Atisbos
La presidencia de un cuerpo colegiado es un trabajo difícil.
Quien preside representa al cuerpo frente a otros organismos o instituciones, y se hace cargo de administrar y conducir el debate, necesariamente acalorado, por lo que debe separarse de su facción durante el tiempo en que ocupa el cargo.
Puede aprovechar algunas ventajas, como fijar la agenda y definir el orden y forma de las votaciones, pero esencialmente debe facilitar la confrontación de ideas.
Hoy comienza el segundo año de la LXVI Legislatura, se reemplazan las presidencias de las dos cámaras, y esperamos que haya un cambio sustancial contra lo vivido durante el primer año.
En Diputados, la presidencia de Gutiérrez Luna estuvo manchada por la actitud de su esposa, que promovió un recurso por “violencia política de género” en contra de la opinión de una ciudadana, y recibió a cambio no sólo el desprecio general, sino la revelación de las riquezas acumuladas y frecuentemente exhibidas por la pareja.
Gutiérrez Luna y su esposa resultaron ejemplo de lo que hace años llamábamos “riqueza inexplicable”.
En el Senado fue un año trágico.
Ocupó la presidencia el menesteroso de Fernández Noroña, quien es incapaz de conciliar y negociar. Prepotente, soberbio, pero además grosero y barbaján, convirtió a la cámara que tradicionalmente era el centro de estabilidad del Poder Legislativo en un circo.
Durante todo el año confrontó a la oposición, negándoles la palabra cuando a él se le antojaba, incumpliendo la esencia de su cargo: facilitar la confrontación de ideas.
Conforme fue avanzando el tiempo, la imposibilidad de discutir ideas llevó al enfrentamiento de consignas, gritos y, en varias ocasiones, enfrentamientos físicos, especialmente en contra de Lilly Téllez, a quien manotearon e incluso amenazaron con tijeras sus compañeras legisladoras.
Por eso no extraña lo ocurrido en la última sesión del primer año.
Noroña intentó introducir un punto de acuerdo ficticio que él atribuía a la oposición, intentó confrontar a los partidos de oposición entre ellos, y finalmente negó la palabra al presidente del PRI.
Cuando éste lo buscó para reclamar y exigir su derecho a expresarse, Noroña primero buscó evadirlo, y cuando no pudo, lo empujó, provocando la respuesta violenta de Alejandro Moreno, mejor conocido como Alito.
Fiel a sus costumbres, Noroña huyó, y de inmediato intentó convertirse en víctima. Así lo ha hecho siempre, incluso llevando a un ciudadano a tribunales para exigir una disculpa pública.
La soberbia, prepotencia y ordinariez de Noroña se han convertido en la personificación del movimiento al que pertenece. Representa físicamente los atributos que, en mi opinión, caracterizan al movimiento entero: excluyente, indisciplinado, voraz e incompetente.
Presidió el Senado no como el eje del debate, sino como líder de facción (invadiendo el espacio de Adán Augusto López); actuó permanentemente por su cuenta, desoyendo a Sheinbaum, Adán Augusto y muchos otros; acumuló riquezas cuyo origen ahora no puede explicar; rebajó a la Cámara alta.
Las reacciones en redes sociales parecen confirmar que la ciudadanía identifica en Noroña esas características del movimiento.
Este personaje ha concitado el odio y desprecio general, incluso entre sus correligionarios, y no faltó quien celebró la respuesta física a su soberbia.
Hubo también evidente rechazo al evento en sí: la ciudadanía no quiere ya más espectáculo ni agresividad.
La destrucción de la democracia y de las instituciones, incluyendo desde hoy al Poder Judicial, deja como único sustento del poder a la fuerza, a la violencia.
Conforme desaparecen los mecanismos que llevaron al grupo actual al poder, incluyendo el dinero para repartir, su permanencia dependerá de una fuerza que no controlan, porque el ejercicio de la violencia legítima en México no está monopolizado por el Estado.