Los Invisibles
Desde el jueves, los días terrenales son un infierno.
Pesa sobre el cuello, la cabeza, el escrutinio público. Monterrey es mi casa, pero desde hace dos años no es mi hogar. La leyenda es mayor a la justicia. Paso de boca a boca. De Facebook a whatsapp grups de comunicólogos y prensafans. De brillante a impostor.
La misantropía es virtud por excelencia.
A media tarde del sábado, las batallas de la humedad. El auto conserva los restos del fin de semana pasado. El secado con el sol apenas evapora la parte superior. Descorro el cristal de las ventanas.
El encuentro intergaláctico de la crónica norteña me protegió. Por así decirlo. Eliminó mi nombre. De los carteles por imprimir se le hicieron cambios. Una amenaza: las feministas van a protestar en la inauguración.
Puedo dejar 10 o 100 libros en los asientos de mi auto, jamás en México, por lo menos en Monterrey, nadie los robaría. Si así sucediera, volvería a confiar en el alma nacional. Ver o retar a las violentas feministas en espacios de CONARTE o la UANL, me redujo a una estadística de sus bravatas.
Al pardear el sol, expulsado de la sala, por un señalamiento de inconformidad de la autora del libro por presentarse, a las 19 horas, me marcho al Betos. Cobro mi cuota de ejemplares con el director general de producciones El Salario del miedo.
Degluto la ira. Soy el invisible indeseable. Monterrey ya no es mi hogar.
Frente al gimnasio Factores Mutuos, la catedral de las primeras tocadas punks, hardcore y metal, desde hace semanas, todos los sábados, mi gente, como les llama Saúl Hernández, uno de los organizadores, hacen bailes con conjuntos de las tres huastecas.
Los he visto salir a las 2 de la mañana. Cuando el toque de queda de los bares inicia. Las hordas de trabajadores de la construcción y las empleadas domésticas, ambos en su día de descanso, pasean a lo largo de la calle Aramberri.
Volveré, prometo a Saúl. Eres bienvenido. Eso retira mucho del mal sabor de la tarjeta roja del acto cultural
En la puerta del patio de recreo, me reciben con el nombre. Pásale cabrón. Dispensan la cuota de 30 pesos para una tocada de reggae y otros ritmos jamaicanos. Vengo con mi playera gris de los libres y locos, con el número 10 de André Pierre Gignac.
El garrotero más malhumorado y neta de Monterrey, el Zurdok, sirve la coca cola, el vaso con hielo y hasta el popote. No se te vaya a atorar el refresco.
El Zurdo no deja que pongan en la rockola canciones del Mago de Oz, Armando Palomas y menos de vallenatos, cumbias, corridos alterados y Juan Gabriel.
Uno de los palcos del estadio Universitario se encuentra The Rock, el actor, promocionando su película Black Adam. La mesa de la vieja escuela es a la par de la pintura gigante de Jim Morrison.
Desde ahí el mundo se detiene. A medio tiempo León vence 1 a 0 a los Tigres. El piojo Herrera con sus alineaciones chafas. Caicedo de arranque y Carioca en la banca. Esta historia ya me la se.
Colocan el sello del Betos en ambos lados del brazo derecho. Una línea a la par de las ilustraciones en la piel.
Regreso al Arte Macro. Soy masoquista. La mesa de crónica policiaca resulta anodina. La sangre hierve en las sienes. Te fuiste, pregunta al dueño. No. No me fui. Me sacaron. Pidieron el retiro.
Enfadado conoce la historia. Si me permites, hablaré con la autora.
Converso con Don Gabriel Dueñez, de sonido Dueñez, algo semejante al Sonido La Changa de la CDMX. Digo semejante, pues los sonideros de Mty son la punta del iceberg en el planeta de las cumbias. Sabotaje Media lo acompaña al sonidero nacional.
Eduardo H.G., J.M. Servín y Javier Ibarra, se fletaron un encuentro en el filo de las malas prácticas de las minorías descalificadoras. Para eso existen las denuncias, los juzgados y los abogados.
Monterrey es un pueblo chico, chiquitito y un infierno grande, muy grande y caliente.
Al abandonar, en la clausura del evento, suspiro aliviado. Ni los comunicados farragosos de No cubrimos porque, o no lo quiero aquí.
Lo se. Lo se. De Monterrey han tratado de echarme. De mi casa y de mi hogar.
Acerco el auto. El centro es oscuro. A favor de los policías y en demerito de los ciudadanos.
En el Factores Mutuos, previo pago por persona de 200 pesos, desde las 20 horas y hasta el límite legal del domingo, los grupos aparecen en el escenario.
Entre 600 personas, el bochorno humano, los aromas y sabores densos, van a repartir baile. Es el día libre. Si traes backpack, mochila, la dejas encargada. Son 20 pesos. El six de cerveza tkt ligth cuesta 200.
Los varones pasean con uno o dos seises. Las damas independientes, algunas, también se hidratan con sus provisiones.
A Fidel, de Veracruz, le preguntó cuantos six se toma en una noche. Mínimo 5, máximo 6 o 7. Hace mucho calor, me dice. Esta música me recuerda a mi tierra.
Al centro de la cancha, de la mullida duela, los hombres de un lado y las mujeres a la inversa, del otro, bailan el zapateado. No se levanta polvo como en sus comunidades. Astillas o fragmentos de madera, casi invisibles.
Baja del taxi, con otro cargamento de tapa de cerveza Saúl Hernández. Es bajito, moreno, fornido y con un puente de oro en la sonrisa.
Como la esta pasando. Estoy bajo el único aire lavado. Ya di la vuelta al rectángulo.
150 tapas como mínimo se vende ese día. Gusta una cerveza. Refresco de manzana. Eso bebo. Faltaba azúcar.
En dos semanas vendrá de Puebla un grupo de Vallenato, me dice. Yo busco traer los gustos de mi gente. Me sorprende, además de empresario, maneja hasta las comunidades, llevando paquetería, hasta los rincones más inaccesibles del país.
Su gente, en Monterrey, también son invisibles.
Tiempo quemado. En el café Iguana, Harakiri for the sky. El apretón de manos y el vuelvo el 24, acompañado con aquí tiene su casa.
La calle del fundador judaizante Diego de Montemayor es pachorruda. Lenta y llena de estridencia. Afuera del Museo Marco, el guardia empresarial vigila. La línea blanca de estacionar es reciente.
Le pregunto si estoy bien parqueado. Baja de la banqueta y confirma. Apretar el paso.
En ambos lados, la generación perdida, luce sus mejores galas. Ni siquiera les identifico.
23:10, Harakiri for the Sky la banda austriaca de post-black metal formada en Salzburgo y Viena en 2011, ya suena en el fondo negro y las pantallas de animación computarizada.
Matthias "MS" Sollak - guitarras, bajo, batería, Michael "JJ" V. Wahntraum – voz, además de los músicos de gira, Thomas Dornig – bajo, Marrok – guitarra y Mischa Bruemmer - batería.
Muchos de los intentos por capturar al vocalista de frente al público se van al carajo. Es música depresiva, me comenta Freddy Ibarra.
Este es un platillo delicado. Para el mejor grumete. Tiene razón.
El setlist y sus texturas, además del dolor interno, regresan muchos de esos episodios de la vida.
Heroin Waltz, Funeral Dreams, Lungs Filled With Water, Fire, Walk With Me, Sing for the Damage We've Done, I, Pallbearer, Calling the Rain, Song to Say Goodbye (Placebo cover), Burning From Both Ends y Mad World (Tears for Fears song), es el duplicado del día antes en la cdmx.
A las 00:30, el guardia del Museo Marco no está. Abro todas las ventanas de mi vehículo rojo. La humedad, ese maldito signode tristeza