La trampa del populismo y el camino hacia la sociedad abierta
El Premio Nobel de Economía Milton Friedman (Friedman, 1962) articuló un razonamiento simple pero potente sobre el problema central de estas administraciones: el peligro inherente a la promesa de servicios "gratuitos".
Esta estrategia, que busca ganar favor popular usando el dinero ajeno, no solo es ineficiente, sino que sienta las bases para una serie de problemas económicos y sociales.
La Ilusión de la Gratuidad y la Paradoja del "Estado de Bienestar"
Los populistas a menudo seducen a sus seguidores con la idea de un "estado de bienestar", acumulando derechos y beneficios gratuitos. La lógica es clara: generar dependencia y lealtad. Sin embargo, como señalaba Friedman, este modelo es una quimera.
Los beneficiarios rara vez son plenamente conscientes de que, tarde o temprano, serán ellos mismos quienes paguen la factura, ya sea a través de impuestos, inflación o la erosión de recursos.
Quitar a unos para dar a otros no es justicia social, sino una transferencia de riqueza que distorsiona la economía y anula incentivos productivos.
La expansión de supuestos "derechos" gratuitos conlleva, inevitablemente, la creación de nuevas burocracias. Los gobiernos se transforman en "monstruos burocráticos" que imponen costos crecientes sobre las comunidades.
Estos costos no solo se reflejan en el gasto público, sino también en la pérdida de inversiones cruciales en infraestructura y en la capacidad para resolver problemas fundamentales.
El golpe final al "estado de bienestar" es el abandono de los incentivos para el crecimiento de la productividad. Al desvincular el esfuerzo individual de la recompensa, se socava la capacidad de los países para generar excedentes y prosperar.
Ninguna nación escapa a esta tentación populista, exacerbando sus propias debilidades y, en el caso de las economías poderosas, recurriendo incluso al despojo de los más débiles y guerras para mantener un ciclo insostenible.
En última instancia, la mayoría de los problemas globales no son creados por las sociedades, sino por gobiernos cuya pasividad y miopía electorera les impiden comprender que su ineficiencia los hunde y junto con ellos a las sociedades que representan.
Los estados, que deberían corregir fallas en el ejercicio de la libertad, se convierten en un lastre, inventando regulaciones que solo justifican su propia existencia burocrática en lugar de promover la ética y la capacidad productiva.
La Sociedad Abierta: Un Antídoto Contra el Populismo
El verdadero problema social no reside en las carencias per se, sino en los incentivos perversos que los gobiernos instalan para su propia continuidad en el poder.
Las asimetrías y la desigualdad social difícilmente se atenuarán sin la participación activa de la sociedad y su inteligencia colectiva.
Los gobiernos deben atraer a los mejores talentos técnicos y de negociación, pero, más importante aún, su agenda institucional debe basarse en las prioridades de las sociedades y en una visión de futuro profundo, lejos de la inmediatez electoral.
Aquí es donde entra el concepto de sociedad abierta. El filósofo francés Henri Bergson ya lo definía como sociedades con gobiernos tolerantes, transparentes y flexibles, resueltos a responder a las inquietudes ciudadanas (Bergson, 1932). Sin embargo, Karl Popper lo lleva más allá.
Para él, una democracia plena requiere romper con la reverencia a los "grandes hombres", especialmente aquellos que, como Platón, Hegel o Marx, sentaron las bases de los totalitarismos con sus teorías historicistas (Popper, 1945).
Popper defendía que una sociedad libre es aquella donde los individuos toman decisiones personales, opuesto a la visión tribal o colectivista de un destino predeterminado.
La mejor manera de incentivar esa inteligencia colectiva y construir sociedades abiertas es a través de la tecnología y la educación.
La tecnología puede fomentar la transparencia y la participación, mientras que la educación —entendida como el fomento del pensamiento crítico y la capacidad de análisis— empodera a los ciudadanos para discernir y participar eficazmente.
La relevancia de estos principios se observa en el Social Progress Index (SPI), elaborado por la ONG Social Progress Imperative. Este índice evalúa cómo los países satisfacen las necesidades sociales y ambientales de sus ciudadanos a través de 54 indicadores esenciales (Social Progress Imperative, 2022).
Los primeros puestos de la clasificación de 2022, ocupados por Noruega, Dinamarca, Finlandia, Suiza e Islandia, son una prueba de que los países con servicios públicos eficientes y de alta calidad son, a su vez, los que más promueven una sociedad abierta.
Asociar la apertura de las sociedades con la provisión de bienes esenciales por parte de las administraciones públicas no solo mejora la calidad de vida, sino que también camina en la senda de la crítica de Popper al historicismo.
Frente a una realidad supuestamente condicionada por el pasado, la transparencia, libertad de pensamiento y educación son los pilares para edificar el espíritu crítico.