La muerte, tan viva cada año
En serio, mientras en otros lados la lloran, aquí la sentamos en la mesa, le prendemos velas y hasta le ponemos su tequila favorito.
Y si fue pariente incómodo, pues que se aguante, le dejamos la ofrenda junto a la foto donde salió peor.
Cada año, cuando llega el Día de Muertos, México se perfuma de cempasúchil, colores, música y de memoria.
Nos entra una nostalgia medio tramposa, lloramos poquito, pero reímos mucho.
Y es que aquí, la muerte no asusta, se sienta a la mesa, se sirve su tequila y hasta critica las flores del altar.
El altar siempre termina siendo una mezcla entre homenaje y chisme.
“Ay mira, ahí está el tío Robert con su puro”, dice alguien, mientras otro dice… “Sí, pero no le pongas tanto pan, que en vida ya estaba bastante gordito”.
Y así, entre risas, flores y olor a cempasúchil, uno entiende que recordar también es celebrar.
Y claro, no falta el momento reflexivo:
Que si la vida es un ratito, que si hay que disfrutar, que si los muertos nunca se van del todo, que mientras los recuerdes, siguen vivos…
Pero antes de que se me salga la lágrima, mejor me sirvo otro tamal.
Porque aquí en México hasta la nostalgia se pasa mejor con un buen bocado.
Así que este Día de Muertos, ríanse, brinden y cuenten anécdotas de los que ya se fueron.
Que si los recordamos con cariño, seguro allá arriba (o allá donde anden) se están riendo con nosotros.
