Machine gun
Asusta la frialdad del tirador. Su eficiencia para terminar de un solo disparo. Incluso el balazo de gracia.
Parece la escena sacada de Call of Duty.
La transmisión en tiempo real. En el retrovisor cuida los detalles.
Ejecuta su plan a pie juntillas. Su acto premeditado siembra muerte y desolación. Sus pasos son los de un exterminador de plagas.
Aún así, al disparo errático, contra un colateral no de color, le pide disculpa y continua el vuelo entre las filas de enseres.
Desde décadas atrás, los Estados Unidos de América, representan el horror de una película enajenada de muy alto presupuesto.
Los participantes, los actores, de los armarios extraen las armas y las municiones. Se dan el tiempo de planear las tomas. El barrido de balas. La secuencia efectiva. A mayor presión, menor posibilidad de supervivencia.
Intentan escribir sus nombres en los libros de la infamia. Jamás de caer presos por los agentes del orden.
Lo piensan y se expresan, idealistas del sueño americano, sin minorías o sin diferencias religiosas.
Estados Unidos es el único país, después de la segunda guerra mundial, activo en cuanto a batallas, en el concierto de las naciones.
No han descansado un solo año. Son, sin envidia, el moderno imperio romano de occidente.
Su decadencia acelerada, endogámica y cristiana, les impide reconocer el hijo pasado por fuego, frente a su dios marte.