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Donald Trump ha tenido a México como su piñata favorita por ya una década, desde que hizo pública su aspiración por llegar a la Casa Blanca.
Entonces criticaba a los migrantes del país, incluso como ladrones y violadores.
Hoy de regreso como presidente, sigue haciendo lo mismo.
Su discurso será incendiario, xenófobo y plagado de falsedades; no importa, a millones de estadounidenses les encanta y votaron de nuevo por su persona.
Ahora les está cumpliendo.
Claudia Sheinbaum, por su parte, está pasmada, sin saber cómo enfrentar las acciones de su homólogo. Parece creer que puede convencer a Trump de lo maravillosos que son los trabajadores mexicanos en su país (lo que es cierto) y que la economía nacional representa un complemento natural, entre otras razones por la mano de obra barata, para la industria estadounidense, haciendo de América del Norte un bloque productivo potente.
Eso también es cierto, pero no nuevo.
Se lo dijo Enrique Peña Nieto a Trump en Los Pinos (esa invitación tan criticada en su momento) y tampoco funcionó.
Es un hombre con una mente excepcionalmente rígida y con él hay que lidiar porque está en una posición de fuerza.
Otro problema que Sheinbaum no parece entender: es su homólogo, sí, pero en términos de poder no es su par.
La cancha está excepcionalmente dispareja y favorece al gobierno estadounidense.





