Una sociedad avergonzada e indignada
El asesinato del alcalde de Uruapan es la prueba más contundente de la penetración del crimen organizado en las esferas de la economía, sociedad y política mexicanas.
Un alcalde que denunció a los diferentes grupos del crimen organizado en Michoacán quienes ya habían asesinado a aguacateros y limoneros.
Un alcalde que solicitó protección y no se la dieron.
Los 14 elementos de la Guardia Nacional asignados no fueron suficientes.
Un alcalde que se suma a otros 10 alcaldes ejecutados por el crimen organizado.
Es momento de que el gobierno reconozca abiertamente que la principal amenaza a la seguridad nacional del país y de sus ciudadanos es el crimen organizado y actúe en consecuencia.
Los cambios en la política de seguridad, bienvenidos, pero no son suficientes.
El crimen organizado sabe que es impune.
Puede asesinar, extorsionar, exigir derecho de piso, amenazar, reclutar jóvenes con engaños y apenas se detiene a líderes de segundo nivel.
La problemática se extiende por América Latina.
Basta ver la operación antidrogas contra la Corporación Naranja en las favelas de Río de Janeiro que terminó con un saldo de más de 132 muertos, la expansión del crimen organizado en Ecuador, Colombia y otros países para darnos cuenta.
Como lo ha escrito Daniel Zovatto: “México ha pasado de ser un país dominado por los cárteles del narcotráfico a uno sometido por un entramado mucho más complejo de mafias locales, donde la extorsión se ha convertido en el nuevo corazón de la economía criminal”.
Y añade “el crimen organizado se ha convertido en el riesgo político #1 y en la principal amenaza para la gobernabilidad democrática de la región”.
No es criticando a los periodistas, llamándoles “carroñeros”, ni buscando responsabilizar a la oposición como se va a resolver el grave problema de la inseguridad y el crimen organizado.
Es reconociendo responsabilidades y fallas del gobierno federal y estatal, buscando puntos de encuentro con los críticos y la oposición, persiguiendo a los líderes de las organizaciones criminales y a sus protectores, regresando a las Fuerzas Armadas a su labor central de defensa de la seguridad nacional, incrementando la cooperación internacional para combatir al crimen organizado, como se logrará avanzar en esta lucha contra los criminales y la impunidad.
Todos los mexicanos deberíamos avergonzarnos y condenar a los criminales.
No son un ejemplo a seguir.
Son una lacra para el país y sus familias.
Y como bien dijo la viuda de Carlos Manzo, Grecia: “Mamás, eduquen a sus hijos, repréndanlos”.
Hay que reconocer que como sociedad hemos perdido el rumbo y los valores.
El cinismo se impone.
Nada más trágico que pretendan erigirse como líderes morales quienes son incapaces de garantizar la seguridad de los mexicanos.
