Discriminación de estado

La unidad se construye eligiendo a un presidente en 2024 que no siga con ese patrón de conducta que llevará a México a una mayor debacle.

Por lo que ha sucedido en los primeros dos tercios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, tal parece que lo único que ha transformado es el lema de su campaña del 2018, pues en lugar del “Juntos Haremos Historia”, ejecutó uno muy conocido y que bien le ha servido para sus perversos fines políticos:

“Divide y vencerás”.

Como nunca, el mandatario de nuestra Nación -luego de José López Portillo y su marcha para defender la nacionalización de la banca- se ha encargado de polarizarnos.

Su discurso de la unidad no lo utiliza para que los mexicanos nos integremos y logremos la tan anhelada igualdad; más bien “la unidad” sólo la aplica si es en torno a él, sus ideas, su forma de ver la vida y de asumir la política. Incluso la pluralidad ni siquiera se encuentra en su vocabulario y menos en su acción de gobierno.

El presidente no ha dudado en manipular la historia. La primera muestra la tuvimos cuando en marzo de 2019 anunció, en un video, que había escrito dos cartas, una para el rey de España y otra para el papa; el motivo dijo, es para que se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos (…) Hubo matanzas, imposiciones. La llamada Conquista se hizo con la espada y con la cruz".

No entraré en una discusión histórica sobre el tema, pues debatir sobre lo que ahora somos y lo que nos corresponde construir con quien ya tiene una visión preconcebida resultaría inútil. Pero lo cierto es que esto fue uno de sus primeros pasos para entrar al choque de “morenos contra blancos”, que se sumó a la que ya existía de “pobres contra ricos”.

Con la defensa pública del Instituto Nacional Electoral (INE) y la inaceptable respuesta del presidente de México desde sus conferencias matutinas, la ofensa y la descalificación fueron subiendo de tono; durante poco más de dos semanas, López Obrador arremetió contra quienes hemos sido críticos de su gobierno, con adjetivos como: hipócritas, déspotas, ladinos, sabiondos, traidores, entre muchos otros.

¿Es correcto que el jefe del Estado mexicano se dirija así a sus gobernados? Estoy segura que no.

Su responsabilidad constitucional es mantener la cohesión nacional, gobernar para todos y ejecutar una política pública responsable, en la que la administración de los recursos públicos no discrimine a nadie, incluso a quienes no votamos por él.

Es inevitable hablar de las marchas del 13 y 27 de noviembre, ambas con propósitos distintos. La primera, convocada desde grupos que consideramos un retroceso democrático su reforma electoral y la segunda, convocada desde el poder político, con recursos públicos y con el uso del aparato del Estado de una manera descarada para demostrar “quién manda aquí” con un ilícito proceso de movilización.

No descalifico a quienes por afinidad, voluntad, interés o incluso, presión y coacción, acudieron a la segunda, pero es evidente que con ello se alienta aún más la separación entre los mexicanos. Y aunque el tema era “apoyar a AMLO”, la realidad es que los replicadores oficiales se encargaron de difundir mensajes clasistas, en el sentido de distinguir que en la primera marcharon “los ricos y blancos” y en la segunda, “los pobres y morenos”, es decir el pueblo.

Nada más falso y tendencioso.

Aunque en su época de candidato, el inquilino de Palacio Nacional siempre dio discursos plagados de odio y resentimiento, reitero que éstos se han intensificado en su narrativa en el último año -se repiten en la televisión pública y los repite el grupo de influencers que le cuestan al erario público- con mensajes sobre la “lucha de clases”.

Preocupa que hoy vivamos esta discriminación de Estado.

No tengo duda que mucho hay que hacer todavía al respecto. El origen de mis padres, mi color de piel, mi estrato social, mi estilo de vida, me han permitido comprender lo importante de estas batallas. Sin embargo, asumirme como víctima cuando miles -antes que yo- se ocuparon por abrirnos camino, sería irresponsable y poco ético de mi parte. Por ello, me parece inconcebible la forma en la que ahora se pretende, desde la primera magistratura, intensificar nuestras diferencias en lugar de ser factor de cambio.

Pero más allá de lo que se señale desde la más alta tribuna de la Nación, tengo la certeza de que la persona que usa la discriminación como arma y para utilidad electoral, es Andrés Manuel López Obrador, no sólo en palabras o para acusar a “sus adversarios”; no recuerdo en la historia de México, un presidente que compare a los pobres con animales o mascotas:

“La justicia es atender a la gente humilde, a la gente pobre. Esa es la función del gobierno…hasta los animalitos -que tienen sentimientos, ya está demostrado- ni modo que se le diga a una mascota: ‘A ver, vete a buscar tu alimento’. Se les tiene que dar su alimento, sí, pero en la concepción neoliberal todo eso es populismo, paternalismo”.

El presidente se equivoca. Un gobernante humanista respetaría la dignidad de la persona humana, pero estos conceptos no están ni en su vocabulario, ni en su acción de gobierno.

Que actores políticos, sociales y académicos, entre otros, pretendan ignorar esto, resulta mezquino. El gobierno del López Obrador está lleno de personajes de tez blanca, de estrato económico y social acaudalado, lo que él llamaría “privilegiados”, pero exhibe como “mercancía electoral” a quienes, desde su punto de vista, pueden contrastar con “los fifís” de la oposición.

No negaré que en el mundo y en el país, las batallas contra la discriminación por diversos motivos han sido intensas, pero es bueno reconocer que más allá de discursos, una de las reformas más importantes en nuestro país fue la del artículo primero constitucional en el 2011, en la cual pasamos de reconocer garantías individuales, a establecer el respeto a los derechos humanos como base de nuestra convivencia.

Es cierto que ninguna ley cambia conducta humana, pero los esfuerzos de miles de mexicanas y mexicanos vieron algunos de sus frutos no sólo en la legislación federal, sino también en la creación de instituciones que nos ayudaban a visibilizar y combatir la discriminación.

El presidente que no ha tenido resultados favorables en sus cuatro años de gobierno, intenta todos los días meternos a esa lucha para dejar de hablar de lo que realmente ocupa y preocupa a la mayor parte de la población, y lamentablemente, hay quienes han caído en ese juego perverso.

Estamos a tiempo de no ahondar en esas diferencias.

La igualdad se construye conversando entre distintos; la igualdad se construye con el respeto al diferente; no se abona a la igualdad con el puño cerrado, la espada desenvainada, la puerta cerrada, la descalificación constante ni las muestras de superioridad para imponer. La unidad se construye eligiendo a un presidente en 2024 que no siga con ese patrón de conducta que llevará a México a una mayor debacle. Se requiere altura de miras y serenidad para elegir de mejor manera.

Adriana Dávila Fernández

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad del Altiplano del estado de Tlaxcala. Su trayectoria profesional y política la ha desarrollado en los Poderes Legislativo y Ejecutivo Federales, así como en organizaciones de la Sociedad Civil.