


En la temporada denominada libertades en los siglos xx y xxi en México, organizada por el museo de Historia Mexicana y el Centro de Estudios Políticos e Historia Presente se dio el debate donde se analiza la pregunta que da vida al título de esta columna en “Política e Historia”.
Aquí mi opinión sobre tal interrogante.
Soy convencido que el sistema político mexicano y sus instituciones ─en lo general─ están preparadas para la nación democrática a la cual aspiramos muchos, sin embargo, existen variables que impactan, las cuales, sin ser directamente vinculadas a la libertad democrática, sí determinan la misma.
Somos libres sí, al alcanzar la mayoría de edad podemos votar y ser votados, tenemos libertad para acudir a expresar nuestra libertad de pensamiento en cualquier foro, sea ciudadano, académico, periodístico, apartidista o partidista, sin impedimento mayor al respeto por la vida privada de otros y a no incitar a la violencia o disturbios, somos libres hasta para participar en actos de resistencia civil pacífica.
Somos libres para expresar nuestras preferencias o antipatías en las urnas, tanto que en las boletas existe el espacio para un candidato no registrado o incluso poder anular la boleta.
En estricto sentido jurídico y de teoría política no tenemos impedimentos para ser democráticamente libres, sin embargo, la libertad plena, de elección, de conciencia, para discernir entre opciones, ideologías, propuestas, perfiles personales y más, no la poseemos; somos ligados con ataduras.






