
1.
Sin embargo, propongo cinco actitudes que, ojalá, nos puedan ayudar para que la Noche Buena y la Navidad hayan sido y sean en verdad diferentes: alegría no necesariamente estruendosa, sobriedad -lo que no signiifca que no podamos degustar los platillos que son propios de la ocasión-, perdón, un toque de espiritualidad y generosidad.
2.
Sobre todo por las posadas que en realidad no lo son, sino sólo fiestas decembrinas, escuchamos repetidas invitaciones a encontrar el sentido religioso de estos días, y pareciera que mientras más serios los hayamos pasado mejor habremos vivido la Navidad.
No es así.
Tal punto de vista confunde devoción con seriedad, casi tristeza.
Estamos en una temporada de gran gozo, en la que debe brillar la alegría, con tres características: profunda, en el alma; permanente, para todo el año próximo; y comunitaria, más allá de la esfera individual y familiar.

3.
Y dado que tuvimos muchas reuniones en los días previos a la Navidad, no estaría de más que las hayamos vivido con sobriedad.
Hubo mucho alcohol en circulación y abundaron alimentos sabrosos pero no nutritivos.
Los excesos jamás serán buenos amigos, y no son pocas las familias que lamentan pleitos navideños, nunca resueltos con el paso de los años, a causa de abusos etílicos y gastronómicos.
Juan el Bautista, uno de los protagonistas del pasado Adviento, nos invitó a la austeridad como forma de vida y no moda pasajera.
4.
La Navidad ha sido, también, un tiempo adecuado para el perdón, ya sea para pedirlo, ya para otorgarlo.
El ambiente fue propicio, y hubo muchos elementos que pudieron ayudar a una reconciliación familiar, a un re-encuentro con el amigo del que nos alejamos por un malentendido, a una llamada de disculpa.
Pero también ha sido una excelente oportunidad para vencer el orgullo y perdonar, aunque no nos pidan perdón.