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¿Un presunto asesino posando para Google Maps?

El fin de semana pasado, mientras recababa información para escribir mi artículo sobre el terrible feminicidio en contra de Yrma Lydya, me topé en Internet con una casualidad tétrica.

Había rastreado durante horas en Google Maps los alrededores del restaurante Suntory, buscando algún indicio de la escena del crimen, en el corazón de la colonia Del Valle, CDMX.

Inspeccioné con el Street View el pórtico del local, el lobby elegante, el bar deliberadamente penumbroso para que resaltara el jardín botánico, uno de los más deslumbrantes de la metrópoli (yo he comido ahí y es un espectáculo que nadie debe perderse).

Recorrí virtualmente las mesas del establecimiento; me interné por los pasillos revestidos de caoba, me asomé de lejos a la cocina de acero inoxidable. Comenzaba yo a aburrirme. Nada que me llamara la atención.

Entonces, en una mesita entre muchas me topé (como no queriendo), con dos aparentes clientes.

Uno dando la espalda a la cámara y otro sentado como en pose.

Se trataba de un viejo elegante, pierna cruzada, corbata roja, camisa rosa, tirantes negros, puños sujetos con mancuernillas y manos apretándose el cráneo.

Era el presunto asesino de Yrma Lydya.

Aclaro de antemano a los lectores incrédulos: las imágenes captadas al interior de un negocio comercial no son tomadas por personal de Google Maps.

Las suele enfocar cualquier persona con un aparato fotográfico 360, un iPhone, por ejemplo.

Así pasó en este caso del presunto culpable de la muerte de la joven cantante.

Sin embargo, ¿por qué a diferencia de lo que hace Google Maps con su herramienta Street View, en esta imagen en especial no se difuminó el rostro de Jesús Hernández (aclaro que hay un algoritmo que casi lo hace al instante)?

Porque el retratado seguramente dió su consentimiento a la aplicación. Es más: la pidió llenando un formulario. Es sabido en el mundo de las altas esferas chilangas el afán presuntuoso de este abogadete gansteril; su exceso de exhibicionismo.

Si no es así, si el retratado no dio su consentimiento expreso, firmado, es posible que Jesús Hernández pueda demandar a Google Maps.

Y no sería la primera vez que demandan a este emporio de internet. Otro abogado mexicano, de nombre Ulrich Richter Morales, demandó a Google por una fake news que el buscador no quiso borrar en su oportunidad, a petición de la contraparte.

Richter acaba de ganar el juicio después de seis años de litigio. Y Google deberá pagar al afectado 250 millones de dólares.

Todo lo cuenta Richter con lujo de detalles en un libro medio autobiográfico: “El ciudadano digital” (2020).

Por cierto que en términos monetarios, la compensación para Ulrich Richter será desproporcionadamente mayor que la que obtendrán los familiares de la pobre víctima de feminicidio, Yrma Lydya. Por lo visto, la reparación del daño por una fake news es más alta que la de un cadáver.

Por eso, a no dudarlo, algo está muy desequilibrado en la impartición de justicia de nuestro país. Algo no cuadra. Algo se sale de toda lógica.

Pero volvamos a la imagen del presunto feminicida de  Yrma Lydya: el ahora detenido Jesús Hernández, gánster fanfarrón y machista

Borges escribió un cuento titulado “Del rigor en la ciencia”.

Trata sobre unos cartógrafos que trazaron un mapa inmenso, del tamaño del imperio donde vivían, que “coincidía puntualmente con él”.

Dicho de otro modo, estos  cartógrafos trazaron su mapa con las mismas proporciones que el territorio de su reino. Su trabajo fue a todas luces una tontería.

Un mapa del mismo tamaño del territorio que representa, es un contrasentido.

Sin embargo, ahora, Google Maps ha vuelto práctico y muy útil la fabula de Borges.

ES VIRTUAL

El mapa mundial de Google es virtual, es un simulacro; un metaverso (para usar la palabreja de moda), pero es una copia idéntica, calcada de la realidad.

Cada determinados meses, circulan por las calles vehículos de Google con una cámara montada en el techo, a fin de retratar fielmente cada calle, cada esquina, cada rincón de un pueblo, de una ciudad, de una metrópoli, del mundo entero.

A veces, por casualidad, a la hora de retratar el mundo real, Google Maps consigue una serendipia.

Como todos los lectores saben, la serendipia es dar de pronto con un instante decisivo, inesperado, insólito: una pareja de infieles exhibiéndose en el lugar equivocado, un peatón atravesando una calle dos segundos antes de ser atropellado, un delincuente en pleno asalto, una viejita infartada en el suelo, una pareja de chamacos haciendo el amor en un parque.

La serendipia es llegar por casualidad a ese momento decisivo.

La serendipia es casi un hecho imposible, aunque estadísticamente probable.

Tanto, que en el resquicio menos pensado de Internet, en el infinito de imágenes que registra el ciberespacio, se me apareció una mesa de bar.

Y justo enseguida, en un sillón de cuero, resalta un criminal cómodamente sentado, un gángster elegante, fanfarrón y estrambótico, semanas o meses previos a meterle tres balazos a su esposa, que lo volverá trágicamente célebre hasta ser trending topic en Twitter por dos o tres días seguidos (acaso cuatro en el mejor de los casos).

Ironías sangrientas.