La deuda histórica: por qué no un concordato regional para Paz?
La geopolítica siempre, y más en la actualidad, ha sido el peor enemigo para la evolución vinculatoria del derecho internacional y para la convivencia pacífica, además de servir de escaparate para lucimiento de personajes de cada momento.
Las zonas de conflicto activas no solo están en Israel, también Ucrania, Sudan, Somalia, Costa de Marfil y otras más.
{ https://www.crisisgroup.org/crisiswatch/database?page=2032}, pero todo lo que tenga que ver con el Mediterráneo siempre ha sido de interés geopolítico.
La reciente propuesta de paz impulsada por los Estados Unidos para gestionar el conflicto entre Israel y Hamás, así como los anteriores marcos diplomáticos aplicados a la región durante el siglo XX (como los Acuerdos de Oslo y Camp David), se inscriben en el paradigma de la occidentalización estandarizada.
Este modelo, consolidado en América y Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, sostuvo que el progreso y la estabilidad política eran sinónimos de la adopción universal de sus modelos de democracia y economía.
Esta visión, inherentemente ahistórica, conllevó el sistemático desprecio o la simplificación de los profundos avances y las complejidades históricas de otras civilizaciones, particularmente las de Oriente y el Lejano Oriente (Said, 1978).
El costo de esta miopía histórica se siente hoy con fuerza en la propia Europa Occidental por ejemplo.
La necesidad de mano de obra barata tras la guerra impulsó la llegada de grandes flujos migratorios, muchos de ellos de países de mayoría musulmana, un fenómeno que no se replicó con la misma intensidad en la antigua Europa Oriental o Rusia.
Cuando estas poblaciones se establecieron y nacieron las segundas y terceras generaciones, la falta de una integración que funcionase, exacerbada por la marginación socioeconómica y el choque de valores, comienza a generar un profundo malestar social.
Este malestar se ha convertido en un catalizador de la inestabilidad política, visible en el ascenso de partidos populistas y de extrema derecha, y en la polarización de sociedades que luchan por definir su identidad en un contexto de creciente diversidad.
Esta inestabilidad es un espejo de cómo la simplificación histórica distorsiona la realidad.
En el análisis occidental, los conflictos en el Mediterráneo mesopotámico y la Media Luna son frecuentemente reducidos a problemas de "terrorismo" o "falta de democracia", omitiendo deliberadamente sus hondas raíces.
Se ignora el devastador legado de las fronteras coloniales arbitrarias (como el Acuerdo Sykes-Picot, que repartió Siria y Palestina entre Francia e Inglaterra) y el papel fundamental del Imperio Bizantino como puente milenario entre el clasicismo y el mundo islámico.
Al descartar estas narrativas profundas, Occidente garantiza que las soluciones propuestas estén condenadas al fracaso.
El ejemplo más claro de la inviabilidad de la paz impuesta externamente es la cuestión palestina, un asunto que sigue sin resolverse.
La historia reciente de la diplomacia en el siglo XX, desde la fallida mediación del Reino Unido durante la época del Mandato Británico sobre Palestina (1920-1948) hasta la aplicación de los Acuerdos de Oslo y Camp David, está marcada por las omisiones y las decisiones sesgadas de potencias externas.
Este conflicto no es solo una disputa territorial, sino la herida abierta de una injusticia histórica que no ha sido reconocida en su magnitud.
La historia nos enseña que no es viable buscar la paz haciendo de cuenta que el voluminoso archivo de agravios de los últimos 500 años no existe (Fromkin, 1989).
Por ello, la propuesta de un Concordato regional—una organización que involucre solo a los países de la Media Luna y el Mediterráneo mesopotámico—emerge como una vía mucho más coherente.
Este enfoque, alineado con las teorías que priorizan las soluciones endógenas (o Complejos Regionales de Seguridad), prioriza la estabilidad propia frente a la intervención externa (Buzan & Waever, 2003).
La urgencia de la autonomía regional se ve respaldada por la diplomacia de autogestión, evidente en la reciente re-aproximación (rapprochement)—el acercamiento estratégico—entre rivales históricos como Irán y Arabia Saudita.
Estos movimientos demuestran la viabilidad de las soluciones endógenas, donde los actores locales comienzan a construir arquitecturas de estabilidad por sí mismos, al margen de la intervención occidental (International Crisis Group, 2023).
Sin embargo, para que sea viable, su agenda debe ser radicalmente inclusiva y honesta.
Esto implica abordar no solo el legado colonial, sino también las tensiones internas sectarias y políticas (como las rivalidades entre Irán y Arabia Saudita), que fragmentan el poder regional.
Crucialmente, el Concordato debe asumir la tarea de reconocer la doble tragedia del conflicto árabe-israelí: la expulsión y “nakba” palestina no puede ser obviada, como tampoco puede serlo la existencia de Israel y su necesidad de seguridad, nacida de 2000 años de persecución, vulnerabilidad y acoso, y la propia diáspora , sin olvidar el trauma del Holocausto.
La propuesta de un Concordato regional, si bien podría ser criticada como idealista o ingenua bajo el lente del materialismo histórico, es en realidad la única respuesta pragmática a un sistema fallido.
Es precisamente el estilo de manejo de las relaciones internacionales, históricamente impulsado por las potencias occidentales (simbolizadas en los "amsterdameses poderosos", una referencia a los centros históricos de poder mercantil y financiero europeo), el que intencionalmente deja "agujeros a modo" en las propuestas de solución de conflictos.
Estos vacíos son, a su vez, la justificación de intervenciones posteriores e intereses ajenos a la región misma (CFR, 2024).
Por lo tanto, la paz duradera no puede ser impuesta por actores externos con intereses geopolíticos propios, sino que debe nacer de un equilibrio de poder regional y una reconciliación histórica endógena.
{ https://www-cfr-org.translate.goog/annual-report?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=tc}.
Solo cuando las partes involucradas se vean obligadas a negociar directamente, reconociendo la validez de sus respectivas narrativas históricas y abordando la deuda pendiente del colonialismo, las rivalidades internas y las tragedias de las diásporas, se podrá redibujar un futuro que honre la complejidad de una historia compartida.