El banco de los sueños y las mentiras
Mal está la cosa cuando el único recurso que le quedo al régimen para subsistir es recurrir a la demagogia para inspirar alguna esperanza que tendrá que ser financiada por el banco de la ilusión, ese cuyo balance de recursos es inagotable y se capitaliza sin aportarle nada.

No se trata de acabar con la utopía, parafraseando a Galeano: “… la utopía, esa ilusión que sirve para que sigamos caminando algunos pasos más sin cansarnos”.
Qué obsceno que a 100 años de que Calles fundara la “dictadura perfecta “, bautizada así por Vargas Llosa al darle su verdadero sentido como trampa histórica para el desarrollo político y social de una comunidad hambrienta de bienestar y siempre demasiado lejos de sus visiones y sueños.
Qué repugnante que todo haya cambiado para que volviera a seguir igual que antes, o quizás nunca cambio en la realidad.

Qué triste espectáculo que la política solo sirvió para que los de ahora, tal como los de antes, usen a la siempre permanente proporción de mexicanos pobres para hacer de las suyas, convirtiendo a la historia en un coliseo de vanidades y egos que todo destruyen en su paso veleidoso hacia el desastre.
La misma vieja estrategia de ofrecer creación de derechos para ganar votos, a sabiendas de que vivimos en una economía en crisis; como si no supieran o quisieran entender que la economía es el arte de administrar en la escasez, tarea en la que siempre han fallado todos los gobiernos que viven de buenas intenciones, pero magros resultados, dejando siempre como residuo una nueva crisis que repite lo que ya sabemos.
La historia es recursiva y el único modo de construir y romper paradigmas es salirnos de la caja obscura de la mentira que todo lo deforma, y aprender a observar el limitado espacio de nuestras circunstancias y posibilidades, como ocurre en toda economía real.