

"No volveré a cruzar la frontera para comprar sus productos, ni un solo día más a Laredo de compras".
Armando es un hombre de convicciones firmes, un ciudadano comprometido con México y, en estos tiempos, un ferviente creyente de la Cuarta Transformación.
Por eso, no podía faltar al mitin del domingo en el Zócalo, donde nuestra presidenta informaría sobre la relación con Estados Unidos y los aranceles que buscan imponernos.
Así que, con su camisa blanca, pantalón de mezclilla y tenis, Armando salió temprano.
Primero tomó el Metrobús, luego transbordó al trolebús y, finalmente, abordó el metro.
Muchas estaciones estaban cerradas por el evento, así que bajó en Bellas Artes y se abrió paso a pie por la calle 5 de Mayo.
El centro histórico bullía de gente.
Las aceras estaban atestadas de vendedores ambulantes ofreciendo banderas mexicanas, gorras y camisetas con frases en apoyo a la presidenta.
En algunos puestos aún se vendían muñecos de AMLO.
Los organilleros, con sus chalecos beige y sus miradas estoicas, tocaban melodías nostálgicas en cada esquina, sumando un aire aún más nacionalista al ambiente.
A lo lejos, los parlantes escupían las notas de un mariachi.
Si bien se trataba de un mitin informativo sobre los aranceles que intentó imponer el gobierno estadounidense, también era una celebración por la victoria política que, al menos por ahora, se había logrado.
Cuando Armando llegó al Zócalo, apenas podía moverse.
La multitud era un mar de cabezas agitadas, pancartas alzadas y voces encendidas.
Sabía que sería imposible acercarse al templete, pero no le importó.
Se quedó en la parte trasera, dispuesto a ver a la presidenta, aunque fuera solo a través de las pantallas gigantes.




