El laberinto digital de la crítica, por qué el reduccionismo vulgar consagra el poder

Carlos Chavarría DETONA® El criticismo es el arma más fuerte del pensamiento y la fuente inagotable de todo saber.
https://vimeo.com/1091444957

La irrupción de las tecnologías de la información propulsó a la civilización hacia el imperio de la crítica, pero no como un noble instrumento del conocimiento útil para modelar futuros alternativos, sino como un mero pariente del escepticismo que, paradójicamente, busca nuevos dogmatismos, sobre todo en el ámbito de la política.

Este criticismo vulgar se ha convertido en la divisa de la era digital, donde la inmediatez y el algoritmo premian el reduccionismo y la estridencia. Ya no se trata de refutar argumentos o estudiar sistemas.

La crítica se limita a la descalificación personal o institucional a través del soundbite o la frase contundente viral.

Este ejercicio, desprovisto de rigor, crea un ambiente de falsa intelectualidad que, en la era de la posverdad, concede el carácter de supuestos censores a quienes ejercen la crítica sin un fondo de futuro real.

Solo tienen estandarte pero no misión para el futuro.

Los ciudadanos, creyendo estar informados, quedan atrapados en diversas cámaras de eco digital, impulsadas por algoritmos que premian la polarización, y reafirman sus prejuicios, en lugar de modelar un juicio crítico basado en la evidencia (Pariser, 2011; Sunstein, 2017). 

Al no proponer alternativas viables ni enfrentar la complejidad sistémica, este escepticismo utilitario solo logra drenar la energía cívica y, en última instancia, consolida el statu quo que teóricamente busca impugnar.

Ningún país escapa a la trampa de la popularidad fugaz que alcanza esta crítica simplista.

Mientras que en el Renacimiento el pensamiento crítico rompió los dogmas teológicos y propició un gran salto en todos los campos del saber, el criticismo vulgar de nuestra época no sirve para conjeturar o proponer; solo sirve para especular con la verdad y legitimar el poder por la vía de la ineficacia.

En las verdades emergentes siempre triunfarán los “otros datos” que las sostienen, al no haber recurso contundente para confrontar la creencia con evidencia dura.

En nuestro contexto, volvemos a ser testigos de los problemas de gobernación que concentran todo el poder en el presidencialismo.

Sin embargo, ni aun en estas circunstancias la oposición tradicional acierta o se arriesga a proponer una vía innovadora para salir de las espirales y vaivenes característicos de nuestra débil praxis democrática, permanentemente deformada por el clientelismo como recurso político. 

La oposición se desgarra las vestiduras por la vuelta al pasado, pero cuando tuvo el poder no modificó ni un ápice la estructura del presidencialismo ni las facultades del Estado para determinar un nuevo futuro basado en la política sostenida en evidencias. 

El riesgo de presidencialismo hipertrófico, advertido por académicos como Linz (1990), es que la concentración de poder se vuelve un fin en sí mismo, dificultando la deliberación y la gobernabilidad democrática.

Esta oposición se vio enana frente a la historia, y la esperanza se sitúa en esperar que el nuevo partido omnipotente, como todo oligopolio, se decante en luchas internas —como ocurriócon el viejo PRI— para que de ahí emerjan los verdaderos opositores que habrán de conducir la nueva espiral de auge y crisis del sistema.

No se necesitarán cien años para que esto ocurra, pues a diferencia del Siglo XX, hoy no existe el margen de maniobra que el petróleo o las economías cerradas y proteccionistas ofrecían para retrasar las crisis.

En síntesis, hoy no hay espacio para errores de concepción y praxis.

Estamos, por tanto, en riesgo de perder la oportunidad de formular un futuro profundo y mejorado, un espacio donde seamos creadores de tendencias y aumentemos el valor agregado de nuestro trabajo para convertirnos en jugadores centrales y competitivos del orbe.

Todo puede ser mejor si no se pierde el tiempo en vulgares reduccionismos que pretenden resolver, con una sola frase y sin verdadera democracia, debate ni apertura, todos los problemas del presente y del futuro de nuestro país.

En la más trágica de las ironías, es innegable que el poder absoluto tiene la gran ventaja de mejorar sustancialmente su eficiencia.

Las decisiones se toman con rapidez al eliminar el debate y la deliberación auténticos, el gran problema es que esta ventaja es válida tanto para las buenas como para las malas decisiones, tal como se ha visto en ejemplos contemporáneos como Trump y Putin, o en su momento con figuras nacionales como Echeverría y Salinas.

No obstante, nada nos impide usar nuestro pensamiento crítico para tomar conciencia de que un país no es viable con el modelo de gobernación basado en un presidencialismo de estilo mexicano y poderes legislativos y judiciales a modo.

Tampoco lo sería un supuesto equilibrio de poderes diletantes y contestatarios, alejados de un verdadero parlamentarismo.

 

El trabajo de modelar el futuro profundo comienza por el análisis y la deconstrucción: cómo llegamos hasta aquí, cuáles fueron los impulsores históricos derivados de la inacabada Revolución Mexicana y el inestable Siglo XX que operaron para conformar el modelo de gobernación que hoy tenemos.

Se debe deconstruir todo lo aprendido bajo una estructura y narrativas que solo fueron útiles para la clase política de cada momento.

Pero nada se puede lograr sin un acto de voluntad y definición: es imperativo definir el modelo de futuro posible, preferible y deseable.

El Cimiento del Futuro siempre será una Educación para el Siglo XXI.

Si el propósito es una educación para la innovación y la convivencia pacífica en el Siglo XXI, donde el cambio es la norma, todos los programas de estudio deben ser radicalmente rediseñados.

Esto implica un cambio de enfoque hacia las Competencias del Siglo XXI (OCDE), que incluyen el pensamiento crítico, la alfabetización digital y las habilidades sociales e interculturales.

Es necesario dejar atrás los currículos rígidos basados en la memorización pasiva y enfocarse en la flexibilidad cognitiva y el desarrollo de la ética prudencial y consecuencial (responsabilidad y respeto).

La meta es articular el Aprender a Aprender con el Aprender a Vivir Juntos (UNESCO, 1996).

Los estudiantes no deben aprender qué pensar, sino cómo pensar bajo la norma del cambio constante, cómo resolver problemas nuevos, cómo colaborar en entornos diversos y cómo evaluar el impacto a largo plazo de sus decisiones. 

Es esencial formar una ciudadanía capaz de generar valor agregado, que domine las tendencias y que esté dotada de un juicio moral complejo para navegar la incertidumbre.

Países como China, India, Corea del Sur y Singapur son la muestra de que sí se pueden diseñar y alcanzar futuros alternativos que representen el gran salto cualitativo que todos los pueblos merecemos.

El desafío es dejar de perder el tiempo en la crítica vulgar y comenzar la labor de construir el futuro, empezando por la reforma más elemental y decisiva

La formación de sus ciudadanos.
https://vimeo.com/1115590494
https://vimeo.com/1115590526
https://vimeo.com/1015118818
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.