El día infinito



En el recuento de daños, conocemos el estruendo de la memoria colapsada en corto plazo.
Hemos extraviado el auto en la calle, caminata bajo el sol de Monterrey por cuarenta minutos.
Ese perrito faldero siguiendo la sombra. Pesimista a destiempo, en la encrucijada de formar parte de las estadísticas de la criminalidad, ir a colocar la denuncia. Protegerse de cualquier incidente donde involucre el prestigio del periodista y escritor.
Ni Dios lo mande.
Aquellos 15 días en la Sala de Cuidados Intensivos fue el mejor curso de humildad, sencillez y claridad. Tensionantes, obtusos y alicaídos, tan despampanante desnudez atendido por las enfermeras internistas.
Cuanto sopor, demasiado bochorno, donde estoy, esa luz blanca, ese sonido del monitor de los signos vitales.
Escuchar a medianoche, todas las melodías del grupo Marrano, estoy en el infierno prostibulario. Malditos duendes, para el fin de semana de los cuatro hospitalizados salieron tres en bolsa negra rumbo a la morgue.
Aun sigue vivo el del dos, ese éramos, el integrante de ese lecho verde de una negligencia hasta ahora sin ruta creíble.






