
Con la de agosto de 1976, cuando comenzaba la universidad, dejé de soñar.
La de febrero de 1982, inicios de mi carrera profesional, se llevó mis delgadísimos ahorros.
Cancelé planes con las de 1986 y 1987, y muchos más con el “error de diciembre” de 1994.
Después de dos décadas y media de razonable tranquilidad, los especialistas se pasaron el sexenio de López Obrador advirtiéndonos que la fortaleza del peso frente al dólar era ficticia y el “súper peso” insostenible.
Luego llegó Trump con sus berridos escalofriantes.
El dólar interbancario se disparó a 20.80 pesos el 18 de enero, horas antes de que tomara posesión.
Los agoreros se frotaban las manos.
Pero a principio de junio se vendía en 19.10 y en 18.30 a finales de septiembre.
En los primeros días de diciembre cayó debajo de los 18 pesos.
Ayer se ubicaba en 17.90.
Los especialistas –por lo visto se tienen una fe infinita– repetían que no era un éxito nuestro, sino consecuencias de la debilidad internacional del dólar, y que, sí: esta nueva apreciación del peso era ¡ficticia! Qué decirles.
Lo cierto, si de ceñirse a los hechos se trata, es que el año cierra en torno de los 17.90 pesos.
Algo tuvo que haberse hecho bien.
O, si se prefiere, algo no se ha hecho del todo mal.






