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Regido por la idea del Progreso, el sistema ético del mundo occidental ha sido modificado en los tiempos modernos por un nuevo principio que aparece dotado de una importancia extraordinaria y que deriva precisamente de ella.
Esta idea significa que la civilización se ha movido, se mueve y seguirá moviéndose en la dirección deseable. Pero para poder juzgar si nos estamos moviendo en una dirección deseable, tendríamos que saber con exactitud cuál es la visión y la meta.
Para muchos, el fin deseable de la evolución humana sería un estado social en el que todos los habitantes de la Tierra llevasen una existencia perfectamente feliz.
Pero es imposible tener la certeza de que la civilización se está moviendo en la dirección adecuada para llegar a esa meta. Ciertos aspectos de nuestro «progreso» pueden presentarse a favor de ese argumento, pero siempre existen otros que le sirven de contrapeso, y siempre ha sido fácil demostrar que, desde la perspectiva de una felicidad creciente, las tendencias de nuestra civilización progresiva se hallan lejos de lo deseable.
En resumen, no se puede probar que esa desconocida meta hacia la que se dirige el hombre, sea la deseable.
El movimiento puede ser Progreso, o puede darse en una dirección no deseada y, por tanto, no ser Progreso.





