Futuro y progreso

Carlos Chavarría DETONA® Nosotros damos por sentado que la relación entre futuro y progreso es indisoluble, y toda acción humana está atada a la palabra progreso. Todos reclamamos al progreso como el motor motivacional básico y fundacional de toda civilización.
https://vimeo.com/1091444957

Regido por la idea del Progreso, el sistema ético del mundo occidental ha sido modificado en los tiempos modernos por un nuevo principio que aparece dotado de una importancia extraordinaria y que deriva precisamente de ella.

Esta idea significa que la civilización se ha movido, se mueve y seguirá moviéndose en la dirección deseable. Pero para poder juzgar si nos estamos moviendo en una dirección deseable, tendríamos que saber con exactitud cuál es la visión y la meta.

Para muchos, el fin deseable de la evolución humana sería un estado social en el que todos los habitantes de la Tierra llevasen una existencia perfectamente feliz.

Pero es imposible tener la certeza de que la civilización se está moviendo en la dirección adecuada para llegar a esa meta. Ciertos aspectos de nuestro «progreso» pueden presentarse a favor de ese argumento, pero siempre existen otros que le sirven de contrapeso, y siempre ha sido fácil demostrar que, desde la perspectiva de una felicidad creciente, las tendencias de nuestra civilización progresiva se hallan lejos de lo deseable.

En resumen, no se puede probar que esa desconocida meta hacia la que se dirige el hombre, sea la deseable.

El movimiento puede ser Progreso, o puede darse en una dirección no deseada y, por tanto, no ser Progreso.

No requiere mayor discusión que las palabras progreso y tiempo son consonantes.

Tiempo y cambio han sido conceptos que trabajaron los eruditos de cada época por miles de años y hasta fueron causa de no pocas condenas y guerras, para terminar siempre en la indecidibilidad entre un futuro determinista bajo la divinidad y su eterno retorno, entre el desarrollo y la degradación. 

No fue sino hasta el siglo XVII con René Descartes cuando se empezaron a desatar las ataduras que impedían la emancipación del ser humano para tomar pleno control de su destino y, en consecuencia, del futuro.

Hasta entonces empezó el tiempo del progreso objetivo y medible.

Dos principios de Descartes, la organización de la naturaleza perceptible bajo leyes inmutables y la comprensión de todo mediante la ciencia experimental, fueron la revolución que impulsó la civilización en todos los campos y desató la fuerza del pensamiento para transformar todo lo visible y, con ello, lograr mejoras en la vida humana, que bajo un mundo inmutable y predeterminado, resultaba herético.

Llegó la revolución industrial con el siglo XIX y comenzó la explosión de la eficiencia producida por los avances tecnológicos, pero no se cuidaron, como era debido, todos los impactos sociales derivados.

Un siglo después estamos ante la revolución del aparato.

Para todo disponemos de un dispositivo o adminículo que se ha convertido en el impulsor de las economías. Si el fin era el progreso y la tecnología sus medios para lograrlo, hoy el aparato es el fin y el progreso es solo incidental.

Ya no todo medio significa progreso y es posible que hasta se ponga en duda la utilidad como concepto. Pongamos, por ejemplo, los plásticos que en su momento salvaron todo tipo de recursos naturales pero hoy son amenazas para la vida misma.

La industria alimenticia multiplicó la eficiencia y el acceso a infinitos productos procesados, pero empobreció la nutrición en sí y, en algunos casos, los agregados procesados constituyen un verdadero veneno.

Con el advenimiento y acelerado desarrollo de las tecnologías de la información, la capacidad para organizar procesos de manera más esbelta ha aumentado exponencialmente, pero al mismo tiempo la dependencia hacia esas tecnologías ha restado múltiples habilidades cognitivas para el desempeño de las personas en las sociedades.

Todo es instantáneo en el mundo de la virtualidad digital, pero también efímero.

La comunicación es súper eficiente pero sin contenido sustancial. Los repositorios de conocimiento están al alcance de todos, pero la dispersión del mismo es lenta y la educación se empobrece al no lograr internalizar lo aprendido.

Podemos contactar a millones de personas en distintas redes de información, pero la calidad de nuestras conversaciones es cada vez más pobre y sin sentido de entendimiento y aprendizajes mutuos, lo que deriva en una prosocialidad empobrecida.

 

En el supermercado de la violencia se obtienen todo tipo de aparatos para matar con una precisión asombrosa a la especie que se desee.

A la guerra de materiales como doctrina militar le llegó su progreso tecnológico y hasta se organizan ferias para conocer lo último en avances en el ramo.

 Pero ¿no se suponía que el progreso era para alcanzar el estado de mejora continua? Para Chesterton por ejemplo, las máquinas han fascinado a los seres humanos con su mito del progreso, pero sus efectos perversos apenas se comprenden.

Afirma en La fábula de la máquina (Cap. 13 de Esbozo de sensatez): «Me parece tan materialista condenarse como salvarse por una máquina . Me parece tan idólatra blasfemar de ella como adorarla» (13-02).

Y más adelante: «La forma mejor y más breve de decirlo es que en vez de ser la máquina un gigante frente al cual el hombre es un pigmeo, debemos al menos invertir las proporciones, de modo que el hombre sea el gigante y la máquina su juguete. Aceptada esta idea, no tenemos ninguna razón para negar que pueda ser un juguete legítimo y alentador.

En ese sentido no importaría que cada niño fuera un maquinista o (todavía mejor) cada maquinista un niño.»

Este análisis revela que la relación entre futuro y progreso no es tan indisoluble como se pensaba.

Al reexaminar la trayectoria de la civilización occidental, que desde el siglo XVII se ha guiado por la ciencia y la tecnología, se hace evidente una paradoja: mientras la humanidad ha logrado una eficiencia y una abundancia sin precedentes, ha permitido que ciertos avances se conviertan en fines en sí mismos, a menudo a expensas de nuestro propio bienestar. 

Los plásticos que salvan recursos, pero contaminan la vida; los alimentos que nutren menos a pesar de su accesibilidad; la conectividad digital que empobrece la comunicación; y los avances armamentísticos que perfeccionan la violencia.

Estos ejemplos demuestran que el progreso, ciego a sus propias consecuencias, puede ser un agente de degradación.

La advertencia de Chesterton, que aboga por un ser humano gigante que maneja a la máquina como un juguete, resuena ahora con urgencia.

Nos recuerda que la verdadera mejora no reside en la inercia del avance tecnológico, sino en nuestra capacidad para dirigir ese avance con sabiduría y propósito.

La meta no puede ser simplemente un movimiento incesante, sino un movimiento consciente y dirigido hacia lo que es genuinamente deseable. 

https://vimeo.com/1115590494
https://vimeo.com/1115590526
https://vimeo.com/1015118818
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https://vimeo.com/1091496933
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.