Lenin en Macuspana
Nada nuevo, sin embargo, pues lo hemos visto antes.
Es lamentable la incongruencia ética e ideológica de los militantes morenistas exhibida en sus comportamientos personales ostentosos.
Desde siempre, observé, en los gobiernos nacionales anteriores a Morena, cómo los funcionarios y militantes de los partidos políticos dominantes iniciaban la actividad política con una mano atrás y otra adelante, siempre a la sombra de un buen padrino.
No pasaba mucho tiempo antes de que esas personas se pusieran anillos y relojes costosos en las mismas manos.
“A fulano le hizo justicia la Revolución”, se decía de aquel que con una simple diputación federal se hacía millonario en corto tiempo.
No me asusta lo que veo en Morena: es lo mismo de siempre, pero con izquierdistas que son plenamente aspiracionistas, aunque lo nieguen en público.
¿Quién me diría que la Cuarta Transformación, el proyecto político de Morena, se haría visible mediante la transformación personal de la clase gobernante en una generación de nuevos ricos?
Proclamar hoy, como lo siguen haciendo los voceros morenistas, que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre, no es válido.
Sí puede haber gobierno rico con pueblo pobre, las evidencias están a la vista.
El fenómeno morenista llamó la atención, por cierto, del periódico The New York Times.
El reportero James Wagner publicó, el día 2 de octubre, un despacho enviado desde la Ciudad de México titulado “Morena, el partido gobernante de México, en aprietos por los gastos de algunos miembros”, en el cual señalaba lo siguiente:
“La desconexión entre las declaraciones públicas de los funcionarios de Morena y los estilos de vida de ciertos políticos ha creado una tormenta en México -y frustración entre los mexicanos- que, según dijeron votantes y analistas, podría tener un efecto duradero”.
Al hacer un breve recuento de los casos recientes más notables de lujo y elevado nivel de vida de funcionarios y legisladores morenistas, Wagner recogió una frase que es oro molido.
“Yo no tengo ninguna obligación de ser austero”, dijo un senador morenista. “Son las políticas públicas las que son austeras”.
Le propongo a usted una adivinanza: dicho senador tiene una casa de mil 200 metros cuadrados en el estado de Morelos, con un valor estimado de 650 mil dólares. Su sueldo como legislador es de 98 mil dólares anuales. ¿Ya sabe quién es?
El personaje en cuestión se quejó con Wagner de que los periodistas hacen “golpeteo sobre cosas verdaderamente triviales”.
Claro, qué trivial es fijarse en residencias campestres y camionetas de lujo cuando se lucha a favor de los pobres de México.
La nota de Wagner me recordó lecturas de juventud sobre el término “Nomenklatura”, palabra rusa que denominaba a la élite política formada en torno al Partido Comunista de la Unión Soviética “que tenía grandes responsabilidades como grupo humano encargado de la dirección de la burocracia estatal y de ocupar posiciones administrativas claves en el gobierno”, explica la entrada en Wikipedia.
Dicho grupo obtenía “usualmente grandes privilegios derivados de la ejecución de dichas funciones”.
Desde la fundación del Estado soviético, el camarada Lenin recomendó que todos los altos cargos de mando y jerarquía fueran destinados a “personas confiables en términos políticos”.
Por añadidura, los miembros de la Nomenklatura provenían únicamente del Partido Comunista.
La instrucción era muy clara: se prohibió el “faccionalismo", es decir, el debate de ideas al interior del Partido Comunista; las órdenes de la jerarquía requerían obediencia completa de los militantes (todas las citas textuales de Wikipedia).
A cambio de la obediencia ciega y la lealtad política incondicional, a los políticos rusos de la casta dorada les hizo justicia la Revolución rusa.
¿Suena familiar el concepto para los oídos mexicanos?
“A fulanito ya le hizo justicia la Transformación”, es el nuevo lema de la Nomenklatura morenista.