Un año en su escondite
Varias veces en estos 300 y tantos días propuse que la razón esencial de esconderse en Palenque, u otro sitio, era que no habría un lugar público en donde no lo incordiaran; un lugar no acordonado por la 4T, claro está.
El tiempo parece fortalecer esa conjetura.
Más allá de la fugitiva aparición para votar en la elección judicial, López Obrador ha vivido un año de enclaustramiento difícil de imaginar incluso en intelectuales o académicos de altos vuelos.
Los suyos seguirán diciendo que el encierro es lo que le tocaba en esta fase, allá ellos y sus cuentos.
Pero un año después su aislamiento se ha convertido también en un dique para no responder preguntas esenciales a un hombre que detentó un enorme poder.
Por ejemplo, ¿afirmará que no sabía de la podredumbre en su Tabasco, en su Marina, en sus aduanas?
El encierro es hoy algo más que una guarida ante predecibles muestras de repudio.
Se está convirtiendo en una cerca de impunidad frente a cuestionamientos básicos sobre sus negligencias, colaboraciones o asociaciones con el mundo criminal.