En contra de la aparatocracia
1.
Desde los vetustos retroproyectores de acetatos, a fines del siglo pasado, hasta los actuales dispositivos -en los que conecta su computadora- incorporados a inmensas pantallas.
El problema es que, así como en aquel tiempo olvidó en una ocasión las láminas con sus presentaciones, así también, hace unas semanas, se fue la luz en la sala de juntas.
En ambas situaciones se sintió huérfano de conocimientos, y suspendió sus ponencias.
2.
Pese a que podía haber usado el pizarrón, apoyado con gises o marcadores de colores, o acudido a su basta experiencia en los temas que domina, enmudeció y dejó ver su dependencia de las herramientas pedagógicas.
Hay muchos otros casos de instrumentos empoderados de tal manera que asistimos a una auténtica aparatocracia.
Agilizan, es cierto, los procesos, pero lo mismo impiden el contacto interpersonal, que bloquean nuestras cada vez más limitadas capacidades intelectuales, y propician la flojera investigativa.
Van tres ejemplos.
3.
Ir al super a comprar el mandado era para muchas personas, sobre todo adultas mayores, toda una experiencia gratificante.
Además de salir de casa y recorrer pasillos con abundancia de productos atractivos, a la hora de pagar abordaban a la encargada de la caja contadora con quien -a fuerza de verla cada semana-, se establecía una relación cordial.
Cada vez es más extraño este contacto cara a cara, pues ahora el cliente es quien debe escanear sus compras.
Hay tiendas en las que los objetos se colocan en un recipiente y algo/alguien los contabiliza a distancia.
4.
En primaria tuvimos que aprender a contar… hasta que llegaron las calculadoras, ahora como app en nuestro celular.
Nos resulta día a día más difícil realizar operaciones matemáticas con la sola cabecita, y si batallamos para sumar y restar, no se diga multiplicar.
Hacer una división sin acudir a la tecnología es casi una hazaña.
Cuando España sufrió un apagón masivo, en abril de este año, solo se podía pagar en efectivo, y los empleados tardaban horas para poder ajustar los totales.
Sumadoras con baterías portátiles salvaron las incompetencias aritméticas.
5.
Y para quienes tenemos que redactar algún texto ha surgido una tentación incapaz de rechazar: la Inteligencia Artificial con su ChatGPT.
Si hace décadas debíamos acudir a bibliotecas, consultar las fichas bibliográficas en tarjeteros que parecían cajas de zapatos, y la vida se facilitó con la llegada de Wikipedia, sin mucha solidez académica pero con aceptable rapidez de respuesta, los actuales instrumentos corren con la velocidad de la luz, y nos invitan a copiar en vez de investigar, a replicar informaciones, no siempre consistentes, sobre la creación de nuevos contenidos.
6.
La cibernética no puede ser un fin, y sus aparatos no deben tener tanto poder.
Son instrumentos que están a nuestro servicio, pero no para atrofiar nuestras capacidades ni para acostumbrarnos a platicar con máquinas en vez de personas.
Ellos, no lo olvidemos, serán más veloces que nosotros para ciertos ejercicios intelectuales, pero carecen de la necesaria sensibilidad a la hora de tomar decisiones.
Empoderemos a las personas, no a los objetos inanimados.
Recuperemos nuestra capacidad de creación e innovación, en menosprecio del plagio electrónico.
7. Cierre icónico.
¿Y si nuestra gran urbe, con mundial de futbol o no, pudiera ser una Ciudad Esponja?
Ellas se basan en un modelo de diseño urbano que utiliza la misma naturaleza para gestionar el agua de lluvia, captándola, almacenándola, filtrándola y reutilizándola en lugar de canalizarla rápidamente fuera de la ciudad.
Este enfoque fue inspirado en el trabajo del urbanista chino Kongjian Yu, recién fallecido.