Prometo solemnemente retar los dogmas, el statu quo.
María Fernanda García Sada
Si crees que, al mirar pinturas en un museo, ver una escultura en un parque o escuchar una canción en la radio presencias una creación con el sólido y único propósito artístico y estético, piénsalo dos veces. Hay una línea muy delgada, confusa, casi imperceptible. Puede ser que embebas protestas artísticas, propaganda o ambas. Como en todo, a veces las intenciones son buenas, a veces, malas. En cualquier caso, tú eres el blanco.
Desde tiempos inmemorables, el arte, medio de expresión y lenguaje universal por excelencia que conmueve los corazones de la gente alrededor del mundo, también se utiliza como instrumento de poder a través de la crítica social, política y económica para concientizar, santificar, demonizar, alborotar, hasta minar la moral de un grupo o unificar a un pueblo.

Existen movimientos del arte con fines propagandísticos: el renacimiento promovió la propagación de la fe para la iglesia católica; el dadaísmo surgió para exponer la absurdidad de la sociedad durante la Primera Guerra Mundial; actualmente, se crean memes.
Sus artistas son innumerables, desde tiempos antiguos pasando por Goya hasta Banksy, algunos de ellos prefieren el anonimato como el grupo Guerilla Girls.
Algunas obras son comisionadas por gobiernos como una estrategia para controlar y manipular la percepción del público. Por ejemplo, la glorificación de la guerra y el imperio como la Eneida de Virgilio o La Coronación de Napoleón de David cuyo storytelling, basado en un acontecimiento real, resultó ser un cuadro con elementos de ficción como lo muestra el siguiente video:
