1.
“¡No tengo para quedarme, menos para salir!”, contestan medio en broma, medio en serio, quienes son interrogados sobre sus vacaciones de Semana Santa.
Y sí. Muchos nos quedamos por trabajo, gusto, o porque no hay con qué emprender un viaje. Pero hay otras personas que sí salen de paseo, ya al rancho del compadre, ya a un crucero por el mar Caribe.
La ciudad también descansa del intenso tráfico -bueno, es un decir- y dedicarse unos días al necesario descanso representa un alivio para la carga laboral y académica de muchas familias.
Semana Santa igual a reposo.

2.
Pero no siempre se sosiega quien decide estar en calma, y apartarse del trajín diario.
Por el contrario. La Central de Autobuses y el Aeropuerto lucen rebosantes de viajeros impacientes, al igual que forman largas filas los vehículos en las carreteras vecinas.
Los jóvenes apuestan por la fiesta, de preferencia nocturna, y a los abuelitos se les otorga el placer de perseguir nietos en playas y jardines.
Total. Muchos regresan más fatigados de como se fueron.
Descansar, entonces, se ha convertido en un verdadero reto. Ojalá usted lo logre.

3.
Otro grupo de personas permanece en sus hogares, y busca participar en los oficios religiosos de estos días.
Pocas familias, es cierto, pero todavía se ven algunas hoy jueves visitando los siete templos, participando en la misa vespertina, asombradas ante el lavatorio de los pies, y felices de llevarse una pieza de pan bendito, después de admirar el monumento al Santísimo Sacramento.
El viernes asistirán con devoción al viacrucis parroquial, escucharán las siete palabras, le darán el pésame a la Virgen, y se incorporarán a la procesión del silencio.