Aborto: violencia y crueldad, parte 5

Quinta parte de la entrevista a Salvador Abascal Carranza sobre el aborto en EU.

RMO: como siempre Salvador, es un gusto verte y platicar.

SAC: igualmente, Raúl. 

En nuestra última conversación terminé afirmando que los partidarios de la muerte se sienten científica, jurídica, moral, antropológica y filosóficamente derrotados. No hablo de las consecuencias sociales y jurídicas de la revocación de Roe V.s. Wade en EU, sino del debate que, en general, se sostiene hace ya mucho tiempo en el mundo Occidental, con diferentes énfasis, en diferentes países.

El 28 de septiembre se “celebró” el Día del Aborto Seguro y Legal. Sí, es legal, ya lo dijimos en otra ocasión, pero eso no significa que sea legítimo.

 

También era legal la persecución de los judíos bajo los regímenes nazi-fascistas de Hitler y Mussolini, pero no eran legítimos. Y lo único seguro en el aborto, es que se mata a un ser humano, no a una parte del cuerpo de una mujer

RMO: ¿por qué aseguras que el debate ha sido largo y costoso?

SAC: el debate ha sido largo y costoso, sobre todo en millones vidas humanas inocentes.

Sólo en la Ciudad de México, según datos oficiales, se han abortado a 250,000 niños, de los cuales más o menos 125,000 eran mujeres. Cuando afirmé “me consta”, en la entrevista pasada, es porque he sido testigo y actor en este largo debate.

RMO: platícanos... ¿cómo es que has sido testigo y actor?

SAC: me voy a permitir narrar dos interesantes anécdotas, de las muchas que podría contar sobre el tema:

La primera tiene que ver cuando fui diputado local a la Asamblea del Distrito Federal (2000-2003, ahora Ciudad de México). Yo era el coordinador de debates del grupo parlamentario del Partido Acción Nacional, quien tiene entre sus principios de doctrina la afirmación de la dignidad humana y, por consecuencia, la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

En una sesión de la Comisión de Derechos Humanos, a la que pertenecía yo, las diputadas de izquierda, mujeres muy aguerridas, pusieron sobre la mesa, posiblemente por primera vez en la historia de México, una iniciativa de ley para despenalizar el aborto en la Ciudad de México. (Debo aclarar que yo había escrito, en colaboración con un amigo, un libro sobre derechos humanos, cuyo estudio y promoción he continuado hasta la fecha). Dejé que la discusión siguiera, mientras anotaba en un cuaderno mis propios argumentos, para cuando me tocara intervenir.

Debo reconocer que ese debate cambió mi manera de formular la defensa de la vida.

Cuando tocó mi turno, expresé mi extrañeza por querer introducir un debate que en México no era tema de discusión, por lo menos, no en los parlamentos del país. Mi argumento inicial consistió en la defensa muy general de la vida como un derecho humano. Acabada mi intervención, la diputada que había formulado la iniciativa, queriendo rebatir mis argumentos, me dio uno formidable:

“No existe el derecho a la vida, se debería hablar, en todo caso, del derecho a nacer del bebé que haya superado las semanas en las que la ley considere inviable el feto, en lo cual yo estaría de acuerdo, digamos, después de las 12 semanas de gestación, como viene en la iniciativa que he elaborado”. 

Le respondí: “Tiene toda la razón, señora diputada, frente al asombro de los miembros de la Comisión - usted me acaba de dar un argumento formidable. Es cierto que, estrictamente hablando, no existe el derecho a la vida, porque estamos hablando de una vida que ya es. En todo caso, esa vida humana, que ya es, desde que fue concebida, tiene el derecho a proseguir su desarrollo hasta su nacimiento. Esa vida que ya existe, ese ser humano vivo, tiene derecho a nacer. Celebro que su mamá y su papá hayan decidido que usted naciera. La vida es bella, ¿no lo cree? Es un crimen privar a un ser humano de la belleza de la vida.”

Entonces la diputada me replico: “Y qué me puede decir usted, ¿del derecho de la mujer sobre su cuerpo? Ese derecho es superior al que tiene el feto.”

Le conteste: “Tratándose de derechos humanos, señora diputada, los auténticos, no los que ustedes los de la izquierda inventan, hay un principio que establece que los derechos humanos no son oponibles entre sí. Esto coincide con lo que la ciencia dice al respecto y que tiene resuelto desde hace mucho tiempo: la mujer no tiene derecho sobre un cuerpo que no es el suyo, cuyo ADN es diferente del de la madre, comprobable con un simple examen de la sangre de los dos".

Pregunto la diputada: “¿Y quién dice que es humano?”.

Inmediatamente le conteste. “Supongamos, sin conceder, señora diputada, que usted tiene derecho sobre su cuerpo, y que, haciendo uso de ese derecho, usted decide - ustedes se llaman a sí mismas: 'pro choice, mi cuerpo, mi elección' - producirse heridas en una parte de su “propio cuerpo” para mutilarlo, pero durante el procedimiento ve con espanto y horror que esa parte, de lo que cree usted que es su cuerpo, tiene todo el aspecto de un ser humano: cabeza, extremidades, abdomen, sangre -insisto en que esa sangre, si se analiza, va a revelar un ADN diferente al suyo, al mismo tiempo que revela su propia autonomía. Autonomía de ese pequeño cuerpo que usted creyó que era una parte del suyo”.

La diputada volvió arremeter: “No me diga que es autónomo si depende de la mujer para vivir (a las abortistas se les atora en la garganta la palabra madre).

Con tranquilidad le dije. “Ese es justamente el milagro de la vida, señora diputada, es autónomo porque las células del cigoto y del feto se multiplican, se mueven, se juntan y se organizan sin que la madre intervenga. El seno de la madre es el lugar en donde se produce esa milagrosa conjunción de fenómenos, con maravillosa precisión y propósito".

La diputada insistía neciamente. “¿Cómo puede decir que es autónomo e independiente un embrión o un feto?”, que ya se veía agobiada e insegura, como dando patadas de ahogado.

Continue mi exposición diciendo: “Cualquier mujer que haya sido madre -me imagino, por lo que dice que usted no lo es- y, por supuesto, que haya estado embarazada, sabrá que, sin hacer nada especial, el niño crece y sigue creciendo si nada lo detiene -como un aborto-, porque su organismo sabe cómo desarrollarse sin intervención alguna. ¿No ve que es una maravilla?”.

“Ser independiente es una cosa muy distinta a ser autónomo”, seguí diciendo. “El cigoto y el feto, que son el mismo ser humano, es autónomo en su organización y en su crecimiento. El bebé, al nacer, y durante muchos años es autónomo en su crecimiento y es también dependiente de sus padres hasta muchos años más”.

A manera de conclusión dije: "Y a propósito del derecho de la mujer sobre su cuerpo, déjeme decirle, señora diputada, que hace unos 10 años apareció en el periódico El Norte de Monterrey, un estupendo cartón, firmado por Paco Calderón (para mí el mejor caricaturista de México) que casi me aprendí de memoria, el cual, en cuadros consecutivos, más o menos dice lo siguiente (acompañados, por supuesto, con muy sugestivos dibujos): 'La mujer es dueña de su cuerpo, de nadie más/ la mujer con su cuerpo es libre de…/ vestirse/, maquillarse/, operarse/, tatuarse/, embellecerse/, ejercitarse/; pero nadie tiene el derecho…/ a molestarla/, a golpearla/,  o a matarla /(y en un cuadro final) … mucho menos si la mujer es apenas un fetito incapaz de cualquier defensa, puesto que sólo ella es dueña de su cuerpo… nadie más, ni siquiera su madre'” (Calderón en El Norte, 18/08/1989).

Allí se detuvo la discusión sobre la iniciativa de marras, la cual no llegó a presentarse en el pleno, por lo menos no, en los tres años que duró esa legislatura.   

La entrevista continuara en la sexta parte, para que Salvador nos comparta la segunda anécdota.

Raúl Monter Ortega

Coordinador de Campañas Electorales a nivel Federal, Estatal y Municipal. Editorialista, observador y activista de la vida política nacional. Promotor de las libertades constitucionales de los mexicanos. Catedrático y vicerrector de la Escuela Superior de Procesos Electorales.