
Hay poca administración también, poca eficacia gubernativa y no poco descontento.
El gobierno tiene que lidiar con los problemas de siempre y además con la herencia de su antecesor.
Ejemplo: costó un discurso de la mañanera abrir la frontera sur a la libre importación de ganado, pero ha costado 25 mil millones de pesos en exportaciones la plaga del gusano barrenador, que dejó entrar aquel discurso.
La oposición partidaria luce raquítica y dividida.
El descontento está dividido también, fragmentado en distintas causas.
Pero su intensidad es visible en cada causa, y las protestas tocan muchos ámbitos.
María Amparo Casar ha hecho una lista provisional de descontentos cuyos agravios son oposición de hecho en la calle, en los medios, en las movilizaciones y en las conciencias.
Territorios de descontento nacidos este año o que se prolongan desde el anterior son:
Los transportistas que piden seguridad; los agricultores que piden precios de garantía y seguridad en el uso del agua; las mujeres con distintos frentes desatendidos; las familias de asesinados y desaparecidos que los buscan y los reclaman; los inconformes de la Generación Z.
Las universidades públicas y los centros de investigación superior con presupuestos recortados; los padres de niños con cáncer olvidados por el sistema de salud; los ciudadanos cercados por la guerra criminal en Sinaloa; los familiares de enfermos que no encuentran lo que necesitan en los hospitales públicos; los médicos y paramédicos del sistema de salud que trabajan en condiciones de escasez y reclamo.
Los empresarios ahogados por la extorsión; los inversionistas que piden certidumbre jurídica; los damnificados de inundaciones y huracanes; el movimiento de El Sombrero que sacude a Michoacán; la Iglesia católica herida por la violencia y solidaria con las quejas de su grey.
Lo común a muchos de estos territorios del descontento es que lo que piden cuesta dinero, un dinero que el gobierno dejó de invertir en ellos y ahora no tiene.
Lo común a todos es la intensidad de la queja, la fuerza del agravio.
Qué hacemos con el descontento, pregunta Liébano Sáenz.
Por lo pronto registrarlo, digo yo.






