La culpa es del otro
Hay un arte sutil, profundamente arraigado a la cultura mexicana, que no aparece en los murales de Diego Rivera, ni en las canciones de José Alfredo Jiménez: el arte de culpar a alguien más.
Y es que cuando algún parque está lleno de basura, la culpa es del gobierno que no lo limpia, pero si lo hubiera limpiado, la culpa hubiera sido de los trabajadores que no fueron supervisados o que simplemente no lo hicieron bien, pero si lo hubieran hecho correctamente, la culpa hubiera sido de los otros vecinos que no supieron mantenerlo en buen estado. En resumen, la culpa siempre será de todos, excepto de uno.
Somos un país con memoria larga para la queja y corta para la autocrítica. En los gobiernos, el guion es conocido: “la culpa es de la administración pasada”, y en los ciudadanos, la frase se repite como: “yo no tengo la culpa, así funciona el sistema”.
Sin embargo, ¿por qué ocurre?
Nuestro problema no es sólo un capricho cultural, sino una herencia histórica. Desde la Conquista, el mexicano aprendió a vivir bajo la sombra de los poderes externos: El indígena vencido decía: “la culpa es de los Dioses que nos abandonaron”; el mestizo del siglo XIX mencionaba: “la culpa es de los invasores”; el ciudadano del siglo XX repetía: “la culpa es del gobierno” y en pleno siglo XXI, las frases se complementan con: “la culpa es del neoliberalismo, de los Estados Unidos, de la globalización o simplemente del cambio climático”.
Buscando una explicación psicológica, encontramos que culpar a los otros reduce la ansiedad. Si yo no soy el responsable, no tengo por qué cambiar. Es más cómodo pensar que el mal viene de afuera, que aceptar la dolorosa posibilidad de que uno también tenga áreas de oportunidad.
¿Alguna otra explicación?
Existe también un factor político, ya que nuestros gobernantes aprendieron pronto, que la culpa es un recurso de poder: señalar a un enemigo externo cohesiona, moviliza y distrae. Es más fácil culpar al “otro partido”, que aceptar la falta de capacidad para lograr resultados.
El escritor mexicano Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad, que el mexicano enfrenta la vida con resignación, como si todo estuviera escrito en los hilos del destino. Y si el destino manda, ¿qué sentido tiene asumir la culpa?
¿Es exclusivo de México?
Para nuestro consuelo no lo es, ya que la tendencia de culpar al otro es común en muchos países latinoamericanos. El venezolano culpa a los Estados Unidos o a la oposición; el colombiano culpa a la guerrilla o al narcotráfico. Todos compartimos una historia de colonización, desigualdad y dependencia, que nos empuja a buscar culpables externos en lugar de asumir responsabilidades.
Sin embargo, en México, esta práctica adquiere un sabor particular, ya que el mexicano no sólo culpa, sino dramatiza la culpa, la convierte en un chiste y hasta en un lamento.
Y mientras reímos de nuestras desgracias, el tiempo sigue corriendo sin que nada cambie, sin que nadie actúe y sin que asumamos nuestras responsabilidades.