En Palacio Nacional es... donde habita el olvido

El gobierno de AMLO para tener solo una consigna: “Ante cualquier riesgo o ataque que ponga en peligro la vida de los mexicanos, prohibido intervenir”.

Desde hace tiempo, mucho tiempo, me he cuestionado por qué a los mexicanos ya nada les importa lo que sucede en el espacio público, que ante la vorágine de acontecimientos generados desde el gobierno del presidente López Obrador, que no debieran ser normales en una nación democrática, solo llaman a la burla, a la confrontación, y no a una reflexión crítica sobre la gravedad de lo que sucede en México.

Es cierto, las redes sociales están llenas de denuncias sobre actos de corrupción, de violación de derechos humanos, de una economía precaria, de una violencia incontenible y de una polarización que tardará años en disminuirse.

En este contexto, los periodistas de investigación de medios tradicionales, pero también de quienes han migrado a las formas de comunicación virtual, han asumido un papel fundamental, no solo por dar a conocer información que en otros momentos tendría a medio país protestando en las calles y al presidente de la República con la popularidad muy disminuida, sino porque han llenado los vacíos que los líderes de los partidos políticos de oposición no se han atrevido a ocupar.

La primera señal de la destrucción que vendría fue el 3 de enero de 2019, con el anuncio de la cancelación definitiva de la construcción del aeropuerto internacional de la Ciudad de México, lo que ocasionó un daño patrimonial multimillonario a las arcas públicas.

Días después, luego de escuchar en todos los foros que el combate a la corrupción y al huachicol eran la prioridad del presidente recién estrenado, como presagio de los problemas que estallarían a lo largo y ancho de este país, el 18 de enero explotó una toma clandestina en Tlahuelilpan, Hidalgo, que dejó, según cifras oficiales, más de 137 muertos, a quienes vimos por redes sociales fallecer ante la inacción de miembros del ejército que se supone custodiaban el lugar porque recibieron la instrucción de no actuar para evitar mayores confrontaciones”.

Ambos eventos vaticinaban cuál sería el sello de quien vive en Palacio Nacional: “Ante cualquier riesgo o ataque que ponga en peligro la vida de los mexicanos, prohibido intervenir”.

No enumeraré lo que miles de artículos, noticias, opiniones y análisis han evidenciado: que nos enfrentamos todos los días a un gobierno ineficiente, corrupto, indolente y populista, en el que nadie se atreva a encabezar la lucha contra todos estos retrocesos y violaciones a la ley, y no porque falte talento, capacidad o liderazgo, sino porque las decisiones se encuentran centralizadas en quienes no han entendido el enorme reto y papel que ante estas tragedias deben asumir, y también ante la vulnerabilidad ya demostrada por los mismos que pensaron que guardar la basura bajo la alfombra era suficiente y que arrinconar la historia, esa que nos dio origen, no es importante.

Como ejemplo, en los últimos meses hemos visto la postura de quien despacha en Palacio Nacional, y también la que han asumido los titulares de los partidos políticos de oposición; me explico:

El informe presentado en agosto de este año por Alejandro Encinas, Subsecretario de Derechos Humanos, sobre el caso Ayotzinapa, dejó más dudas que certezas, también demostró -lo que ya se sabía- que era imposible presentar vivos a los jóvenes normalistas, así como enormes incongruencias de lo prometido en campaña y la aplicación de una justicia selectiva.

En la explicación oficial se olvidaron de las víctimas.

Excelentes artículos periodísticos han desnudado las mentiras del gobierno: la militarización como método de control político y social del país, bajo el pretexto de la seguridad pública; una Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) con el mayor poder económico y administrativo después de 1968; la ayuda “pero, poquita” (como admitió el inquilino de Palacio Nacional) del crimen organizado en los triunfos electorales de MORENA y sus aliados.

Y, como broche final del mes de la Patria, se admitió el hackeo de los servidores de la Secretaría favorita de López Obrador.

La reacción presidencial no fue la de un jefe de Estado, pues nuevamente recurrió a las notas musicales del finado Chico Ché para justificar la gravedad del asunto, ¿no debería indignarnos esta banalización? La filtración de documentos pone en riesgo al país que se comprometió a defender; minimizarlo demuestra la enorme irresponsabilidad de quien gobierna.

Y bueno, al día siguiente salió la defensiva gubernamental orquestada por su jefe de comunicación, Jesús Ramírez Cuevas, y ejecutada por varios miembros de gabinete, así como influencers y youtubers afines al régimen, y además pagados con dinero público.

Su tarea: posicionar “lo bondadoso y trabajador que es el presidente, su sacrificio por el país que los ingratos opositores no reconocemos”.

Acotemos:

  1. Que López Obrador se despierte a las 4 de la mañana, no significa que trabaje más. No hay resultados que lo acrediten.
  2. Que recorra los fines de semana el país tampoco es signo de un buen gobierno, pues como lo hace desde hace más de dos décadas, solo va sembrando odio, dividiendo a las y los mexicanos y las más de las veces, solo muestra su faceta de “promotor culinario”, no la de presidente.
  3. Su estado de salud física y mental no es asunto menor, pues es el mandatario de México y tiene sobre sus hombros responsabilidades que cumplir. Se equivocan quienes piensan que los cuestionamientos van hacia su edad. No es así, porque sus decisiones no son de carácter personal, afectan a todo un país.
  4. El ahora presidente, como candidato y político, se aprovechó de las causas genuinas que otros abanderaban, lucró con el dolor y engañó a las familias que confiaron en él. El personaje de “luchador social” que interpretó durante todo este tiempo, fue solo el montaje para lograr su propósito de concentrar, como presidente, todo el poder que dijo le daría al pueblo.

Y ante todo esto, muchos grupos han surgido, la mayor parte con las mejores intenciones y con enormes ganas de cambiar lo que tanto daño nos está haciendo, hombres y mujeres sin militancia partidista, pero también nos hemos pronunciado miembros de partidos políticos para exigir a nuestros líderes que rindan cuentas, que cambien la estrategia y que actúen con más eficiencia.

Sin embargo, la respuesta ha sido el silencio y la exclusión, bajo el pretexto de que “lo más importante es el país” y por eso, sólo debemos dirigir las críticas al gobierno, expresar nuestras diferencias internas “no abona a la unidad”.

Sea o no intencional, con estas acciones de los líderes de la oposición, se repite el modelo autoritario del gobierno donde no se está dispuesto a la autocrítica, a la reflexión y al análisis de una mejor estrategia para lograr el cambio en las elecciones venideras.

No obstante, estoy segura que aún estamos a tiempo de construir una alternativa “para evitar el dolor ajeno y aliviar el dolor evitable”, como diría Carlos Castillo Peraza.

Y mientras tanto, en el marco de la conmemoración del “2 de octubre”, tal parece que Joaquín Sabina nos recuerda con una de sus canciones el cambio constante de opinión de López Obrador:

Cuando se despertó no recordaba nada de la noche anterior… pero ya no era ayer, era mañana… Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Una vez me contó, un amigo en común, que la vio donde habita el olvido”, y en Palacio Nacional, ya perdieron la memoria.

Adriana Dávila Fernández

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad del Altiplano del estado de Tlaxcala. Su trayectoria profesional y política la ha desarrollado en los Poderes Legislativo y Ejecutivo Federales, así como en organizaciones de la Sociedad Civil.