


Destruyó la legitimidad de la causa conservadora y, con ella, la existencia de una derecha política abierta, una derecha histórica.
La nación conservadora derrotada y sus políticos guardaron en el armario los arreos de su verdadera filiación y salieron de nuevo a la vida pública disfrazados de liberales.
Porfirio Díaz les dio espacio y revivió a la Iglesia católica.
La Revolución mexicana de 1910 se revolvió contra aquel conservadurismo, lo volvió impresentable otra vez.
Libró en los años veinte una guerra contra el país católico, guerra de la que salieron más expulsadas que nunca de la vida pública la nación conservadora, la derecha política y hasta la religión popular, que fue prohibida en las escuelas.
Pero la nación conservadora y sus políticos disfrazados siguieron ahí, en las entretelas del PRI, que fue anticomunista por exigencia de Washington, pero no ideológico, de izquierda o derecha, sino “nacional revolucionario”.






