo escuché. Y me atrapó.&nbsp;</h4>

No porque me resolviera la vida, sino porque me ayudó a ponerle palabras a cosas que uno ya viene sintiendo, pero no siempre se atreve a pensar con claridad.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿De qué habla realmente este episodio?</h5>

A grandes rasgos, plantea lo siguiente: todos, en algún punto, elegimos nuestras propias “cruces”.

No las heredadas, no las impuestas.&nbsp;

Las que tomamos con la conciencia de que serán difíciles, desgastantes, probablemente dolorosas… pero también transformadoras.

No es un “elige sufrir”, sino un “elige lo que vale la pena, aunque duela”.

Y eso, por más sencillo que suene, es uno de los actos más profundos de libertad.

<h5 class="handdrawn subtitle">Las “cruces” que uno escoge (aunque a veces se haga el sorprendido)</h5>

Al escuchar el podcast, no pude evitar pensar en mis propias elecciones:

<ul>
	<li>Elegir quedarme cuando tenía todas las razones para huir.</li>
	<li>Elegir acompañar a alguien en su proceso difícil, aun sabiendo que el mío también estaba tambaleando.</li>
	<li>Elegir comenzar de nuevo, una y otra vez, cuando ya te habías jurado que esta vez sí iba a ser la última.</li>
</ul>

Y no, no es dramatismo.

Son decisiones que uno toma sabiendo que va a costar.

Pero también sabiendo que lo fácil nunca te lleva a los lugares que realmente importan.

<h5 class="handdrawn subtitle">Más allá de la religión (y del cliché)</h5>

Sé que el título puede sonar eclesiástico, pero el mensaje es universal. 

No se trata de Jesús ni de un llamado al sacrificio católico. 

Se trata de lo humano: de cómo manejamos el dolor cuando lo elegimos nosotros.

Porque una cosa es sufrir por lo que te pasa. 

Y otra muy distinta es sufrir por lo que eliges conscientemente cargar.

Ahí cambia todo.

Ahí es donde el dolor se vuelve parte del proceso, no un castigo.

<h5 class="handdrawn subtitle">Elegir con sentido… o vivir en automático</h5>

El episodio plantea una diferencia clave: hay quienes huyen del dolor como si fuera sinónimo de error.

Y hay quienes, sin caer en la autoflagelación, entienden que hay decisiones difíciles que son el único camino hacia algo más profundo.

Tener hijos.

Cuidar de un familiar enfermo.

Renunciar a un trabajo que ya no va contigo.

Tener una conversación incómoda que sabes que puede cambiarlo todo.

Esas son las verdaderas cruces.

Las que uno no escoge por capricho ni por miedo.

<h4 class="subtitle">Sino porque, al final del día, prefieres cargar con ellas que cargar con la culpa de no haberlo intentado.</h4>

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Y entonces, qué significa "elegir la cruz"?</h5>

Significa estar dispuesto a vivir el proceso, no solo los resultados.

Significa entender que no todo lo valioso es cómodo, y que no todo lo incómodo es innecesario.

Significa decir:

“Sé que esto va a doler.&nbsp;Pero también sé que lo que hay del otro lado vale más que evitar ese dolor.”

<h5 class="handdrawn subtitle">La cruz como elección, no como castigo</h5>

Una idea que me pareció bellísima del episodio es que la cruz elegida se convierte en maestra.

Cuando tú eliges cargar con algo difícil por amor, por propósito, por sentido…&nbsp;ese esfuerzo no te destruye.

Te transforma.

Y no es poesía new age. 

Es la verdad más simple y más dura:&nbsp;las decisiones que más te forman son las que más te costaron.

¿Y esto cómo se aplica en la vida real?

Quizás estás en una relación que requiere trabajo.

O en un proyecto que parece que no avanza.

O en una etapa personal donde nada está claro.

Y estás tentado a soltar, a correr, a decir “esto no es para mí”.

Pero antes de rendirte, pregúntate:

¿Estoy cargando algo que elegí porque creo en ello… o solo me está drenando?

Porque si lo elegiste con sentido, con claridad y con amor…&nbsp;entonces no es carga.

Es camino.

Una invitación final

Todos cargamos con algo.

A veces, cosas que ni entendemos bien.

Pero cuando tenemos el coraje de decir “sí” a lo difícil que vale la pena,&nbsp;estamos, sin saberlo, construyendo una vida con profundidad.

Y tú…&nbsp;¿qué cruz estás eligiendo hoy?

<h6 class="subtitle underlined">¿Y qué te está enseñando sobre quién eres, y hacia dónde vas?</h6>

¿Y si elegir la cruz no es tan dramático como suena?

Emiliano Calvert DETONA: La semana pasada me llegó una de esas dudas existenciales que se instalan sin pedir permiso y se quedan a vivir en la cabeza.

<h5 class="subtitle handdrawn">¿En qué momento dejamos de racionalizar y empezamos a sentir?</h5>

Como es costumbre, lo platiqué con mi círculo cercano. 

Y sí, creo firmemente que la formación académica y profesional moldea (a veces sin pedirnos permiso) una manera muy estructurada de ver el mundo: pensar en eficiencias, costo-oportunidad, rentabilidad, escalabilidad, retorno de inversión, y todos esos conceptos que hacen que nuestras decisiones suenen a junta de consejo, aunque solo estemos decidiendo qué serie ver.

Y no digo que esté mal. 

Esa estructura mental nos ha ayudado a liderar equipos, a planear proyectos, a tomar decisiones rápidas con lógica y frialdad.

Pero… ¿qué pasa cuando llevamos esa lógica al plano personal?

Por ejemplo, al elegir un restaurante, analizamos la relación costo-calidad.

Pero si es una cena con tu mamá, o tu aniversario, ¿realmente sigue siendo relevante si cobran el agua en 60 pesos?

¿O ahí es donde los sentimientos sacan a la racionalidad de la ecuación?

En el trabajo, no toleramos la impuntualidad o la desorganización.

<ul>
	<li>¿Pero reaccionamos igual cuando es nuestra pareja la que llega tarde?</li>
	<li>¿Aplicamos la misma hoja de evaluación que usamos con nuestro equipo?</li>
	<li>¿O ahí el “dejar fluir” entra con voz suave a ponerle freno a nuestro Excel mental?</li>
</ul>

Y entonces llega la pregunta seria:

<h6 class="subtitle underlined">¿Una familia no es también un equipo de alto rendimiento?</h6>

Queremos que se apoyen, que se respeten, que crezcan.

Que cada integrante llegue a su máximo potencial: el que quiera ser artista, que lo sea; el que sueñe con tener su consultorio, que lo tenga.

<ul>
	<li>¿No buscamos exactamente eso en nuestros equipos profesionales?</li>
	<li>¿Y si lo pensamos así... por qué no aplicamos lo mismo desde el corazón?</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">Racionalidad y emociones: la dupla dispareja que, en realidad, va de la mano</h5>

A veces nos gusta pensar que somos seres ultralógicos.

Que analizamos todo con tablas dinámicas mentales y tomamos decisiones limpias, sin contaminar por impulsos.

Pero… sorpresa: no.

La neurociencia lo ha dicho una y otra vez (y no con memes, sino con evidencia):

<h5 class="handdrawn subtitle">António Damásio, en El error de Descartes, nos explica que:</h5>

<h4 class="subtitle">“Sentir es necesario para decidir.”</h4>

Estudió pacientes con daño en la parte del cerebro que procesa emociones.

¿Resultado? 

Podían hacer análisis impecables, pero no podían decidir ni qué desayunar.

Porque sin emoción, todo da igual.

Y si todo da igual... no decides nada.

Herbert Simon, premio Nobel y crack absoluto del sentido común, lo explicó con su teoría de la “racionalidad limitada”:

No tomamos decisiones óptimas.

Tomamos decisiones “suficientemente buenas” dadas nuestras emociones, contexto, tiempo y hambre acumulada.

<h4 class="subtitle">¿Somos robots? Ojalá. Pero no.</h4>

Somos humanos que racionalizan en Excel por la mañana y lloran viendo comerciales de Navidad por la tarde.

Que sabemos que no deberíamos mandar ese mensaje… pero lo mandamos.

Que sabemos que esa compra en línea es innecesaria… pero "me lo merezco".

Y no está mal. 

Solo significa que sentir también es parte de decidir bien.

<h5 class="handdrawn subtitle">¿Le hago caso al Excel o al corazón?</h5>

No se trata de elegir uno y desechar el otro.

Se trata de entender cuándo la estructura te ayuda... y cuándo hay que dejar que las cosas simplemente fluyan.

Porque sin emoción, no hay dirección.

Y sin estructura, no hay claridad.

<h5 class="handdrawn subtitle">Integrando razón y emoción</h5>

Entonces, ¿cómo hacer las paces entre estos dos mundos?

<ul>
	<li>Reconoce el contexto: No todas las decisiones necesitan un análisis profundo. Algunas se sienten.</li>
	<li>Sé flexible: No todo lo que funciona en el trabajo aplica en tu casa (ni en tu relación).</li>
	<li>Escucha activamente: A ti mismo y a los demás. Tus emociones también son datos, aunque no vengan en formato .xlsx.</li>
</ul>

<h5 class="handdrawn subtitle">Una invitación abierta</h5>

¿En qué áreas de tu vida estás aplicando una lógica excesivamente racional?

¿Dónde podrías permitirte sentir más y pensar menos?

Porque sí: la vida también es costo-oportunidad…&nbsp;pero a veces, lo que vale no se mide en retorno financiero, 
se mide en presencia, en paz, en esa sensación de “valió la pena aunque no fue perfecto”.

A veces, dejar que las cosas fluyan es la decisión más sabia que puedes tomar.

No porque sea la más rentable, sino porque es la que más se siente como tuya.

¿Y tú? 

<h6 class="subtitle underlined">¿Cuándo fue la última vez que soltaste el control y dejaste que el corazón decidiera?</h6>

Emiliano Calvert