El izquierdismo que vende camisetas
Los de izquierda gritaban “¡el pueblo tiene hambre y el gobierno es corrupto!”, mientras los de derecha asentían, medio dormidos, y los del PRI, esos siempre listos, acudían puntualmente a las urnas para refrendar su fe en el mismo sermón durante setenta años consecutivos.
Hasta ahí todo tenía cierto sentido: unos reclamaban, otros rezaban, y los demás votaban.
Pero ahora, en pleno siglo XXI, con un gobierno autoproclamado de “izquierda” que practica las más sucias y primitivas artes del poder, el mapa ideológico mexicano parece un cuadro de Picasso pintado con los pies.
Los centristas siguen en coma, los derechistas siguen señalando la podredumbre —y esta vez con razón—, pero lo verdaderamente incomprensible es lo que ocurre con los pseudoizquierdistas tropicales, esos “compañeros” de revolución que se quedaron varados entre la boina del Che y la playera del Buen Fin.
Resulta que esos mismos que juraban estar con el pueblo hoy babean elogios hacia el mamarracho mayor; se derriten en miel ante el tren que pierde millones por día, componen odas a una refinería que no refina, cantan loas a una presidenta de logros invisibles, y aplauden con aletas —porque manos ya no usan— cada escándalo energético, fiscal y moral.
Los vimos aplaudir los “abrazos, no balazos” como si fuera estrategia de Estado, y ahora guardan silencio porque descubrieron que también el silencio cotiza bien en el mercado de los favores.
Callan ante la designación de magistrados al gusto del amo, ante la mutilación de la ley de amparo, ante cada retroceso institucional que disfrazan de “transformación histórica”.
Y así, entre elogios baratos y consignas recicladas, pretenden convencernos de que siguen siendo los guardianes del pueblo.
Pero lo cierto es que el izquierdismo mexicano ya no busca emancipar a nadie: solo quiere adoctrinar, repartir credenciales morenas y vender camisetas del Che en los puestos de la Merced.