Parálisis por análisis
“Versión final”, “versión final 2”, “versión final ahora sí”.
Todos conocemos a ese jefe que lleva tres semanas “revisando la estrategia” o al compañero que no manda un correo sin tres revisiones y un check del grupo de WhatsApp.
En el fondo, no están siendo cautelosos: están paralizados.
En el mundo Godín, la parálisis por análisis es pandemia silenciosa.
Directivos que quieren “tener toda la información” antes de moverse; emprendedores que siguen “mejorando su pitch” sin lanzar nada; equipos que hacen reuniones para decidir si harán otra reunión.
Y claro, el clásico: “no tomemos decisiones precipitadas”… llevan diciéndolo desde marzo.
Carlos Llano, filósofo mexicano y una de las mentes más finas del IPADE, explicaba que pensar no basta para actuar.
Entre la idea y la acción existe un salto que no da la razón, sino la voluntad.
Porque, por más brillante que sea el análisis, nada sucede hasta que alguien se atreve a decir: va.
Decidir no es saber más, es querer más.
En las empresas abundan los que piensan bien pero deciden poco.
El analítico que necesita otro dato.
El gerente que pide un estudio de mercado para validar lo que ya sabe.
El fundador que lleva años perfeccionando un producto que nadie ha probado.
Todos brillan en los comités, pero se apagan en la ejecución.
La indecisión se disfraza de prudencia.
“Vamos a esperar el momento adecuado”, dicen.
Pero la verdad es que la mayoría de los “momentos adecuados” nacen de actuar en el inadecuado.
La acción decía Llano requiere aceptar el riesgo, porque no hay decisión sin incertidumbre.
Si todo fuera evidente, no habría decisión, habría instrucción.
Decidir es dar un paso cuando el piso todavía no aparece, y confiar en que uno sabrá equilibrarse en el aire.
En la vida pasa igual:
- Quien no termina una relación que ya se apagó “porque no quiere equivocarse”.
- Quien no aplica a un nuevo trabajo “porque todavía no cumple todos los requisitos”.
- Quien sueña con emprender, pero “aún no tiene el plan perfecto”.
El mundo está lleno de personas preparadas que nunca se atrevieron, y de otras menos preparadas que se lanzaron… y construyeron el camino mientras aprendían .
En fin…
Decidir no es cuestión de inteligencia, sino de coraje.
No gana quien más sabe, sino quien se mueve cuando nadie más se atreve.
Así que la próxima vez que te encuentres debatiendo si “es buen momento” para actuar, recuerda: la indecisión también es una decisión, pero casi siempre la peor.