Formas

Los dos grandes innovadores del siglo XX en materia política fueron Mussolini y Lenin.
El primero creó la figura del hombre fuerte que representa al pueblo, que sólo él puede interpretar.
Aunque parece que se puede encontrar un antecedente en Napoleón, no hay duda de que el Duce creó una figura de gran éxito político.
Por su parte, Lenin construyó al partido como centro de poder, la “vanguardia del proletariado”, que representaba a la parte relevante de la población y, por lo tanto, tenía la legitimidad para guiar al país entero.
Desde entonces, las amenazas a la democracia han oscilado entre esos dos puntos.
Sus discípulos directos, Hitler y Stalin, combinaron eficientemente ambos mecanismos para construir el totalitarismo.
Hacían uso de sus partidos como instrumentos de poder, pero éste recaía esencialmente en sus personas.
En todos estos casos, el poder de los hombres fuertes no deriva ni de una fuente religiosa, ni de una tradición dinástica.
Es su autoasignada posición como intérpretes del pueblo (o la clase) lo que los legitima.
En consecuencia, es indispensable que esa posición sea ratificada en la vida diaria: tienen que ser adorados como encarnación del pueblo.

Como usted sabe, ese tipo de liderazgo político es ahora la gran amenaza de la democracia.
Aunque esa clase de personas han existido siempre, sus posibilidades de éxito crecieron notablemente a partir de 2009 y desde 2015 empezaron a llegar al poder.
