Las guerras floridas

Mi querido y admirado periodista Paco Tijerina Elguezabal advierte en sus sesudas reflexiones que ya, desde ahora mismo, más pronto que al ratito, empieza en Nuevo León la temporada electoral no oficial con las celebradísimas “guerras floridas”, bautizadas por el vulgo como “guerra sucia”.
La tradición prehispánica ubica estas fiestas bélicas (Xochiyaoyotl) en momentos críticos, cuando los dioses estaban muy enojados y castigaban a los mexicas con hambre, enfermedades, sequías y cantantes mediocres con autotune.
Entonces jugaban a las guerritas para reunir prisioneros y sacrificarlos, despellejarlos, eviscerarlos, descuartizarlos, cocinarlos y comerlos en honor a los malhumorados dioses.
Acá pasa lo mismo, sólo que se sacrifica a políticos en el altar del desprestigio.
Esto es peor que terminar inmolado en una olla de pozole; es vergonzoso… cuando se tiene vergüenza, si no, no.
No sé qué tanto despoblaba esta costumbre a las tribus mesoamericanas, pero lo que es hoy, no pasa nada, porque los políticos son como la verdolaga, entre más los podas más cunden.
Nunca van a faltarnos políticos.

Eso sí, los tlatoanis siguen siendo los mismos y son prácticamente inmunes a las incursiones punitivas de sus enemigos que, al final, son todos moctezumas sin penacho y hermanos de la misma logia.
Son como los compadres que le van a diferente equipo de futbol pero ven el clásico desde el mismo palco y emborrachándose de la misma hielera (léase, erario).
Personalmente me gusta más el término “guerras floridas”, es más poético.
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“Guerra sucia”, aparte de sonar muy antihigiénico, es un contrasentido, porque por más honorable que sean los caudillos, en la batalla no hay pulcritud.
Mientras los líderes dirigen la batalla desde sus profilácticos fueros, amparos y armaduras, la tropa combate y se bate en un lodazal de sanguazas, humillaciones e improperios.
No hay detergente que pueda limpiar este percudido.
Las tribus ciudadanas no hemos tenido respiro.
Contra la tradición de las guerras de temporada, desde el 2017, y antes todavía, vivimos una perpetua “xochiyaoyotl” nacional.
