
La ópera La hija de Rappaccini, en Monterrey, refleja el espíritu vasconcelista de la sociedad civil que apuntala la Cultura.
Este 27 de febrero, el legendario José Vasconcelos habría cumplido 142 años.
A un siglo de que dejara el cargo de secretario de Educación Pública, sus logros son todavía un referente gracias a que, en esos tiempos que no imperaba la “austeridá republicana” (sic), contó con un presupuesto tan generoso que le permitió consolidarse como un visionario creador de instituciones.
Sí, de esas que ahora mandan al diablo y hoy son impensables ante el menguado presupuesto que actualmente ejerce la secretaría, según le hizo notar Aurelio Nuño al siniestro Marx Arriaga durante el imperdible encuentro que, a instancias de Joaquín López-Dóriga, sostuvieron justo el día de este aniversario.

Lamentablemente, se recuerda más a Vasconcelos por no corresponderle a Antonieta Rivas Mercado y porque, en 1925, escribió en una colaboración publicada en EL UNIVERSAL, que...
Y si algo me queda claro tras las visitas que recientemente he realizado a Monterrey, es que, pese a los afanes de su precario goberneitor fosfo-fosfo, los esfuerzos de la sociedad civil regia están siendo decisivos para apuntalar la Cultura.
Prueba de ello son los eventos que me llevaron a volver el fin de semana pasado:
Asistir el sábado 24 a la tercera función de La hija de Rappaccini, de Daniel Catán, que presentó el México Opera Studio (MOS) dentro de su IV Ciclo de Ópera Mexicana en el Auditorio Universitario y, al día siguiente, al concierto que ofreció La Súper en el Auditorio San Pedro, con la gran Oxana Yablonskaya como solista.
