¿Aún sabemos que el dolor ajeno es evitable?

Una institución como el PAN está llamada a recordar su origen, para la construcción de un futuro mejor que debe hacerse desde ya en el presente.

Luego de prácticamente cuatro añosde que Andrés Manuel López Obrador arribara a la presidencia de la República, pocos hechos han logrado mantener la atención de la opinión pública sobre la verdadera personalidad del mandatario mexicano:

  1. La investigación de Latinus sobre la casa gris, que puso al descubierto el tráfico de influencias de uno de sus hijos y su esposa, en una de las empresas del Estado que más ha usado para sus propósitos electorales: PEMEX.
  2. La publicación del libro “El Rey del Cash”, que relata cómo vivió López Obrador durante tantos años, bajo el amparo de la corrupción, la extorsión y la mentira.

Estos trabajos han sido en realidad los que han marcado una agenda distinta a la que se impone todos los días en las conferencias matutinas por quien, desde Palacio Nacional, despacha como presidente de partido, líder de una secta, pastor de culto o incluso como “divinidad”, ante las redes que tejió para difundir su narrativa pública llena de mentiras, anécdotas, chistes y musicales, que muestran que ha sido todo, menos presidente de México.

No le resto importancia a los hechos mencionados: la investigación de Latinus ocasionó que el presidente eligiera -luego de Felipe Calderón- como su segundo mayor adversario, a Carlos Loret de Mola.

Se desataron los demonios y las redes de difusión que se crearon en su campaña y se mantenían con recursos de procedencia dudosa -ya lo sabíamos-; se abalanzaron contra el periodista, a quien prácticamente lo menciona todos los días en sus conferencias y le exige que “rinda cuentas” a los mexicanos, como si fuera servidor público.

La publicación del libro de Elena Chávez, que en un primer momento intentaron minimizar, ha ocupado espacios periodísticos, sociales y conversaciones en redes, no sólo de quienes no compartimos la visión de gobierno del presidente, sino de todos sus seguidores, los mismos que atacan a Loret de Mola.

Insultos, descalificaciones contra la autora y justificaciones casi “celestiales” sobre el presidente, a quien le atribuyen características cercanas a un Dios.

Pero en lo personal, me resulta inconcebible que otros temas que deberían ocupar la mayor atención, provocar indignación y promover la acción política y social pasen a segundo término, en el mejor de los casos, o que no sean motivos suficientes para convocarnos a manifestaciones de todo tipo y exigir soluciones a quien dijo que tenía todas las respuestas para resolver los problemas de México.

En el sector salud, más de medio millón de personas murieron durante la pandemia; el manejo irresponsable del presidente y de sus funcionarios públicos justificaron por todos los medios sus inacciones.

Se desmanteló el sistema de salud -al que sin duda podían mejorarse muchas cosas-, pero con la desaparición del Seguro Popular, millones de personas quedaron desprotegidas y se culpó a los gobiernos pasados de “aumentar la privatización de la salud”, cuando fue justo en este gobierno, por la falta de medicamentos, de vacunas, de quimios, de la desaparición de fondos y fideicomisos para la atención de enfermedades de tercer nivel, que los mexicanos se vieron obligados a recurrir a los servicios privados. Los apoyos que, por ejemplo, se les dan a los adultos mayores, no son suficientes ahora para cubrir los gastos que para el cuidado de su salud han aumentado.

No sólo los niños, niñas y adolescentes han fallecido por falta de quimios; hombres y especialmente mujeres perdieron la batalla contra el cáncer y muchos otros siguen luchando con sus propios medios, ante una sociedad indiferente que no hace propio ese dolor ajeno que puede ser evitable. Más de dos mil hogares enlutados por esta política de exterminio.

En el tema de seguridad no se combatieron las causas, porque programas como “Jóvenes construyendo futuro” han sido un fracaso: corrupción, falta de empleos y capacitación son las constantes.

Hemos visto cómo la edad de los jóvenes reclutados por el narcotráfico y la delincuencia organizada ha disminuido considerablemente.

El gobierno que acusa de discriminación a “los neoliberales” es el que más ha sido clasista con los pobres.

En cada discurso oímos cómo para el presidente, ser pobre es sinónimo de delincuencia. Ha comparado con mascotas o animalitos a quienes enseña que el odio contra otros es la solución a sus problemas. López Obrador no conoce a los pobres, porque de hacerlo, sabría que la mayor parte de ellos aspiran a una vida mejor, a superarse y a no depender del gobierno; en esto también se equivoca la oposición.

Las masacres casi diarias a lo largo y ancho del país no han cesado...

...y los abrazos al crimen organizado son más frecuentes, porque ha quedado al descubierto que tanto López Obrador como muchos de sus ahora gobernadores, no sólo son aliados de estos grupos, son parte de los mismos.

Aún con la reforma al 21 constitucional y su quinto transitorio, no hemos entendido que el presidente no está interesado en resolver el problema de seguridad.

No quiere a los militares como aliados en esas luchas. Ha corrompido a los altos mandos para el control político y social del país; mientras nosotros discutimos sobre el problema de inseguridad en México, él se ocupa de darles más facultades y más recursos para actividades que nada tienen que ver con la creación de una institución que era de las más respetadas y que, poco a poco, se clona y transforma con el aumento de poder que se le ha dado.

A las personas cada vez les cuesta más adquirir los productos de la canasta básica: el huevo, la leche, el frijol, la carne, el pollo, el limón, el aguacate, el tomate, entre muchos otros, aumentaron de precio.

La inflación está por los cielos y las familias están concentradas en resolver su día a día.

Y podemos seguir describiendo rubro por rubro: campo, ciencia, tecnología, educación, medio ambiente, arte, cultura, autonomía municipal, federalismo y un largo etcétera. Por más que se repita diariamente que estamos “muy bien”, la verdad nos golpea con fuerza todos los días. México va rumbo al precipicio.

La referencia en economía es el “gurú de la moda”; en periodismo, es un “defensor del presidente y golpeador de adversarios”; en cultura, es con quien comparte vivir en Palacio Nacional; en política pública, nada como los hijos y familiares de quienes lo acompañan ciegamente, aún en su afán destructor de México, esos que en realidad no son leales, sino cómplices. Nos encontramos en el peor de los mundos.

Y ante todo lo anterior yo me pregunto: ¿dónde está Acción Nacional? Me consta el trabajo de muchas y muchos panistas, su compromiso individual y su actuar personal; los respeto, aplaudo y apoyo, pero no es suficiente la votación en contra de lo que ya sabemos no funciona.

La institución está obligada a un mejor desempeño y a plantear una mejor estrategia que considere la inclusión como factor de unidad.

Empezar por casa sería el primer paso para un llamado y convocatoria mayor a la sociedad, que también cuenta con ciudadanos y ciudadanas dispuestas a dar todo por México, pero no encuentran el camino, no saben cómo aportar y menos a qué les estamos convocando.

Hemos visto que López Obrador no conoce el país; más bien sabe de las debilidades de sus adversarios políticos, que no es lo mismo. Viajar para comer tlayudas y hacer turismo político es lo suyo, pero no tiene idea de los problemas de los mexicanos, es más, ni le interesan.

Una institución como el PAN está llamada a recordar su origen, para la construcción de un futuro mejor que debe hacerse desde ya en el presente.

Por eso me pregunto todos los días si este Acción Nacional, que nació con un propósito ciudadano, aún sabe que el dolor ajeno es un dolor evitable. Lo dejo para la reflexión, pero también para la acción.

Adriana Dávila Fernández

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad del Altiplano del estado de Tlaxcala. Su trayectoria profesional y política la ha desarrollado en los Poderes Legislativo y Ejecutivo Federales, así como en organizaciones de la Sociedad Civil.