Homo sobrius
1.
Al saberse que el evento -un fiestón de tres días en Venecia, al que asistieron las personalidades más VIP de la farándula- le costó al fundador de Amazon poco más de 50 millones de dólares, no faltó quien justificara el dispendio: tal cantidad es una bicoca, para quien tiene un patrimonio que ronda los 230 mil millones de la moneda norteamericana.
2.
Por su parte, los influencers de moda han consolidado otro axioma posmoderno: es importante que hablen de ti, bien o mal, pero que estés en la conversación pública.
La imagen supera al prestigio.
De ahí que no tengan empacho alguno en subir a las redes todo tipo de eventos en los que participan, los festejos de sus cumpleaños en restaurantes exclusivos, sus viajes en cruceros de lujo, sus residencias espectaculares -piscina y vestidores incluidos- y sus excentricidades.
Algunos miembros de la clase política son especialistas en este desnudo mediático.
3.
La discreción con la que se manejaban los grandes empresarios de antaño, está ausente en sus herederos.
Claro, los poderosos acaudaldos del siglo pasado también tenían mucho dinero, pero no lo presumían tanto como los actuales.
Los magazzines y suplementos de los principales diarios, las plataformas electrónicas, nos relatan con abundancia de detalles sus hazañas turísticas, etílicas y gastronómicas.
La sencillez proverbial en los grandes fundadores de los emporios industriales, ha sido suplantada por la ostentación y el despliegue de lujos en sus sucesores.
4.
Y así, si para el alemán-norteamericano Herbert Marcuse el ser humano, fruto tanto del capitalismo yanqui como del comunismo soviético, no era pluridimensional sino unidimensional, y si Erich Fromm, colega de Marcuse, tomó su concepto y lo materialzó en el homo consumens, capaz solo de poseer cosas y consumir más y más, ahora podríamos hablar de un homo sumptuosus, aparatoso, espectacular, lujoso, necesitado ya no de la aprobación ajena, sino simplemente de la contemplación.
Para él será más importante estar en las pantallas…
5.
… de los demás que en su aprecio y valoración positiva.
¿Y si cambiamos esos paradigmas y optamos por un valor quizá poco apreciado pero, me parece, cada vez más necesario: la sobriedad?
Esta la entiendo no como una actitud que sataniza al mundo, sino que lo contempla como obra de Dios, compañero de viaje -Concilio Vaticano II dixit- y con el que se puede manejar una doble dinámica: servicio a y disfrute de los bienes materiales.
El primero, porque el mundo es la nave en la que todos viajamos, y necesitamos ponerle atención, darle mantenimiento.
6.
Pero también el mundo es bello, y nos permite distraernos, alegrarnos y, especialmente, descansar, cosa cada vez más difícil en este ambiente productivista en el que vivimos.
Reposar no sólo nos ayuda a recuperar fuerzas, a “cargar la pila”, como decimos coloquialmente, sino que también nos favorece la meditación, el discernimiento, y la posibilidad de dedicarnos a la lectura, la escucha de la música, la oración contemplativa.
Como lo dijera el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, en su célebre frase: “menos es más”.
Eso significa ser homo sobrius.
7. Cierre icónico.
Gracias, en parte, a los recortes de Trump en el Servicio Nacional de Metereología, sobrevino la tragedia en Texas, con ya más de 200 personas fallecidas y desaparecidas, muchas de ellas niñas y adolescentes.
En medio del luto y dolor para tantas familias, resplandece la valentía de vountarios que, no obstante su condición de indocumentados, se han hecho presentes para colaborar en las labores de rescate, arriesgando su permanencia en el vecino país del norte.